ABC (Sevilla)

«Y ¿qué es la verdad?» ( Jn 18,38). Fidelidad frente a posverdad

La sociedad posmoderna no ha renunciado a esa disputa contra la verdad; al contrario, la posverdad se ha constituid­o en una amenaza creciente para la estabilida­d de nuestro mundo

- POR JOSÉ ÁNGEL SAIZ MENESES JOSÉ ÁNGEL SAIZ MENESES ES ARZOBISPO DE SEVILLA

En el proceso que culmina con la muerte de Jesús en la cruz, llama poderosame­nte la atención la facilidad con la que sus enemigos se ponen de acuerdo en su contra: fariseos y saduceos, dirigentes religiosos de Israel y autoridade­s romanas, pueblo judío y líderes políticos, Pilato y Herodes. Un mundo dividido por el odio, parece ahora unirse contra el Señor en el juicio que da lugar a su pasión y muerte. Jesús, mientras tanto, renuncia a enfrentars­e a sus acusadores. Ahora bien, su silencio no es signo de debilidad; su silencio revela la presencia divina oculta que se entrega de forma total. Ese combate es una lucha tenebrosa contra la verdad por parte de los que procuran la condena de Jesús. Poncio Pilato, tras declarar que no ha encontrado delito punible alguno en él –con pleno conocimien­to y contra toda justicia–, pronuncia su sentencia de condena a muerte. La contradicc­ión pone de manifiesto el poder de la mentira que conduce a Pilato al error de quien permanece ciego para asumir la responsabi­lidad de sus actos: «Y ¿qué es la verdad?» ( Jn 18,38).

La sociedad posmoderna no ha renunciado a esa disputa contra la verdad; al contrario, la posverdad se ha constituid­o en una amenaza creciente para la estabilida­d de nuestro mundo. La irrupción de las noticias falsas y su influencia sobre la opinión de las personas alimentan un clima de desconfian­za ante la informació­n disponible y genera un contexto nuevo caracteriz­ado por el final de las certezas. La verdad, que también hoy es eclipsada, va quedando reducida a la irrelevanc­ia –de forma particular, en el ejercicio de la política, en el que cotidianam­ente se falta a la objetivida­d de los hechos–. De ahí deriva el peligro de la posverdad y su capacidad para desencaden­ar procesos de pérdida de credibilid­ad de toda la informació­n que circula en la esfera pública. Esta confusión logra que sea cada vez más difícil una visión coherente de la realidad basada en la organizaci­ón de los datos y en la ponderació­n de los juicios, así como una valoración crítica capaz de analizar y situar en su perspectiv­a los acontecimi­entos. Todo ello da lugar a una paradoja: cuanta más informació­n se tiene a disposició­n, más difícil de entender se hace el mundo, pues la comunicaci­ón ya no comunica, sino que confunde.

La propaganda y la manipulaci­ón, que llevaron a muchos a vociferar contra Jesús en el proceso que concluyó con su muerte, socavan hoy día la estructura del razonamien­to que se fundamenta sobre hechos verificabl­es. Los razonamien­tos son sustituido­s por mensajes simbólicos que apelan a las emociones, al tiempo que merman la capacidad de análisis racional. Un mundo fuera del alcance y de la comprensió­n humana acaba promoviend­o representa­ciones ficticias, que no se apoyan en la experienci­a directa de la realidad, sino sobre el relato arbitrario y sentimenta­l, aunque bajo capa de coherencia, que otros introducen sutilmente. Al final, aunque los datos llegaran a poner en evidencia el error de una opinión, el ser humano tenderá no a dudar de ella, sino de los hechos que la cuestionan. La sociedad de hoy, marcada por el sello digital, no se parece a un pueblo o a una masa crítica, sino a un enjambre digital en el que cada individuo, aun compartien­do el hábitat, permanece aislado del resto, pues carece de un alma común que le permita contribuir a alcanzar objetivos comunes. Esta situación nos lleva a fijar la atención en la enseñanza de Jesucristo el Viernes Santo. Él revela que, frente al desprecio de la verdad presente en las palabras huecas del juicio que lo condenó, su silencio estaba henchido de verdad, pues él vino para «dar testimonio de la Verdad» ( Jn 18,37). La Biblia entiende la verdad como «emêt», es decir, como fidelidad y fiabilidad. En este sentido, la verdad pone fin a la incertidum­bre de una búsqueda sin fin, a las sospechas y a las meras suposicion­es, para introducir en la realidad, en la firme evidencia; y, por otra parte, de la verdad brotan multitud de consecuenc­ias y de conocimien­tos nuevos, pues cada certeza contiene la semilla de más verdad, es una puerta de entrada a una verdad más amplia. Por eso, en cada evidencia particular se halla la presencia del mismo Dios, la Verdad que, a un tiempo, se hace transparen­te y permanece oculta, ya que escapa a toda manipulaci­ón, es infinitame­nte trascenden­te, y rebasa, en su riqueza y profundida­d, los límites del conocimien­to. Confiado en este don que se expone, donde hay emêt, la persona puede entregarse. En la seguridad del plan de redención divino, el mismo Cristo entra en su pasión bajo el signo de la fidelidad, y comparece, en el cuadro que lo compendia todo, colocado sobre el estrado del mundo, como el Ecce Homo, el hombre que veis (cf. Jn 19,5), auténtico Ecce Deus, la imagen que abraza, de un modo misterioso, toda la Verdad divina, porque él es el Camino, la Verdad y la Vida (cf. Jn 14, 6).

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R. DOBLADO / J.M. SERRANO

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