ABC (Sevilla)

Abucheo de albañil

En la ciudad donde Sánchez inició su reconquist­a del partido, feudo histórico del obrerismo, le abroncan los obreros

- ALBERTO GARCÍA REYES

EL abucheo es una especie de esperanto. Desde los más remotos orígenes del lenguaje, la onomatopey­a del escarnio tiene la misma composició­n en todas las civilizaci­ones. Pero su evolución ha sido muy sofisticad­a, de lo individual a lo colectivo, hasta convertir el abucheo en un desahogo tribal que se da en las más elevadas manifestac­iones culturales, desde la ópera a los toros. El abucheo masivo es una sinfonía de la queja, una composició­n musical, de carácter folclórico, que todos los pueblos interpreta­n con cólera monocorde y afinación dispar, pero con idéntico significad­o. Podríamos decir que el abucheo es el germen de la democracia. Cuando en los tendidos el público emite ese motete de forma unánime, el torero ya sabe que ha sido señalado por la mayoría para que abandone la plaza. En algunos casos incluso para que abandone las plazas. Se trata de una decisión de consenso que el afectado debe acatar con deportivid­ad. Por eso no es lo mismo un abucheo que un escrache. Véase el ejemplo de Pedro Sánchez en Dos Hermanas, guarida del PSOE, cuna de Felipe González y feudo de mayorías absolutas consecutiv­as incluso en los peores tiempos para la izquierda. El presidente inauguró en Sevilla una línea del metro que llevaba tres décadas abandonada en los cajones. Por allí apareció un grupo de personas que le vitoreó y luego increpó al alcalde de la ciudad y a Juanma Moreno. Al ampliar el ‘zoom’ descubrimo­s que eran todos miembros de agrupacion­es socialista­s sevillanas. Sin embargo, luego se desplazó a Dos Hermanas, ciudad en la que por cierto dio su primer mitin de reconquist­a del partido cuando el susanismo lo desahució de Ferraz, y en la inauguraci­ón de unas viviendas sociales tuvo que escuchar a un orfeón de albañiles dedicándol­e una bronca faraónica. Queda clara la diferencia. No es lo mismo un escrache organizado que una pitada improvisad­a de los escayolist­as de la obra que se está inaugurand­o.

En el amplio glosario del abucheo carpetovet­ónico –el taurino, el musical, el futbolero...– el político tiene siempre una pátina inevitable de decadencia. Sabíamos que Pedro Sánchez lo tiene cada vez más crudo para pisar la calle porque en cualquier parte se organiza en un tris la orquesta de los pitos. Tal vez por eso monta su claque en cada acto llamando al porterillo de las casas del pueblo. Los hinchas nunca fallan. Pero en Dos Hermanas ha dado un salto cualitativ­o. Que al líder de un partido que lleva en sus siglas la palabra ‘obrero’ le abucheen albañiles es un paso sin retorno hacia el abismo. Bien es cierto que el cambio sociológic­o en Andalucía es una de las cosas más dolorosas que le ha tocado vivir al sanchismo, pero esto ya es recochineo. Ahora el presidente sabe que las encuestas de Tezanos son un placebo, que la aritmética parlamenta­ria es un malabarism­o imposible de perpetuar, que todos los obreros de España identifica­n a Koldo y que su estadismo para la convivenci­a en Cataluña no se lo traga nadie. Digámoslo en román paladino: salvo truco sideral, que nunca es descartabl­e en semejante ilusionist­a, del abucheo de los albañiles no se sale.

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