ABC (Sevilla)

El milagro de Cimabue

▸ ‘La burla de Cristo’, que una nonagenari­a tuvo colgada en el pasillo de su casa, fue adquirida para el Louvre, donde se expondrá en 2025

- MARINA VALCÁRCEL

La trepidante batalla de pujas cortocircu­itaba el aire de la modesta sala de subastas en aquella ciudad de provincias francesa. En menos de diez minutos, al caer el martillo, el pequeño cuadro de Cimabue había alcanzado más de 24 millones de euros, multiplica­ndo así por cuatro su estimación inicial y batiendo un nuevo récord para una obra anterior a 1500. El nombre de Cimabue (12401302) había saltado a los titulares de la prensa francesa el 23 de septiembre de 2019 cuando, en el inventario de la casa de una señora nonagenari­a cerca de Compiègne, en el departamen­to francés de Oise, destacó una tabla aparenteme­nte sin valor en el pasillo a una cocina donde siempre había estado colgada. Los propietari­os la considerab­an «un simple icono», de esos refulgente­s que se venden en los puestos de recuerdos a la salida de alguna iglesia copta.

Los expertos de Éric Turquin se dieron cuenta de que se trataba de ‘La burla de Cristo’, de Cimabue, el maestro florentino de Giotto, del que se solo se conocen una decena de obras y que está considerad­o uno de los más grandes artistas de la época prerrenace­ntista. Cinco años más tarde, el pasado 2 de noviembre, la entonces ministra de Cultura francesa, Rima Abdul Malak, y la presidenta-directora del Louvre, Laurence des Cars, anunciaron la adquisició­n para el museo parisino de esta obra extremadam­ente rara, un hito para la comprensió­n del desarrollo de la pintura occidental. Una exultante Laurence des Cars explicaba: «La burla de Cristo es crucial en la Historia del Arte, porque marca la fascinante transición del icono a la pintura. Próximamen­te se expondrá junto a la ‘Maestà’, otra obra maestra de Cimabue que forma parte de las coleccione­s del Louvre y que actualment­e está en proceso de restauraci­ón. Ambas serán objeto de una gran exposición en la primavera de 2025».

Aguada al huevo

‘La burla de Cristo’, fechada en torno a 1280, está pintada en aguada al huevo sobre fondo dorado. Cimabue representó en ella a Cristo en uno de los episodios del inicio de su Pasión narrada por San Marcos. El artista nunca pintó temas profanos. Esta tabla formaba parte de un díptico devocional que constaba de ocho pinturas de las que sólo se conocen tres. Las otras dos son una Virgen con el Niño en el trono (National Gallery, Londres) y una Flagelació­n (The Frick Collection, Nueva York). Los ocho paneles fueron desmontado­s y recortados, probableme­nte en el siglo XIX, para su venta por separado a un mejor precio. También se redujo su espesor, lo que permite seguir por el reverso los túneles y horadados por las carcomas y gracias a ellos la conexión entre los distintos paneles. El soporte, de 25,8 por 20,3 centímetro­s, es de tabla de álamo, la va

riedad utilizada con mayor frecuencia en Florencia y coincide con la de la tabla de Londres.

¿Fue Cimabue el último gran maestro del Arte Bizantino o, más bien, el padre fundador del Renacimien­to? La respuesta es ambos, pues Cimabue parte de la deuda con la pintura bizantina, de miniaturas e iconos, mosaicos y frescos, que conquistó la Italia del Duecento para dar un salto decisivo hasta las obras más figurativa­s y evoluciona­das de la pintura renacentis­ta. Según el libro de Vasari ‘Las Vidas de pintores, escultores y arquitecto­s’, publicado unos 250 años después de que Cimabue pintara ‘La burla de Cristo’, la sorpresa del pueblo de Florencia ante este nuevo ‘lenguaje’ artístico fue colosal porque evidenciab­a la apertura de una gran ventana hacia algo nuevo que ahora insuflaba vida al arte y hacía que las obras narraran historias.

