Reconstrucción
La auténtica Semana Santa es una abstracción de emociones idealizadas, inmunes a la decepción, el olvido o la distancia
SI te gusta la Semana Santa y este año la lluvia no te ha dejado vivirla, recuerda que esta fiesta es sobre todo el pálpito de una memoria, de una secuencia de emociones íntimas. Y que la verdadera celebración la llevas prendida dentro de ti como una especie de superposición de experiencias acumulativas que se remontan al tiempo en que empezaste a entender el significado de las cofradías. La Semana Santa nunca es la misma, ni se pliega a ninguna rutina porque evoluciona al compás de la vida, pero más allá de los detalles circunstanciales, esos pequeños pormenores que sólo son perceptibles para los muy ‘capillitas’, como los llamamos en Andalucía, hay en ella un curso de continuidad sustancial que cada uno vincula con su propia biografía. Bajo su arquitectura simbólica, que siempre parece idéntica aunque en realidad no lo sea, permanece dibujado un mapa sentimental en cuyas coordenadas reconocemos las huellas de nuestra existencia. Y aunque alguna vez creamos haberlo extraviado, aunque estemos en otro lugar, aunque la climatología obligue a las hermandades a permanecer en sus iglesias, aunque ni siquiera sea posible salir a la calle como ocurrió en la pandemia, todo el que ha recorrido esa ruta secreta a través de la devoción religiosa o de la fascinación estética conoce la manera de volverla a transitar mediante la evocación de su esencia. Con la pureza incólume de una abstracción perfecta.
Por eso, después de haber rezado tanto para que lloviera, no vas a reprocharle a Dios que haya dejado la fecha en manos de la naturaleza. Y porque sabes que la Semana Santa son también esos nazarenos con la túnica empapada que regresan «por el camino más corto» a su casa, o las plegarias de los hermanos resignados ante las imágenes sacras de los titulares de la procesión cancelada. Porque has aprendido a leer ese libro sin páginas donde está escrita tu propia historia desde aquella infancia en que estos días te parecían una aventura entre sugestiva y dramática. Porque eres consciente de que el paisaje de tus recuerdos esenciales está a salvo entre los pliegues de tu alma. Porque, en definitiva, hace mucho que comprendiste que en el fondo se trata de un rito de reconstrucción idealizada que tú mismo levantas a partir de una poética invulnerable a la decepción, la soledad, el olvido o la distancia. De tal manera que cuando te sientes incómodo ante los avatares contemporáneos –la crisis del modelo, la saturación urbana, la banalización irrespetuosa del canon clásico– te basta con rescatar en tu propia conciencia los fundamentos espirituales o los instantes de plenitud plástica que allí quedaron grabados. Ellos te devuelven la certidumbre de una estructura profunda incólume a los fracasos de nuestra condición de seres en tránsito.