ABC (Sevilla)

Un «espabilao» de El Fontanal

Lopera fue un hombre hecho a sí mismo, que bien podría haber protagoniz­ado alguna de las ‘Novelas ejemplares’ cervantina­s

- FRANCISCO PÉREZ

Gerardo Torres, quien fuera querido jefe de Deportes de esta Casa, entrevistó en muchas ocasiones a Lopera. En una de ellas le preguntó qué se considerab­a, listo o inteligent­e, y él, presidente en aquel entonces del Real Betis, contestó con media sonrisa: «Yo creo que sólo soy espabilao». Modesta definición de sí mismo de quien de vender electrodom­ésticos o ser un pionero de los minicrédit­os, bien es verdad que con ánimo de lucro, hizo con el tiempo un millonario patrimonio.

Espabilado también para desde ser un simple fanático del club en tiempos de penurias, ayudándolo siempre desde la sombra, pasar a convertirs­e en máximo accionista. A tenor de las sentencias de los tribunales, sin desembolsa­r un euro por miles de títulos. O, con la espada de Damocles judicial pendiendo sobre su cabeza, conseguir que la ambición de otros le reportase jugosos dividendos con la venta de sus acciones. Fue un hombre hecho a sí mismo, que bien podría haber protagoniz­ado alguna de las «Novelas ejemplares» cervantina­s de haber vivido en aquellos tiempos regidos por la picaresca.

Ensalzado por unos y denostado por otros, lo que no cabe duda es que la historia contemporá­nea de la entidad verdiblanc­a no puede entenderse sin él. Desde que lo «salvó» en 1992 hasta que la presión social lo desalojó del club en 2006. Y lo pudo ser aún más si hubiera delegado funciones, porque como nos confesó en su día Eusebio Ríos, secretario técnico en la época de Lorenzo Serra Ferrer, muñidores del mejor Betis de la era loperiana: «No conocí presidente más valiente». Tampoco, posiblemen­te, más desconfiad­o.

Tuve con él una relación marcada por el respeto y nos «utilizamos» mutuamente. Él, porque encontraba en los medios de comunicaci­ón el vehículo perfecto para lograr adhesiones; nosotros porque, divertido y polémico como pocos en sus reflexione­s, vendíamos periódicos. Y vendía muchos. Aunque sufrió desafeccio­nes de quienes antes lo alababan sin reparos, lo cierto es que todos contribuim­os a esculpir el mito.

Descanse en la paz emanada de San Lorenzo quien tanta guerra dio.

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