Cristo, escarnecid­o

La que aquí acontece describe el momento en el que Cristo, entre los edificios de una ciudad, es escarnecid­o por una multitud que se agolpa a su alrededor para increparlo mientras Él, en el centro, permanece sereno. La perspectiv­a de los dos edificios que enmarcan la escena es aún rudimentar­ia, con unos tejados que deberían volcar hacia otro lado. Delante de ellos, acción y movimiento se modelan a través de la masa de hombres que rodea a Cristo alzando sus brazos hacia Él. Entre las dos montañas de cabezas cuyos rostros ya se diferencia­n unos de otros, solo hay media docena a los que les pinta unas piernas. En el extremo derecho de la tabla, se distingue la silueta de un hombre con rasgos exóticos que sujeta eleganteme­nte una espada enfundada en una vaina negra con filigrana blanca. Viste capa azul y calzas en un rojo bermellón vibrante, una tonalidad que se repite en otros elementos de la escena marcando un ritmo de diagonales y rectas.

El verdadero nombre de este pintor y mosaiquist­a era Cenni (Benciviene) di Pepe y había nacido en una familia noble de Florencia en 1240. Como ocurría en aquella época trabajó en un taller como artesano antónimo, sin embargo, su nombre prefigura ya el nuevo estatus del artista independie­nte que se asocia al Renacimien­to. Introdujo el realismo óptico en pintura, aunque será Giotto (1267-1337), su discípulo, quien llegará por este camino hasta el firmamento de los revolucion­arios del arte. Vasari dejó escrito que fue él quien encendió «la primera luz al arte de la pintura», aunque añadiría que Giotto «eclipsó la fama de Cimabue al igual que una gran luz eclipsa a una mucho más pequeña».

Barrido por Giotto

En el ‘Purgatorio’, Dante (1265-1321), contemporá­neo de ambos, lamentó la pérdida del interés del público por Cimabue, barrido por el vendaval imparable de Giotto. En el siglo XIII resultaba muy difícil encontrar modelos antiguos en pintura, no había ningún equivalent­e de Vitruvio o del ‘Laocoonte’, a excepción de la Domus Aurea de Nerón. La pintura clásica no se conoció hasta el descubrimi­ento en 1748 de Pompeya. Cimabue estudió el escaso arte griego conocido y de él aprendió a pintar el drapeado de sus telas. Entre 1268 y 1271 ultimó el Crucifijo de la iglesia de San Domenico de Arezzo, pieza maestra del Duecento florentino que nutrirá gran parte de la tradición occidental que llegará hasta las crucifixio­nes de Bacon. Tras una estancia en Roma, el maestro se encuentra en Asís donde trabaja en los frescos de la Iglesia inferior (la ‘Maestà’) y en los de la Iglesia superior con escenas de la vida de Cristo y la Crucifixió­n.

El Crucifijo de la Santa Croce sufrió daños irreversib­les durante la inundación de Florencia de 1966, y el terremoto de 1997 deterioró gravemente la bóveda de los frescos de la Basílica Superior de San Francisco de Asís, pulverizan­do el San Mateo. Quizás por eso, la secuencia de los últimos eventos con el descubrimi­ento y la adquisició­n de ‘La burla de Cristo’ resulta milagrosa: una obra pintada por Cimabue en su pequeño taller florentino y anónimo allá por el ocaso de la Edad Media, cuyo hilo se perdería hasta 2019 y que, a partir de ahora, brillará en el Louvre con sus 744 años de sobrecoged­ora antigüedad.

Los ocho paneles fueron desmontado­s y recortados, probableme­nte en el siglo XIX, para su venta por separado a un mejor precio

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 ?? ?? Dos obras de Cimabue. Arriba,
‘La burla de Cristo’. A la izquierda, ‘ Virgen con Niño en trono’ (detalle)
Dos obras de Cimabue. Arriba, ‘La burla de Cristo’. A la izquierda, ‘ Virgen con Niño en trono’ (detalle)

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