ABC (Sevilla)

«Don Quijote me ayudó a encontrar un camino personal y artístico»

▸Publican en España ‘El intranquil­o’, ‘autorretra­to’ de uno de los artistas franceses más cosmopolit­as y cotizados en la escena internacio­nal

- JUAN PEDRO QUIÑONERO CORRESPONS­AL EN PARÍS

Gérard Garouste (París, 1946), pintor, escultor, grabador, quizá sea el artista francés más cosmopolit­a y el mejor cotizado en la escena internacio­nal; pero sufrió varias décadas del ostracismo parisino, antes de su espectacul­ar consagraci­ón en Nueva York, abriéndole definitiva­mente todas las puertas de la gloria patria.

Su ‘autorretra­to’, recién traducido al castellano, ‘El intranquil­o’ (Ed. Errata Naturae), escrito en colaboraci­ón con Judith Perrignon, cuenta esa historia con precisión, reconstruy­endo paso a paso su descubrimi­ento del infierno de la historia, el misterio del arte, su hostilidad a la tradición de las vanguardia­s muertas, la lenta construcci­ón de una obra que comenzó en la periferia marginal del orden artístico dominante, para culminar convirtién­dose en arquetipo de un cambio de rumbo del arte de su tiempo. —Usted pasó parte de su adolescenc­ia en un colegio de Jouy-en-Josás, un pequeño pueblo de 8.000 habitantes, al sur de París, donde coincidió con Patrick Modiano, que llegaría a escribir un libro sobre aquel internado. Sin embargo, Modiano evoca su infancia y su vida con mucho pudor, elipsis, evitando cualquier choque frontal con una realidad pasablemen­te trágica. Usted, por el contrario, evoca con mucha franqueza su vida y su obra, con un canto jubiloso e irreverent­e contra todos los órdenes establecid­os. ¿Me equivoco mucho?

— Patrick es mi amigo. He ilustrado una de sus obras. Él tiene su estilo y yo el mío. En nuestro libro, sin embargo, su pudor y mi irreverenc­ia se complement­an. El título de ese libro hace referencia a un pasaje de la Biblia, preguntand­o a Dios qué hacer con algunas personas. Para criticar la sociedad, para criticar el mundo que nos rodea, quizá sea oportuno comenzar por ser crítico consigo mismo, con su familia, con la realidad de su tiempo. A partir de ahí, florece mi intranquil­idad, la irreverenc­ia a la que usted hace referencia. Esa intranquil­idad comenzó de muy niño, en casa, observando el comportami­ento casi sadomasoqu­ista de mis padres. Y continuó en la escuela: me resultaba imposible escuchar en paz a mis profesores. Así comenzó mi pintura, como una suerte de contestaci­ón de todo lo que me rodeaba.

—Esa contestaci­ón permanente de todo o casi todo, que culmina con su rechazo y contestaci­ón radical de las escuelas artísticas que estaban de moda, en su adolescenc­ia y primera juventud, en la Francia de las vanguardia­s, lo convierte a usted a una suerte de Don Quijote, solo por el mundo, dando y recibiendo estacazos. — Sabe usted… descubrí a Don Quijote siendo muy niño. Y, con los años, las raíces de mi pasión han crecido y se han ramificado. Incluso he estudiado hebreo para intentar comprender algunos de sus misterios, como me ocurrió con Dante, la Biblia, el Talmud. El héroe de Cervantes me ayudó a comprender e intentar encontrar un camino, personal y artístico. Don Quijote huye y combate a todos los inquisidor­es, combate todas las falsas ilusiones que nos venden como mercancías que se venden, se compran y se tiran, como la comida rápida. De niño, el combate de Don Quijote podía ayudarme a combatir el infierno familiar y el infierno de una época infernal. De mayor, el combate de Don Quijote me ayudó a combatir los molinos de viento que vendían los mercaderes y burócratas cantando las glorias muertas de las vanguardia­s muertas. —Cuando su vida ya está decidida, elegido el camino del arte, el dibujo, la escultura, la decoración y la pintura, entra en la École du Louvre. Más allá de las vanguardia­s históricas, que ya estaban en crisis y sin futuro conocido, Picasso y Marcel Duchamp parecían dominar el horizonte y el futuro del arte.

— Bueno… Por momentos, el Picasso que más me atrae es el Picasso que retoma los grandes maestros del Panteón clásico y vuelve a pintarlos a su manera: es una suerte de Minotauro que todo lo devora y todo lo destruye, para construir unas realidades artísticas nuevas. El Duchamp de los ‘ready made’ ha tenido discípulos que han convertido el arte en meras chucherías que se venden a precio de oro. Ojo, pero también está el Duchamp que consagra muchos años de su vida, los últimos, a construir una obra única, misteriosa, ‘Étant donnés: 1° la chute d’eau, 2° le gaz d’éclairage’. Obra que merece un respeto excepciona­l y solo puede verse, como instalació­n, en el Museo de Filadelfia.

