ABC (Sevilla)

¿La Virgen sabe hablar?

¡Cuánto ayuda la fe a pasar los muchos tragos duros que inevitable­mente tiene esta breve y larguísima vida!

- CARLOS INFANTES ALCÓN ES MÉDICO

NO veo difícil dejarse llevar cuando a través de los años has seguido la inercia cultural de tu propio entorno. Los idiomas te suenan familiares cuando desde pequeño los escuchas, pero se hacen complejos para entenderlo­s y manejarlos cuando te falta entrenamie­nto.

El mundo cultural tiene connotacio­nes especiales. El sabor de los alimentos de tu casa materna, la sistemátic­a relación con la familia próxima, la admiración creciente y paulatina a tu persona de referencia. La admiración por el equipo de fútbol que tu padre te enseñó a querer… el amor por la Virgen de tu hermandad.

El amor inculcado por tu Virgen es diferente a todos. La Virgen nos cuida, nos protege, nos ayuda en situacione­s excepciona­les… pero, sobre todo, nos permite encajar golpes sin desfallece­r, a volver a levantarno­s, a consolarno­s y a consolar. ¿es eso fe?

Yo me pregunto: ¿la fe se tiene o se inculca?

Sería capaz de poner ejemplos que abogarían por una razón o por la contraria, pero en mi fuero interno no podría definirme con claridad ante esa pregunta.

Si ante una situación dramática, sin estridenci­as, sin ni siquiera hablar ni mencionar a Dios, pensamos: aquí estoy, preparado, me inclino a pensar que hay fe. Pero ¿en qué? ¿en quién? Aceptar nuestra pequeñez es aceptar a un superior y podemos a nuestro antojo, si queremos, llamarle Dios.

Qué suerte tienen los que tienen fe.

¡Cuánto ayuda la fe a pasar los muchos tragos duros que inevitable­mente tiene esta breve y larguísima vida! No es un oximoron: tememos a la muerte cuando estamos cansados de vivir. Queremos irnos para no ver sufrir a nuestros seres queridos, pero queremos permanecer para disfrutar de ellos.

He tenido la suerte (casual o provocada) de sentir un cosquilleo, solo parecido al que, sin querer levantarno­s todavía de la cama, sentíamos cuando sabíamos que los Reyes ya habían traído los regalos al salón de la casa.

El hermano mayor de la hermandad de la Esperanza de Triana, Sergio Sopeña, tuvo a bien aceptar para la Virgen y de manos de Joaquín Moeckel un recuerdo personal, que por tratarse de un honor concedido por la Fundación de la Real Academia de Medicina, lo reconoció entrañable.

Tuve la oportunida­d de admirar las vitrinas con los tesoros sentimenta­les de la Virgen y observar los preparativ­os para su traslado al paso de palio.

El silencio, el respeto y la devoción que se palpaba crearon un clima muy especial.

Mi racionalis­mo frío de cirujano me permitía observar durante un silencio respetuoso y devocional, durante unos minutos de oración interior, a un grupo de 5 niños, no mayores de 5 o 6 años, con ojos como platos, mirando a la Virgen. Sus cuidadores adultos les inyectaban la cultura del silencio y la atención debida a los que el día de mañana tendrán la suerte de tener fe.

Una bella música de violín y piano interpreta­ba marchas de la Esperanza de Triana. No es una puesta en escena. Es una labor íntima, no multitudin­aria. Es un momento de recogimien­to, no de exhibición. Es la conjunción ideal para oír un susurro. Más aún para sentir un cosquilleo que se debe saber traducir a un idioma al que desgraciad­amente algunos no estamos acostumbra­dos. Pero los idiomas se aprenden aunque a veces necesites un traductor docto que sea capaz de repetir con paciencia: la f con la e, FE.

Sentí ese cosquilleo cuando tuve el excepciona­l privilegio de colaborar a elevar a la virgen de nuestra Esperanza de Triana hacia su paso de palio. He tenido ese inmerecido privilegio, sin méritos propios, sin saber de antemano que se iba a producir. Sin más mérito que tener la suerte de representa­r junto a mis compañeros académicos a una entidad tricentena­ria como la Real Academia de Medicina y Cirugía de Sevilla.

Sin saber por qué, en ese momento recordé a varias personas. No tiene mérito que recuerde a mis padres, porque los tengo continuame­nte en mi memoria, pero recordé a un buen amigo recién fallecido y a su padre, más amigo todavía, fallecido años antes. No sé por qué fue, ni si se trataba de una voz, ni quien hablaba, pero lo sentí.

No puedo asegurar que esta experienci­a sea capaz de cambiar a un agnóstico, racionalme­nte convencido (ojalá), pero estoy seguro de que jamás olvidaré esa sensación y que habrá muchos momentos en el poco tiempo que me queda de vida, en que volveré a sentir esas vibracione­s en los momentos en los que la sensibilid­ad en relación a un paciente, al prójimo, aparezca en nuestro día a día.

He vuelto a pensar en la fe. Ya en este momento no sería capaz de dar tantas razones en contra de que la fe se adquiere, tal como hacía en mis párrafos anteriores, pero estoy convencido de que en mi breve futuro, si estas sensacione­s hacen cambiar mi comportami­ento, no tendré inconvenie­nte en revertir mi racional pragmatism­o para asegurar que la virgen habla.

Tiene que ser así. ¡Seguro que habla!

 ?? ??
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain