Hermandad del Santo Encierro
Con el temprano gol de Ramos, los de Nervión decidieron enclaustrarse en la Parroquia del Medio Campo para evitar el chaparrón
En el instante previo al saque de inicio, la cámara cenital de la retransmisión televisiva evidenciaba en el peinado de Ramos una dolorosa calva. Ayer cumplía 38, la misma edad que Rafa Nadal, y aunque el cabello del camero no ralea tan escandalosamente como el del tenista mallorquín, parece claro que el camino del tiempo apunta a calvicie o, como decidió Gudelj este verano, a reparación a la turca. Benditos 38, en cualquier caso, si acabas siendo el MVP del partido y dándole la victoria a un Sevilla famélico de triunfos. El viejo del equipo fue el mejor del Sevilla: marcó el único gol cagalastimoso del partido, y un segundo que no subió al marcador por fuera de juego. Un fuera de juego, es cierto, también impidió que le pitaran un penalti a Ramos en el 76, lo cual hubiera sido una forma dolorosa de soplar las velas de su cumpleaños. Ramos se llevó el título de MVP, pero perfectamente podría haber sido para Nyland. Solo él evitó que, en varias ocasiones, Mata nos matase logrando un empate en un tramo final de juego que acabó recordando demasiado al encuentro contra el Almería.
Ayer, Sábado Santo, por fin se vieron procesiones en las calles de Sevilla. Más o menos a la hora en que los de Nervión se adelantaban en el partido, la cofradía el Sol sacaba la Cruz de Guía de la Parroquia de San Diego. No habían pasado ni cinco minutos del choque contra el Getafe, y el Sevilla, transmutado gracias al temprano gol de Ramos en la Muy Fervorosa Hermandad del Santo Encierro, decidía justo lo contrario: encerrarse en la Parroquia del Medio Campo, replegarse, conservar. Y eso que hasta casi el fin del primer tiempo los chaparrones no se dejaron ver en el Coliseum. Aunque agua sí que hubo: durante todo el encuentro, el campo parecía una pista de patinaje.
Tiene, en verdad, un punto milagroso, muy de Sábado Santo, que los de Quique Sánchez Flores consiguieran conservar el marcador favorable durante más de noventa minutos, haciendo gala, además, de un juego tremendamente inseguro e inquietante en defensa. Algunos jugadores del Sevilla tuvieron esa pésima tarde que tiene cualquiera, pero que en el delicado momento actual de los de Nervión puede resultar desesperante. Jugando como jugó Badé, no se entiende que el técnico lo aguantara en el campo hasta el minuto 65. Tampoco se entiende bien el empecinamiento del madrileño en situar de carrilero a un Ocampos que ayer acabó el partido con un saco de moscas. Pero si no llegó la sangre al río fue porque Nyland estuvo muy acertado y también porque Bordalás y Quique Sánchez Flores hablan el mismo soporífero lenguaje. Durante muchos minutos del segundo tiempo, parecía como si los dos entrenadores estuvieran frente a frente jugando al juego de a ver quién pestañeaba primero. Quien hubiera tenido la idea de comer antes del partido, seguro que tuvo que hacer muchos esfuerzos para evitar los tentáculos de la siesta. Bordalás y Sánchez Flores podrían formar perfectamente una dupla de sicarios expertos en matar de aburrimiento al personal.
Si la cosa se puso, en realidad, menos aburrida, fue por culpa del Getafe, que es quien tuvo las mayores ocasiones en los últimos veinte minutos. Y en esos minutos no solo desfiló por la cabeza de los sevillistas el empate del Almería en el tiempo de descuento, sino también la remontada del Celta del pasado Domingo de Pasión. Porque nada más salir, Latasa tuvo oportunidad de empatar, y Mata hubiera resuelto el empate en alguna de las ocasiones que Nyland truncó.
Pero en Sevilla había salido el Sol. Y aunque los de Nervión se encerraron en su templo, supieron estirar el chicle del gol prematuro de Sergio Ramos hasta convertirlo en un tremendo paraguas capaz de contener el chaparrón. Hoy, Domingo de Resurrección, el sevillismo levanta los brazos a seis puntos de la tumba. No parece suficiente distancia todavía.