Encrucijada al toro bravo
MOLINETES Y TRINCHERAZOS
SE viene hablando hace mucho del monoencaste, y si bien todo tópico puede resultar engañoso, lo cierto es que también encierra algo de verdad, y es que resulta casi irrevocable el hecho de ver cómo al toro bravo se le ha tornado en un animal sumamente predecible en cuanto a comportamiento. Tal es así, que el toro de las últimas dos décadas, al igual que es el más grande en volumen y kilos, así como el que más cara ha tenido en la historia (habría que irse a los años de Bombita para ver romanas igualmente pavorosas), también es el de menos casta y celo.
Todos tenemos presente el rabo de Morante (fresco en el recuerdo por el ángel de lo acontecido), pero no vi a nadie pidiéndole la vuelta al ruedo al gran toro de Domingo Hernández, ese ejemplar excelso, noble y fijo, con cuya clase el de La Puebla pudo hilvanar tan memorable faena. En esa corrida vi embestir hasta tres toros salmantinos con el capote como jamás había visto en una misma tarde. Ni embestidas tan templadas, ni con mejor ritmo para posibilitar el toreo con el percal que vimos no sólo al cigarrero, sino también a Juan Ortega.
Al margen de dicha tarde, pude ver en Sevilla a un buen número de toros con una clase excepcional durante el ferial. Con casi todos tuve la misma impresión, tienen tanta clase como falta de bravura. Y es el gran dilema del ganadero y por ende de la tauromaquia actual, el haber creado en su alquimia un toro tan a propósito para el torero… que casi no llega a molestarle. Vaya, ¡con la iglesia hemos topado! Cuando he escuchado eso de: ‘El toro tenía clase pero a veces molestaba’…
En fin, que al toro cada vez se le quiere menos bravo en aras de la docilidad del carretón. Y conste, no es que esté en contra del toro con clase y nobleza (todo lo contrario), pero sí con la falta de bravura y brío. Se ha buscado un toro manso sobre manso, y el resultado lo estamos padeciendo en una globalidad que, a su vez, merma esa diversidad de encastes que siempre enriqueció a nuestra cultura. Tal es así, que viene siendo tarea ardua el distinguir los encastes si nos atenemos a lo anodino de sus embestidas, y nos olvidamos de su morfología. Y aquí no se salva nadie: ganaderos, figuras, empresarios, críticos y públicos.