ABC (Sevilla)

Tenemos una pedrada

El secesionis­mo es un niño malcriado. En algún momento papá Estado tendría que decirle «hasta aquí, basta»

- AGUSTÍN PERY

HACE unos meses me puse en la tele ‘No mires arriba’. Vale, tiene más de seis meses, que en estos tiempos precipitad­os ya la coloca en la categoría de clásico y, a mí, en la de tipo ‘vintage’ con retardo. No soy dueño de mis tiempos, así que no me fastidien y vamos a saltarnos esa parte ¿vale? La película, que no les cuento porque toooooodos ustedes ya la han visto, ¿no?, es una sátira sobre la pandemia más grave que nos asuela: la de la gilipollez.

Esto no va de eso que siempre dice mi colega Javi –el 99 por ciento de la gente es imbécil y el reto vital es encontrar al 1 por ciento restante– ni de que yo le conteste recurrente­mente que la estupidez tiene mucho de subjetiva y de efecto ‘boomerang’ y que siempre queda el consuelo de que lo peor es, seguro, que te ignoren. Esta chorrada mía de hoy no va de eso, no. Va de las apariencia­s, las presencias, de la sátira que ya no te hace gracia pero nunca deja de hacerte pensar porque ves que sus hipérboles narrativas son un retrato al fresco de lo que somos hoy: siempre pendientes del qué dirán, de intentar que unos dejen de decir lo que no que

remos oír y que otros, los nuestros, nos regalen los oídos. Una crítica monumental a lo que somos, con nuestro mundo sólo real en el metaverso, criptomone­das, las ‘nfts’ (pedazo de chorrada mayestátic­a), nuestra obsesión con caer en las redes –qué tiempos cuando el bar era nuestra telaraña social– como sardinas boqueando en un alberque, tirando piedras y lapidando a manos llenas, corderos que no balan sino que aúllan… que pierden cuando creen que ganan y sólo ganan en la amenaza.

Hoy la apariencia cuenta más que la esencia. Los datos sólo sirven si nos refrendan, nunca si nos desmienten. Las togas están podridas, mis imputados son cruzados antifascis­tas, la democracia es el patio trasero del totalitari­smo, la fiscalía de parte y, la patria, una cosa de fachas. Así cuesta mucho explicarle a Guzmán qué ocurre en España. ¿Por dónde empiezo, hijo? Cuando estás a miles de kilómetros, allí son las cinco de la tarde y aquí las once de la noche. Bastantes preocupaci­ones tienes tú como para arrimarte unas cuantas más.

Ahora que estamos solos, les confieso que muchas veces cuelgo con una desazón enorme en el cuerpo. Prefiero discutir con Guzmán de su barcelonis­mo irredento frente a mi níveo madridismo y darle aliento cuando se desespera porque no le acaba de llegar la tarjeta verde para que él y mi nuera estadounid­ense puedan estar tranquilos, antes que decirle que lo de este país al que aspira volver va camino de no tener remedio porque quien nos gobierna no tiene ninguna intención de buscarlo. Cómo explicarle a un hijo que el secesionis­mo es como un niño malcriado que siempre pide más y que en algún momento papá Estado tiene que decirle «hasta aquí, basta». Llegan los títulos de crédito y el meteorito se podría haber evitado. Bastaba con mirar hacia delante, no hacia arriba. Lo teníamos todo ¿verdad, Leonardo?

Tenemos una pedrada...

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