Mesa de Diálogo
Se respira un ambiente agridulce, una impotencia provocada por el mal tiempo y sus consecuencias que está derivando en ajustes de cuentas
ES innegable que esta Semana Santa está invitando a hacer una triple reflexión. Una por parte de algunas Hermandades, que han jugado en la fina línea que separa el coraje de la imprudencia, llegando, en algunos casos, a traspasarla. Otra, por parte del Ayuntamiento, cuyo dispositivo se ha visto totalmente sobrepasado. Sí, siempre ha habido bullas y tapones, es parte de la tradición, pero desde luego que la organización solo puede, y ni eso, empatar con la de los anteriores gestores. Y la última pensada, la que está en nuestra mano, debe venir por parte del ciudadano, el que se viste de nazareno y el espectador.
Se respira un ambiente agridulce, una impotencia provocada por el mal tiempo y sus consecuencias que está derivando en ajustes de cuentas, pellizcos de monjas y lanzamientos de trastos a la cabeza en la muy noble y mariana sosiedá sevillana. Están los agoreros, puritanos de sus puros el Domingo de Resurrección en la Maestranza — a los que les llega para eso, que no son todos, y ya saben que no hay nada más ridículo que un nota con ínfulas de noble— que anuncian la inminente muerte de la semana grande tal y como la conocemos, y están los «tengoderecho», que acampan con sus sillitas taponando las calles, se jalan tres paquetes de pipas y se cabrean si el Misterio no hace el serruchito. Los primeros llaman catetos a los segundos, los segundos llaman señoritos a los primeros. Son así, sin darse cuenta dejan en un segundo plano el sentido de lo que se celebra y se enzarzan. Ellos, los dos grupos, también son parte de esto, siempre lo han sido, solo que ahora se potencia la gresca con las redes sociales, que fomentan la instantaneidad, dan la posibilidad de colgar vídeos que corren como la pólvora de gente irrespetuosa queriendo llamar la atención y son el campo de batalla perfecto para todas esas conversaciones que antes se quedaban en los bares. A ver, que yo no viví esa época analógica, pero que carajotes, bravuconadas, envidias y cargas ha habido siempre.
Sin embargo, paradójicamente, también en las redes sociales hemos visto la cara bé de esta Semana Santa, la que nos reconcilia y nos recuerda de qué va esto. Ahí está esa estampa de la gente de las sillas de la Constitución cobijando con sus paraguas a los monaguillos del Buen Fin y ahí ha estado el arzobispo Sainz Meneses, con sus certeras e improvisadas homilías, alejando a la Iglesia de esa imagen seria y bronca, comprendiendo al sevillano mejor que el propio sevillano. Por aquello de que estuvo muchos años en Cataluña, sería la figura perfecta para ejercer de mediador en la, cada vez más necesaria, Mesa de Diálogo cofrade. En pos de la convivencia, que diría aquel.