ABC (Sevilla)

Matinal de rejones...

La tarde se presentía de triunfo hasta que cayó la noche, como se cayó del cartel el ruan. La terna presentó el parte de baja del astifino anuncio de la lluvia

- JUAN J. BORRERO

Un día de cambios El martes ha acabado con todos los tópicos poéticos de la memoria y la Semana Santa con sus cambios de horario, orden y luces

Ni Corpus, ni la mañana de la Virgen... El frío cortaba ayer como un rejón la mañana en las puertas cofrades de la Catedral para ahondar en la herida abierta de una Semana Santa rara que cambió el pantone del cielo del Domingo de Ramos del azul al amarillo. Lagarto (catedralic­io), que diría el maestro. El claro de sol permitía a las tres hermandade­s refugiadas dejar la Seo para buscar sus templos con la premisa del rigor del penitente de volver a casa por el camino más corto. No había cartel para esta terna a destiempo. El peor programa es el que edita el Cecop por vía de urgencia. A primera hora, cuando el misterio del Señor de la Victoria paraba ante el dintel de la puerta de San Miguel esperando la hora para enfrentars­e al trago de su viaje al pasado, como un novillero se aferra a las manillas del reloj de plaza soñando su futuro, no había multitudes. Junto a la banda de la Encarnació­n, que haría doblete con su hermandad de San Benito, apenas decenas de personas esperaban la salida. Fijos y discontinu­os de camino al trabajo, jubilados de desayuno fuera, fotógrafos a los que le valía el madrugón captar la ‘ histórica’ foto, hermanos, curiosos, cofrades irredentos... todos menos los turistas. A diferencia de los vecinos, no estaban siquiera asomados a los balcones de los apartament­os del entorno. El Cristo se fue andando con la elegancia de un paseillo y la premura de las circunstan­cias, buscando el parque que cerraron los vientos a compás de marchas para alcanzar la paz de su Porvenir.

Detrás, con la inmediatez de paso en una carrera oficial indeseada de sillas apiladas, Jesús Despojado. La desnudez de su torso rebajaba la sensación térmica. La túnica blanca, impoluta, era prueba de descargo para el sanedrín que busca culpables desde el palco de las sentencias. Lo sucedido la tarde de la lluvia de barro pudo ser un error de cálculo, un pecado de euforia... pero no ha tenido consecuenc­ias serias que lamentar. En el traslado, las tres hermandade­s llevaban ayer la penitencia. El dolor que transmiten los ojos de la talla de Perea en su resignació­n se derramaba en los ojos de los muchos hermanos que caminaban tras el misterio entre los sones de música de capilla, con la Virgen de los Dolores y Misericord­ia al fondo. Todo cabía en un solo encuadre para guardar en el álbum de las desdichas de la resiliente corporació­n de Molviedro.

A la vuelta de la esquina de los siglos de la Catedral, el cortejo de los tres pasos de la Cena iniciaba desde la de los Palos, portón de la ironía, el recorrido de vuelta con la premisa de estar en Los Terceros antes de que el cerrojo marcara el inicio del Martes Santo en El Cerro. Francos ya estaba tomada por un público decidido a disfrutar de la matinal fuera de abono. El misterio de La Cena, sin música, avanzaba remolón. La Virgen, con Tejera, era otra cosa. Entró más tarde de lo previsto, justo antes del primer aviso. Las vueltas con música saben a consolació­n. En los anales quedará la crónica que no queríamos escribir.

...Tarde de expectació­n

La tarde prometía el triunfo de las cofradías sobre los radares. El martes es un jeroglífic­o cada año, que debemos administra­r en la memoria con la transparen­cia de las páginas de las ‘Holy Cards’ para poder cambiar las estampas en los casilleros. El martes ha acabado con todos los tópicos poéticos de la memoria y la Semana Santa. Entre el cambio de orden, de horarios y el de las luces de este marzo caótico sales a ver las cofradías como un señor de Cuenca.

El júbilo del Cerro regaba de flores los mejores augurios, las palomas volaron hacia las nubes buenas. En la Calzada, la muchedumbr­e saludaba brazo en alto a Pilatos bajo el yugo de la tiranía de los móviles. Ave Poncio... En San Lorenzo, la cola del besamanos del Señor se confundía con la de los que esperaban a la cofradía del Dulce Nombre, que con los cambios se ha quedado sin sobremesa. En San Esteban, la ojiva fue el ojal bíblico de San Lucas para la cofradía del celeste que añoramos para el cielo. El viento, mientras, rizaba la lámina urbana del río para convertirl­o en telegrama de la lluvia del frente Onuba.

En la Candelaria, que no quería este año más ausencias, cuando miraron al cielo vieron a Ramón Ybarra despejando nubes negras como Ramos achica balones en el área del Pizjuán, porque la cofradía nació de un milagro planetario y en San Nicolás creen en la vida eterna de sus túnicas blancas.

La tarde se presentía de triunfo hasta que cayó la noche, como se cayó del cartel todo el ruan. La terna presentó el parte de baja del astifino anuncio de la lluvia. Desde las diez a la medianoche se abría el desfilader­o de la emboscada de la que huían raudos los palios apagados para no recibir el rejón de otra matinal en la Catedral.

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// J.M. SERRANO Los pasos de la hermandad de Jesús Despojado avanzan en sentido contrario por la Avenida hacia su templo
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