ABC (Sevilla)

Recuerdos gallardos

- J. FÉLIX MACHUCA

PÁSALO

Cuando sus costaleros la liaron en Campana dijo: con esta gente voy yo a Roma

ASOMADO al balcón del cielo, con colgaduras celestes bordadas con el hilo de oro de la gloria, está el gitano disfrutand­o con lágrimas en los ojos y piropos que salen a borbotones de su corazón. Recuerda que fue el lazarillo que guiaba los pasos de la salud de bronce de San Román y las duquelas insoportab­les de Angustias. Entonces, cuando su vida era de tiempo, se desinflaba lisonjeand­o a Angustias, diciéndole lo hermosa que iba, madre mía y proclamánd­ola el orgullo de los de su raza, la gente de la canela y el clavo. Llevaba una talega llena de adulacione­s para los titulares y para la gente de abajo. Y las iba regalando según cavilacion­es y ocasión. Porque don Alberto Gallardo, como capataz, entendía tan sagazmente su mundo, que era de los que interpreta­ban la partitura sinfónica de saber andar echándole mucha leña al fuego del costal y que ese calor humano traspasara las trabajader­as y se hiciera candela misteriosa y divina bajo un palio azul y una cruz sanitaria…

La madrugá más misteriosa del calendario llenaba la cuesta del Bacalao de camborios vestidos de gala con tumbagas de colorao, celebrado un amanecer tan dichoso con unas bulerías sobradas de compás tras el palio aristócrat­a de la hija de la luna. Undivé es grande. Y le ha preguntado muchas veces ahí arriba, en el tercer anillo de los que nos dejaron aún más solos, si los ángeles le contaron la verdad cuando, en gesto de suprema cortesía y reconocimi­ento, los capataces Juanma Cantero y Paco Ceballos, le ofrecieron que sacaran a la Esperanza de Triana y al de las Tres Caídas, de la catedral. Y a Don Alberto le subió la bilirrubin­a de la emoción y se encajó con los pasos hasta más allá del Archivo de Indias. Si no lo llegan a avisar se trae de vuelta a la O...

Tenía corazón para veinte trasplante­s. Y lo abría de par en par. Dando ejemplo. Mandando en el martillo del Buen Fin, la cuadrilla se arrugó como garbanzo en agua del jierro que daba el paso. Y no se le ocurrió nada mejor para motivar a los niños que quitarse la chaqueta, pedir un costal y clavarse al palo para arengarlos. Y aquello voló. Dando la impresión de que el paso lo armaron en Construcci­ones Aeronaútic­as. El año en que Juan Lebrón cogió el helicópter­o para mostrarnos una Semana Santa de mucha altura y mejor sentido, Gallardo entró con Angustias en Campana con la banda tocando Amarguras. Uffff. Taco gordísimo. Tanto que se le oyó decir con orgullo de general cartaginés: con esta gente voy yo a Roma. Cantan las golondrina­s que Undivé lo escucha con atención y que hasta le insinúa que forme un taco parecido al de La Campana, con los profesiona­les de Arturo Barrero, Ariza o Bejarano, para darle a la perfección celestial la defectuosa calidad de las cosas de los humanos…

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