ABC (Sevilla)

Encrucijad­a al toro bravo

- JESÚS SOTO DE PAULA

MOLINETES Y TRINCHERAZ­OS

SE viene hablando hace mucho del monoencast­e, y si bien todo tópico puede resultar engañoso, lo cierto es que también encierra algo de verdad, y es que resulta casi irrevocabl­e el hecho de ver cómo al toro bravo se le ha tornado en un animal sumamente predecible en cuanto a comportami­ento. Tal es así, que el toro de las últimas dos décadas, al igual que es el más grande en volumen y kilos, así como el que más cara ha tenido en la historia (habría que irse a los años de Bombita para ver romanas igualmente pavorosas), también es el de menos casta y celo.

Todos tenemos presente el rabo de Morante (fresco en el recuerdo por el ángel de lo acontecido), pero no vi a nadie pidiéndole la vuelta al ruedo al gran toro de Domingo Hernández, ese ejemplar excelso, noble y fijo, con cuya clase el de La Puebla pudo hilvanar tan memorable faena. En esa corrida vi embestir hasta tres toros salmantino­s con el capote como jamás había visto en una misma tarde. Ni embestidas tan templadas, ni con mejor ritmo para posibilita­r el toreo con el percal que vimos no sólo al cigarrero, sino también a Juan Ortega.

Al margen de dicha tarde, pude ver en Sevilla a un buen número de toros con una clase excepciona­l durante el ferial. Con casi todos tuve la misma impresión, tienen tanta clase como falta de bravura. Y es el gran dilema del ganadero y por ende de la tauromaqui­a actual, el haber creado en su alquimia un toro tan a propósito para el torero… que casi no llega a molestarle. Vaya, ¡con la iglesia hemos topado! Cuando he escuchado eso de: ‘El toro tenía clase pero a veces molestaba’…

En fin, que al toro cada vez se le quiere menos bravo en aras de la docilidad del carretón. Y conste, no es que esté en contra del toro con clase y nobleza (todo lo contrario), pero sí con la falta de bravura y brío. Se ha buscado un toro manso sobre manso, y el resultado lo estamos padeciendo en una globalidad que, a su vez, merma esa diversidad de encastes que siempre enriqueció a nuestra cultura. Tal es así, que viene siendo tarea ardua el distinguir los encastes si nos atenemos a lo anodino de sus embestidas, y nos olvidamos de su morfología. Y aquí no se salva nadie: ganaderos, figuras, empresario­s, críticos y públicos.

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