Pedagogía cofrade
La lluvia no sólo no limpió la vulgaridad de las calles sino que la potenció. Sólo hay que ver las imágenes de los fanáticos tirando pétalos al vacío
CUANDO hace diez días empezamos a masticar las nefastas previsiones del tiempo uno pensó que el sentido positivo de la lluvia, además de para llenar los pantanos, podía ser el de limpiar de mugre las calles de mal comportamiento del público. Iluso de mí, me tragué la milonga de que no veríamos sillitas, ni aforamientos sin necesidad, tal y como anunció el Ayuntamiento. Que el agua iba a mandar a casa a la masa y que no iba a haber tantos turistas dando barzones sin rumbo y desorientados.
Todas mis predicciones cayeron sobre mí cuando el Lunes y el Martes Santo observé al personal que veía cofradías por la zona del Salvador. Concretamente viendo la Bofetá, gran parte de quienes abarrotaban la plaza se encontraban sentados sobre el suelo, algunos con plásticos porque estaba mojado, otros con sillas plegables y comentaban entre ellos lo que traía para compartir cada uno: pizzas recién compradas, empanadas de pollo al curry o latas de cerveza para el matahambre mientras llega el paso de misterio... y un olor a hierbas que echaba para atrás. No se cabía, la bulla llegaba hasta bien entrada la calle Córdoba.
Fue tan insoportable el ambiente que salimos como pudimos de aquel infierno chabacano, justo cuando el imponente paso de Jesús ante Anás aparecía por Álvarez Quintero. Preferimos alejarnos. Pero cuál fue nuestra sorpresa al comprobar cómo, nada más alejarse los tambores de las Cigarreras por Cuna, gran parte del público se fue hacia la Cuesta del Rosario por donde se aproximaba ya San Esteban y la agrupación Virgen de los Reyes. No vieron el exquisito palio del Dulce Nombre, canon del buen gusto, porque es la antítesis de lo que ese tipo de personal que sale a ver cofradías (que no cofrades) anhela. Son los mismos que le pitaron al misterio de San Benito en la Alfalfa por pasar sin música.
La lluvia no sólo no limpió la vulgaridad de las calles sino que la potenció. Sólo hay que ver las imágenes de los fanáticos e idólatras tirando pétalos al vacío (literal) y chillándole a «la Triana» (sic) a las puertas de la capilla tras la suspensión de la salida. Harían bien las hermandades en dejar de fomentar el protagonismo a este tipo de personajes que ensucian la verdadera devoción con gritos y petaladas extemporáneas que avergüenzan a sus propios hermanos.
Hace falta demasiada pedagogía y formación para ponderar los elementos prioritarios de los secundarios. Que la música, la vestimenta o el exorno son importantes porque forman parte de la idiosincrasia de la ciudad, pero no son imprescindibles. Lo que hemos vivido en esta Semana Santa para olvidar no es más que el reflejo de la sociedad consumista, sin capacidad alguna de sacrificio ni paciencia, algo que se traslada también a algunos nazarenos y juntas de gobierno.