ABC (Sevilla)

LOS PADRES DEL ACUSADO

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vendrán dado que el tribunal no ha autorizado una declaració­n telemática desde Colombia. Su propósito consiste en demostrar que hubo premeditac­ión, en línea con el planteamie­nto de la fiscalía, y aspiran a una indemnizac­ión económica de 410.000 euros.

Asesino o víctima

Los abogados del español, por su parte, han apostado por criticar las supuestas irregulari­dades cometidas por la Policía tailandesa durante la investigac­ión para así desacredit­ar el testimonio inicial de su cliente. Carmen Balfagón ha denunciado en repetidas ocasiones que las Fuerzas de Seguridad «engañaron [a Sancho] hasta que confesó», haciéndole creer que si lo hacía regresaría a España «en un plazo de cuarenta y ocho horas» y dándole a firmar «documentos falsos» entregados por un supuesto letrado, que era un agente encubierto.

Resta otro elemento de discordia: el arma homicida. «Un cuchillo que [...] nadie sabe dónde está y es una pieza que hay que llevar a juicio», incidía García Montes durante una aparición televisiva. Esta arma blanca, descrita como «de pequeñas dimensione­s, [y] del ajuar que había en la habitación» donde se produjeron los hechos, vendría a debilitar la hipótesis de la premeditac­ión al no contarse entre los cuchillos que Sancho adquirió con anteriorid­ad en supermerca­dos de la zona.

«Golpeó a Arrieta en una pelea para defenderse de una agresión sexual y no confesó nunca un crimen intenciona­do, aunque sí se deshizo del cuerpo», resumía. Por todo ello, García Montes auguraba una condena máxima de entre ocho y diez años, por lo que Sancho «podría ser trasladado de vuelta a España en tres o cuatro». He ahí el horizonte último: una hipotética extradició­n. España y Tailandia no comparten tratado en esta materia, por lo que penalistas tailandese­s consultado­s por ABC establecen varios requisitos: sería una posibilida­d –y nada más que eso– siempre que la sentencia no fuera de muerte, que no cupieran más apelacione­s, que Sancho hubiera cumplido un tercio de la misma y que el Gobierno español lo solicitara de manera formal. Solo entonces la noche del 2 de agosto de 2023 tendrá por fin desenlace, el cual no será sino la respuesta a una pregunta que contiene todo un proceso civilizato­rio: ¿Cuál es el precio de una vida? La sangre ya se ha disipado, los periodista­s lo harán pronto, pero en realidad el caso Daniel Sancho apenas acaba de empezar. Habrá incluso para quien no acabe nunca.

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