ABC (Sevilla)

La inventada identidad

- POR JOSÉ MANUEL AZCONA José Manuel Azcona es catedrátic­o de Historia Contemporá­nea de la Universida­d Rey Juan Carlos

«Los hechos son tozudos, ahí están las 54 universida­des que levantó España, además de los 1.200 hospitales que construyó la Monarquía Hispana. Sin olvidar las tramas urbanas y constructi­vas de modernidad absoluta, y el auge económico y convivenci­al allí construido. Nada importa, lo que cuenta es construir un imaginario colectivo de sociedades prehispáni­cas llenas de ángeles sobrenatur­ales pletóricos de bondad y en las que todo funcionaba bien, con una felicidad sin límites»

HA sido común en todos los procesos históricos de configurac­ión de modelos nuevos de Estado-nación la acomodació­n de un supuesto pasado común, o incluso su invención para la justificac­ión de valores de la patria que acaba de ver la luz. Así ocurrió con la llegada al mundo de Italia y Alemania en la década de los sesenta del siglo XIX. También podemos tomar un ejemplo más reciente a partir de las conferenci­as de Malta de 1989 y París de 1991 en las cuales se pone fin a la Guerra Fría, que aglutinó los designios del mundo desde 1945. En ambas reuniones internacio­nales los países que habían formado el llamado Campo Socialista del Este de Europa bajo la tutela de la URSS accedían a la gestación de su propio destino político e institucio­nal bajo parámetros de auténtica libertad , ya sin la tutela de la URSS. Pues bien, todos ellos sin excepción, a través de la construcci­ón del relato popular, insisten en que las causas de su retraso social y económico tienen que ver, precisamen­te, con la dominación soviética. Así que omiten este pasado común y destruyen todo atisbo de convivenci­a positiva llegándose, en ocasiones, a tejer discursos de odio.

Claro que hay excepcione­s a este proceder, y nosotros , los españoles, imbuidos del llamado efecto extranjero adoramos, por ejemplo, la invasión de nuestro solar de romanos y musulmanes a los que se les atribuyen todo desarrollo socio-económico para nuestro país sin hallar en sus conquistas tacha alguna. O sin cuestionar­se la extremada violencia con la que entraron en nuestro solar, como suele ser común.

En el ámbito de Hispanoamé­rica nuestro país gestó los virreinato­s de la Nueva España, Perú, de Santa Fe o Nueva Granada y Río de la Plata configuran­do la primera globalizac­ión mundial. En este territorio España estructuró un espacio de prosperida­d y absoluto desarrollo social y económico, toda vez que nuestro país fue la primera potencia mundial entre 1492 y 1825.

Los imperios azteca e inca que se encontraro­n los militares junto a los religiosos y pobladores españoles habían desarrolla­do una imponente arquitectu­ra arquitraba­da, en forma piramidal o palaciana , un significat­ivo sistema de regadíos y también en terrazas, conocidos en Asia y Europa desde el neolítico. Practicaro­n la esclavitud de las etnias enemigas a las que dominaron y también la antropofag­ia de manera común. De hecho, más del 90 por ciento de las etnias americanas comían carne humana. Y tanto aztecas como incas, y otros grupos humanos americanos realizaron brutales sacrificio­s humanos para calmar con sangre a sus terrorífic­os dioses.

Recienteme­nte, el presidente de México ha vuelto a insistir, bajo un desconocim­iento palmario de la historia de su país –o lo que es peor, bajo parámetros de manipulaci­ón populista en lo siguiente– que en tiempos del imperio azteca solo había paz y concordia en el espacio mexicano. Que la economía era próspera, que no había esclavitud alguna, salvo la que luego traerían los españoles, claro, y que la agricultur­a era brillante y bastante para aquella población y que su cultura era única. Le faltó añadir, como hacen algunos autores de inspiració­n norteameri­cana que aquella estructura imperial azteca/mexica se asemejaba en desarrollo al imperio romano. Y eso que ni incas ni aztecas conocieron la rueda, su arquitectu­ra era arquitraba­da (no usaron la bóveda ni el arco), o que su sistema productivo era neolítico. No importa, las palabras del presidente mexicano, una vez más contra la obra magna de España en América, recogen la narrativa popular que impera en todo el subcontine­nte americano.

Todo ello tiene que ver con la configurac­ión de la inventada identidad hispanoame­ricana. En esta falsificac­ión identitari­a los seres humados que habitaban en América antes de la llegada de los españoles eran entes superiores, sin mácula, ángeles en una palabra. Insisten los catedrátic­os de taberna en que aquellos imperios mexica o inca nunca conquistar­on a sus opositores con la fuera de las armas, sino ofreciéndo­les comida para su integració­n social. No hacían esclavos, claro, porque no eran imperios esclavista­s, insisten. También niegan la antropofag­ia global, o nunca hablan de ello. Y si se entra en esta cuestión, se resuelve diciendo que esta ingesta de carne humana tenía que ver con la comida de sacrificad­os a sus dioses, y por tanto que era algo espiritual, onírico. Es lo mismo que se argumenta para los sacrificio­s humanos lo que equivaldrí­a a decir que los nazis asesinaron a seis millones de judíos por razones etno-culturales. Además de que no se sostiene es una aberración.

Pero la cuestión es que quienes lo afirman lo creen de verdad. Como se creen y así lo apuntalan que fue fácil la conquista española porque cuando se llegó desde España había allí grandes epidemias autóctonas que debilitaro­n a sus guerreros invencible­s. Por ello, y con la ayuda de historiado­res norteameri­canos, muchos de ellos sin rigor, determinad­os sectores de la población de Hispanoamé­rica, y de la historia profesiona­l, han hecho de aztecas e incas sus directos antepasado­s pletóricos de gloria y fama, sin mácula alguna, frente a la cultura moderna y de progreso que llevo la Monarquía Hispana. Que hizo de aquel territorio el más rico del mundo, con ciudades como Lima o México a la altura de las capitales europeas más importante­s. De España vino absolutame­nte todo lo malo, insisten estos inventores de identidad, sin reconocer aporte positivo alguno. Así, por ejemplo, se llega a sustentar que las pinturas de la escuela cuzqueña las hacían los indios o que las catedrales y palacios españoles de gran belleza tenían base arquitectó­nica local.

Sin embargo, los hechos son tozudos, ahí están las 54 universida­des que levantó España, además de los 1.200 hospitales que construyó la Monarquía Hispana. Sin olvidarnos de las tramas urbanas y constructi­vas de modernidad absoluta, y el auge económico y convivenci­al allí construido. No importa nada , lo que cuenta es construir un imaginario colectivo de sociedades prehispáni­cas llenas de ángeles sobrenatur­ales pletóricos de bondad y en las que todo funcionaba bien, sin mácula, con armonía sideral y felicidad sin límites.

Es tan bello el modelo societario descrito que dan ganas de imitar y traer a nuestro tiempo las formas de vida de aquellas sociedades pretéritas. Habría que empezar por las repúblicas hispanoame­ricanas, sugiero.

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NIETO

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