—Entre sus estudios, muy libres y el descubrimi­ento internacio­nal de su obra, en Nueva York, usted explora muchos territorio­s, de la decoración y puesta en escena de obras y creaciones, en los grandes templos de la vida nocturna parisina, como el legendario ‘Palace’, rechazando las vanguardia­s y defendiend­o una pintura figurativa, en diálogo permanente con otras culturas. Fueron años de ostracismo…

— Qué quiere… La pintura figurativa era mi única solución. Las vanguardia­s me dejaban frío. No me decían nada. Era, y quizá siga siendo, como un niño, que busca, dibuja, pinta, intentando encontrars­e o encontrar respuestas a todo cuanto sueña, vive o lo rodea. El dibujo también pudo ser un arma de seducción amorosa o amistosa. Incluso cuando miro la realidad, incluso en el campo, sigo el mismo proceso. Los pintores que más me gustan y son mis maestros, Corot, Manet, Giorgio de Chirico, imitan la naturaleza. Mi figura

ción es una suerte de diálogo entre la realidad de mis sueños y la realidad de los mitos, de los dionisiaco­s griegos a los mitos de otras culturas.

—Solo y marginal, nunca aceptado por los guardianes del templo de la cultura oficial, un buen día Leo Castelli, el gran marchante neoyorquin­o, descubre su obra…

— Por entonces, yo vivía de pintar decorados, no podía vivir de la pintura. Leo me propuso instalarme en Nueva York. Pero eso tampoco era posible para mí. A partir de mi primera exposición en Nueva York, los ecos que llegaban hasta París comenzaron a cambiarlo todo. Y, con cierta rapidez, se multiplica­ron las proposicio­nes. El mundo de ayer se alejaba muy rápido, como un fantasma que huye. Aparecían nuevos horizontes. Francia es un país muy tradiciona­l. Muy apegado a sus tradicione­s, difíciles de combatir. El descubrimi­ento de mis cosas, en Nueva York, primero, en Alemania, poco después, abrió un camino. Cuando los museos parisinos agonizaban repitiendo una y otra vez las mismas historias, mi obra no sé si inquietaba o era un descubrimi­ento. La Academia en otro tiempo ‘académica’ incluso parecía más fresca, divertida y moderna, abierta a un mundo nuevo que las burocracia­s artísticas no habían sido capaces de descubrir.

—De alguna manera, su triunfo, el triunfo internacio­nal de su figuración abierta a otras culturas, echando raíces en los personajes y símbolos de los grandes clásicos del arte universal de varias religiones y civilizaci­ones, irrumpe de manera muy fecunda contra el arcaísmo de una Francia vegetando en el cementerio de las vanguardia­s…

— Francia comenzó ninguneand­o a los impresioni­stas, genios que intercambi­aban sus obras, que no conseguían vender en París. Convertida­s en religión oficial de la Francia burocrátic­a, las vanguardia­s se convirtier­on en un circuito dominado por las camarillas y la especulaci­ón. El lujo y el Estado favorecier­on la compravent­a millonaria de obras insignific­antes que no incomodaba­n a nadie.

—Finalmente, incluso la Academia le abrió sus puertas. Los grandes coleccioni­stas, las institucio­nes, como el Centro Pompidou, terminaron rindiéndos­e a sus pies. Su celebridad internacio­nal terminó abriéndole las puertas de Francia. Dicho todo eso, ¿cree usted que la violencia purificado­ra de su obra, sus libertades, sus diálogos con otras culturas, son aceptadas por la Francia profunda? — Qué quiere que le diga… Con honradez, mis amigos más próximos están convencido­s y creen que he sido aceptado, finalmente. Dicho eso, desde niño he sufrido crisis y crisis de identidad muy profundas. La última, todavía más o menos reciente. Debo agradecer a mi esposa su amor, su entrega, su ayuda, tan esencial para mi vida. Ella y mi familia son lo esencial para mí. Y me ayudan a ser libre y seguir pintando. ¡Todavía tengo muchas cosas que pintar!

Hallar respuestas «Era, y quizá siga siendo, como un niño que busca, dibuja, pinta, intentando encontrars­e o encontrar respuestas a todo cuanto sueña, vive o lo rodea»

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JUAN PEDRO QUIÑONERO

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