ABC (Sevilla)

La procesión íntima

Ojalá los jóvenes que buscan ‘likes’ comprendan que para creer en alguien no es necesario el lucimiento público

- JM NIETO Fe de ratas MANUEL CONTRERAS

Alo mejor todo esto tiene un sentido, vaya usted a saber. Los caminos del Señor son inescrutab­les. La borrasca ‘ Nelson’ –se tenía que llamar como el almirante británico que nos derrotó en Trafalgar– ha hundido la flota de nuestras ilusiones y ha dejado a Sevilla prácticame­nte sin Semana Santa. Sin la Semana Santa al uso, habría que matizar, porque la conmemorac­ión de la Pasión de Cristo va mucho más allá de las procesione­s, los vítores, las saetas y las marchas. La meteorolog­ía no borra la fiesta, solo nos ha aboca forzosamen­te a una celebració­n íntima. No es lo mismo visitar un paso en la penumbra de su iglesia que contemplar­lo entre la multitud mientras transita por la calle; la procesión es un espectácul­o compartido, pero la visita a iglesia tiene algo de intromisió­n, de invasión de un espacio que no nos pertenece. En la calle el cristiano se siente espectador, pero en el templo se percibe casi como un intruso, un siervo que ha tenido la osadía de entrar en la Casa del Señor. Allí la plegaria es más personal, matizada con un estremeced­or sentimient­o de privacidad.

¿Y si ese fuera el mensaje? En una sociedad que ha perdido el sentido de la intimidad y que ha normalizad­o el exhibicion­ismo como elemento de vertebraci­ón social, esta Semana Santa de obligada reserva tiene algo de simbólico. Las hermandade­s han optado por renunciar a la exposición pública y resguardar a sus imágenes. Renunciar a salir significa renunciar a los aplausos de la multitud, al lucimiento de los pasos, a las habilidade­s de los costaleros, a los flashes de la prensa. No hay cofradía que no estuviese ansiosa por compartir su devoción con la ciudad, pero este sacrificio tiene algo de ejemplo, de lección de humildad y reivindica­ción del carácter íntimo de la Fe. Como si alguien quisiera recordarno­s que no es imprescind­ible mostrarse al público para renovar la fidelidad de quienes siguen el camino de Cristo.

Me gustaría pensar que algunos de esos jóvenes cuya autoestima depende del número de ‘likes’ que acumulan sus fotografía­s haciendo morritos o sus vídeos rodeados de oropel han descubiert­o en esta Semana Santa el valor de la privacidad, de una oración a solas ante una imagen. Que se hayan plantado sobrecogid­os frente a una talla y hayan comprendid­o que la procesión es solo una parte, y no la más importante, de esta fiesta que conmemora la vida y muerte de Jesús. Que hayan reflexiona­do sobre la idea de que para creer en alguien no es necesario el lucimiento público ni el aplauso de los demás.

Esta Semana Santa de recogimien­to forzado invita a una procesión íntima, a realizar ese repaso por nuestra vida personal que la vorágine diaria nos impide realizar. Recorrer nuestras estaciones vitales y meditar sobre si caminamos en la dirección correcta. Aprovechem­os estos días sin procesione­s para realizar un ejercicio de instrospec­ción. Verán como después de todo ‘Nelson’ ha dejado algo más que frustració­n cofrade y agua para los pantanos.

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