Presidente de petalada
Termina una Semana Santa que ha dejado más preocupaciones sin resolver que lluvia
LA secularización de la Semana Santa de Sevilla no es un problema externo. El peligro no está en las sillitas de los cruces, los aficionados al Rosario de Cádiz que ni miran al Cristo, los guiris atribulados, los que comen pipas, los que no dejan pasar o los que pitan a un paso que avanza a golpe de tambor. Todo eso es consecuencia de la sociedad banal que padecemos y todos somos responsables en mayor o menor medida de que el comportamiento colectivo sea cada día más egoísta. No busquemos culpables en el anonimato de la masa. Miremos dentro. Coincido plenamente con Javier Rubio en su denuncia sobre el infantilismo contemporáneo. Y abro el paraguas para aguantar el chaparrón que se me viene encima después de lo que voy a añadir a su impecable reflexión. Lo digo en alto: lo peor que hemos visto esta Semana Santa es responsabilidad de los cofrades. Alabo la reacción del hermano mayor del Carmen al pedir perdón por haber sacado la cofradía a la calle en mitad de un diluvio. Se equivocó con todas las letras. Pero al menos lo ha admitido, lo que quiere decir que es consciente de que no se puede procesionar en esas condiciones porque es una falta de respeto al patrimonio y a sus hermanos. Como bien explicó de la Soledad de San Buenaventura, la estación de penitencia exige plena concentración. Procesionar bajo un estado de tensión no tiene sentido. Pero hay otros responsables que se han instalado en la soberbia y siguen defendiendo que sus decisiones fueron acertadas, por lo que el riesgo de que los errores se puedan repetir en el futuro es absoluto. Incluso atacan a quienes les muestran educadamente su desacuerdo. Ellos son los únicos que todavía no saben que están en boca de todos los sevillanos serios. Ya se enterarán cuando se agote la ojana de sus allegados. Lo que no se puede consentir es que se hagan exhibiciones en recorridos de vuelta de la Catedral al templo días después de la salida, se le cante una saeta a la puerta de una capilla cerrada o se ponga un tío con una escoba delante de los ciriales a barrer los charcos. El peligroso juego de sacar pasos a toda costa trivializa el sentido profundo de la Semana Santa, que en Sevilla es paradigma para el resto del mundo. Si algunas de nuestras hermandades rompen esas reglas, no busquemos coartadas en el público. Cumplamos la penitencia de nuestros propios pecados primero.
La petalada a la capilla de los Marineros cuando la hermandad tomó la acertadísima decisión de no salir es el colmo. Ese circo no tiene un pase desde el punto de vista litúrgico, es sólo una exaltación de la vulgaridad que nos asuela. Pero yo prefiero centrarme en la autocrítica porque con ella se avanza sin hacer el serruchito. Siempre de frente. Y esta Semana Santa han pasado muchas cosas tristes de las que sólo somos responsables los propios cofrades. La peor de todas es la creación de las presidencias de pétalos. Ahí hay que morir. Ese cargo seguro que va por delante que el de consiliario. Homepordió. Agente, déjeme pasar, que usted no sabe con quién está hablando: soy el presidente de la petalada.