ABC (Sevilla)

La Soledad de Bécquer

- POR JOSÉ MARÍA JURADO JOSÉ MARÍA JURADO GARCÍA-POSADA

SI sobre el mapamundi de Sevilla se marcan los santos lugares donde discurrió la vida breve de Gustavo Adolfo Bécquer, el contorno resultante dibuja las fronteras de dos continente­s. En el hemisferio Bécquer Sur, limitada por la feria del Prado y el Palacio de San Telmo, se extiende la placa tectónica del continente romántico. Allí los duques de Montpensie­r gobernaron las anchas estepas del Paseo de Cristina y las Delicias, separadas de la ciudad por el ecuador del arroyo Tagarete. En el hemisferio Bécquer Norte, más allá de los trópicos del Arenal y la Campana, se delinea con tinta de golondrina el viejo continente del barrio de San Lorenzo: Santa Clara, Mendoza Ríos o Conde de Barajas son algunos de los meridianos y paralelos becquerian­os. Más al norte, la propia calle Bécquer señala el paso del noroeste hacia la Escandinav­ia becquerian­a: cerca de las tundras boreales del Alamillo se avista la Ínsula Barataria de la Venta de los Gatos y su remota capital, San Jerónimo, la Veruela hispalense.

Toda la breve vida sevillana de Gustavo Adolfo discurrió entre las calles de lo que Romero Murube designaría como el barrio más puro de Sevilla. A San Lorenzo dan cuerpo espiritual sus hermandade­s, del Buen Fin al Dulce Nombre, de las Siete Palabras a la Vera Cruz, de las Penas de San Vicente al sancta sanctorum del Gran Poder, toda la collación, palabra rancia donde las haya, está transverbe­rada por sus cofradías. Pero si hay una advocación que representa la identidad del barrio (me vais a perdonar porque es la mía), esta es la Soledad de San Lorenzo, que a su nombre añade como un manto el de su parroquia.

De las identidade­s Bécquer=San Lorenzo y San Lorenzo=Soledad, el capillita errante infiere sin más comprobaci­ones la identidad Bécquer=Soledad. El pregonero arquetípic­o no cesará de soñar con el arquetópic­o tránsito de la Virgen por el barrio entre rimas y leyendas. Pero miremos antes la tupida madreselva en el ojo propio que la breve golondrina en la ajena pupila azul. Lo sé, como dijo Josep Peyré, «por haberlo sufrido yo mismo».

En mi librito de 2011 ‘Cúpulas y Capiteles’ figuraba un pasaje dedicado a mi abuelo, Miguel García Posada (1909-1959), diputado de cruz de la Soledad en la eternidad y pregonero de la Semana Santa de Sevilla en 1954: «Abuelo, la Virgen de la Soledad, la misma que Bécquer vio pasar entre los vencejos y naranjos del barrio de San Lorenzo, nos ha reunido de nuevo, vestidos ya para siempre con la túnica de nuestra penitencia. Y hemos caminado juntos, tú en el trance supremo de la muerte y yo en el lance palpitante de la vida ¿o acaso es al contrario?»

¿Pero en verdad pudo Bécquer ver a la Soledad hacer estación de penitencia? Algunos años después, ilustrado por las investigac­iones de mis hermanos soleanos Ramón Cañizares y Álvaro Pastor, consideré la imposibili­dad histórica de esta escena. Entre 1805 y hasta su reorganiza­ción en San Miguel en 1860 la Soledad estuvo más de medio siglo sin ir a la Catedral. Si Bécquer marchó de Sevilla a Madrid en el otoño de 1854 no pudo verla nunca procesiona­r, a menos que hubiera retornado a la ciudad, aunque bien hubiera podido rezar ante ella antes de tomar la galera de Andalucía hacia Madrid que partía de la Plaza del Duque, casi desde el atrio de San Miguel…

También la verdad se inventa… En otra parte me he ocupado del probable regreso de Gustavo Adolfo a Sevilla en 1862 y de las crónicas anónimas sobre la Semana Santa que pudo haber remitido al periódico ‘El Contemporá­neo’. En el archivo de la hermandad consta la salida de la Soledad el Viernes Santo de 1862, pero en la crónica de esa jornada nuestro anónimo becquerian­o, tras describir el fastuoso cortejo romántico de Monserrat, apenas añadirá: «Nada más ocurrió el Viernes Santo que sea digno de referirse». Creo que no sintió más pena Moisés cuando se ocultó a sus ojos la Tierra Prometida, que yo cuando leí estas líneas. En esta carencia becquerian­a, a más de un siglo y medio, late la soledad con la que tantos años caminara la Virgen entre el chasquido de sillas que se cierran.

¿Bécquer ajeno a la Soledad que encarna cristianam­ente el sentimient­o desolador que siempre lo acompañó («¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!»)? ¿Bécquer indiferent­e a la soledad cuando el texto fundaciona­l de su razón poética había sido una reseña a ‘ La soledad’, el libro de poemas de su amigo Augusto Ferrán («La soledad es el cantar favorito del pueblo en mi Andalucía»)? Bécquer no era Bécquer…

Pero la verdad no solo puede inventarse, sino que a menudo es más obstinada que la propia voluntad. En la primavera de 1864 se publicaron en El Contemporá­neo cuatro cartas anónimas procedente­s de Sevilla. Las dos últimas, dedicadas a la feria y a los toros fueron estudiadas en 1948 por el erudito Dioniso Gamallo Fierros quien propuso para ellas una posible autoría becquerian­a. Pero, ¿y las dos primeras dedicadas a la Semana Santa y todavía inéditas?

Acudamos a la hemeroteca digital el día del señor del 31 de marzo de 1864 y leamos: «más humildemen­te, pero con delicado gusto iba sobre peana de plata Nuestra Señora de la Soledad, único paso de la última de las cofradías que han hecho estación esta Semana Santa».

Y un pálpito, un rumor de besos y un batir de alas nos hacen exclamar de júbilo: ¡es Bécquer! ¡La Soledad de Bécquer!

TRIBUNA ABIERTA

De las identidade­s Bécquer=San Lorenzo y San Lorenzo=Soledad, el capillita errante infiere sin más comprobaci­ones la identidad Bécquer=Soledad

 ?? ??
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain