La procesión íntima
Ojalá los jóvenes que buscan ‘likes’ comprendan que para creer en alguien no es necesario el lucimiento público
Alo mejor todo esto tiene un sentido, vaya usted a saber. Los caminos del Señor son inescrutables. La borrasca ‘ Nelson’ –se tenía que llamar como el almirante británico que nos derrotó en Trafalgar– ha hundido la flota de nuestras ilusiones y ha dejado a Sevilla prácticamente sin Semana Santa. Sin la Semana Santa al uso, habría que matizar, porque la conmemoración de la Pasión de Cristo va mucho más allá de las procesiones, los vítores, las saetas y las marchas. La meteorología no borra la fiesta, solo nos ha aboca forzosamente a una celebración íntima. No es lo mismo visitar un paso en la penumbra de su iglesia que contemplarlo entre la multitud mientras transita por la calle; la procesión es un espectáculo compartido, pero la visita a iglesia tiene algo de intromisión, de invasión de un espacio que no nos pertenece. En la calle el cristiano se siente espectador, pero en el templo se percibe casi como un intruso, un siervo que ha tenido la osadía de entrar en la Casa del Señor. Allí la plegaria es más personal, matizada con un estremecedor sentimiento de privacidad.
¿Y si ese fuera el mensaje? En una sociedad que ha perdido el sentido de la intimidad y que ha normalizado el exhibicionismo como elemento de vertebración social, esta Semana Santa de obligada reserva tiene algo de simbólico. Las hermandades han optado por renunciar a la exposición pública y resguardar a sus imágenes. Renunciar a salir significa renunciar a los aplausos de la multitud, al lucimiento de los pasos, a las habilidades de los costaleros, a los flashes de la prensa. No hay cofradía que no estuviese ansiosa por compartir su devoción con la ciudad, pero este sacrificio tiene algo de ejemplo, de lección de humildad y reivindicación del carácter íntimo de la Fe. Como si alguien quisiera recordarnos que no es imprescindible mostrarse al público para renovar la fidelidad de quienes siguen el camino de Cristo.
Me gustaría pensar que algunos de esos jóvenes cuya autoestima depende del número de ‘likes’ que acumulan sus fotografías haciendo morritos o sus vídeos rodeados de oropel han descubierto en esta Semana Santa el valor de la privacidad, de una oración a solas ante una imagen. Que se hayan plantado sobrecogidos frente a una talla y hayan comprendido que la procesión es solo una parte, y no la más importante, de esta fiesta que conmemora la vida y muerte de Jesús. Que hayan reflexionado sobre la idea de que para creer en alguien no es necesario el lucimiento público ni el aplauso de los demás.
Esta Semana Santa de recogimiento forzado invita a una procesión íntima, a realizar ese repaso por nuestra vida personal que la vorágine diaria nos impide realizar. Recorrer nuestras estaciones vitales y meditar sobre si caminamos en la dirección correcta. Aprovechemos estos días sin procesiones para realizar un ejercicio de instrospección. Verán como después de todo ‘Nelson’ ha dejado algo más que frustración cofrade y agua para los pantanos.