¿La Virgen sabe hablar?
¡Cuánto ayuda la fe a pasar los muchos tragos duros que inevitablemente tiene esta breve y larguísima vida!
NO veo difícil dejarse llevar cuando a través de los años has seguido la inercia cultural de tu propio entorno. Los idiomas te suenan familiares cuando desde pequeño los escuchas, pero se hacen complejos para entenderlos y manejarlos cuando te falta entrenamiento.
El mundo cultural tiene connotaciones especiales. El sabor de los alimentos de tu casa materna, la sistemática relación con la familia próxima, la admiración creciente y paulatina a tu persona de referencia. La admiración por el equipo de fútbol que tu padre te enseñó a querer… el amor por la Virgen de tu hermandad.
El amor inculcado por tu Virgen es diferente a todos. La Virgen nos cuida, nos protege, nos ayuda en situaciones excepcionales… pero, sobre todo, nos permite encajar golpes sin desfallecer, a volver a levantarnos, a consolarnos y a consolar. ¿es eso fe?
Yo me pregunto: ¿la fe se tiene o se inculca?
Sería capaz de poner ejemplos que abogarían por una razón o por la contraria, pero en mi fuero interno no podría definirme con claridad ante esa pregunta.
Si ante una situación dramática, sin estridencias, sin ni siquiera hablar ni mencionar a Dios, pensamos: aquí estoy, preparado, me inclino a pensar que hay fe. Pero ¿en qué? ¿en quién? Aceptar nuestra pequeñez es aceptar a un superior y podemos a nuestro antojo, si queremos, llamarle Dios.
Qué suerte tienen los que tienen fe.
¡Cuánto ayuda la fe a pasar los muchos tragos duros que inevitablemente tiene esta breve y larguísima vida! No es un oximoron: tememos a la muerte cuando estamos cansados de vivir. Queremos irnos para no ver sufrir a nuestros seres queridos, pero queremos permanecer para disfrutar de ellos.
He tenido la suerte (casual o provocada) de sentir un cosquilleo, solo parecido al que, sin querer levantarnos todavía de la cama, sentíamos cuando sabíamos que los Reyes ya habían traído los regalos al salón de la casa.
El hermano mayor de la hermandad de la Esperanza de Triana, Sergio Sopeña, tuvo a bien aceptar para la Virgen y de manos de Joaquín Moeckel un recuerdo personal, que por tratarse de un honor concedido por la Fundación de la Real Academia de Medicina, lo reconoció entrañable.
Tuve la oportunidad de admirar las vitrinas con los tesoros sentimentales de la Virgen y observar los preparativos para su traslado al paso de palio.
El silencio, el respeto y la devoción que se palpaba crearon un clima muy especial.
Mi racionalismo frío de cirujano me permitía observar durante un silencio respetuoso y devocional, durante unos minutos de oración interior, a un grupo de 5 niños, no mayores de 5 o 6 años, con ojos como platos, mirando a la Virgen. Sus cuidadores adultos les inyectaban la cultura del silencio y la atención debida a los que el día de mañana tendrán la suerte de tener fe.
Una bella música de violín y piano interpretaba marchas de la Esperanza de Triana. No es una puesta en escena. Es una labor íntima, no multitudinaria. Es un momento de recogimiento, no de exhibición. Es la conjunción ideal para oír un susurro. Más aún para sentir un cosquilleo que se debe saber traducir a un idioma al que desgraciadamente algunos no estamos acostumbrados. Pero los idiomas se aprenden aunque a veces necesites un traductor docto que sea capaz de repetir con paciencia: la f con la e, FE.
Sentí ese cosquilleo cuando tuve el excepcional privilegio de colaborar a elevar a la virgen de nuestra Esperanza de Triana hacia su paso de palio. He tenido ese inmerecido privilegio, sin méritos propios, sin saber de antemano que se iba a producir. Sin más mérito que tener la suerte de representar junto a mis compañeros académicos a una entidad tricentenaria como la Real Academia de Medicina y Cirugía de Sevilla.
Sin saber por qué, en ese momento recordé a varias personas. No tiene mérito que recuerde a mis padres, porque los tengo continuamente en mi memoria, pero recordé a un buen amigo recién fallecido y a su padre, más amigo todavía, fallecido años antes. No sé por qué fue, ni si se trataba de una voz, ni quien hablaba, pero lo sentí.
No puedo asegurar que esta experiencia sea capaz de cambiar a un agnóstico, racionalmente convencido (ojalá), pero estoy seguro de que jamás olvidaré esa sensación y que habrá muchos momentos en el poco tiempo que me queda de vida, en que volveré a sentir esas vibraciones en los momentos en los que la sensibilidad en relación a un paciente, al prójimo, aparezca en nuestro día a día.
He vuelto a pensar en la fe. Ya en este momento no sería capaz de dar tantas razones en contra de que la fe se adquiere, tal como hacía en mis párrafos anteriores, pero estoy convencido de que en mi breve futuro, si estas sensaciones hacen cambiar mi comportamiento, no tendré inconveniente en revertir mi racional pragmatismo para asegurar que la virgen habla.
Tiene que ser así. ¡Seguro que habla!