El dulce Oloroso que hace príncipe a Perera
▸El extremeño logra la primera Puerta del Príncipe de su carrera, impulsado por una gran corrida de El Parralejo
REAL MAESTRANZA PLAZA DE TOROS DE SEVILLA.
Miércoles, 10 de abril de 2024. Media plaza. Presidió Gabriel Fernández Rey. Se lidiaron toros de El Parralejo, de presentación desigual y buen juego en la muleta. 1º, con fondo de casta y emoción (ovacionado); 2º, con calidad y profundidad (ovacionado); 3º, con movilidad (ovacionado); 4º, de extraordinario ritmo y estilo por el pitón derecho (vuelta al ruedo); 5º, sin estilo; 6º desrazado.
MIGUEL ÁNGEL PERERA,
de verde hoja y azabache. Estocada (oreja); estocada (dos orejas).
PACO UREÑA, de sangre de toro y oro. Estocada (ovación tras petición); estocada (silencio).
de gris perla y oro. Estocada (oreja); estocada (ovación).
BORJA JIMÉNEZ,
Hubo una corrida de toros en los primeros tercios, y otra corrida de toros en los compases finales. De la frialdad y aspereza para el capote, a la casta y estilo en la muleta. Como Oloroso, vino dulce de El Parralejo, que salió dando puntadas y terminó encaramado al podio de la gloria sevillana. Tan excelsa su calidad, alegría y cadencia que le bastó con un único pitón para entregarle a Miguel Ángel Perera las llaves de la Puerta del Príncipe, la primera de su carrera. Y que le bastó con un único pitón para que Gabriel Fernández Rey le diera, con justicia y desagravio por lo del día anterior, el premio de la vuelta al ruedo. Arrastre lento para Oloroso y para la memoria del bravo Tabarro, de Santiago Domecq.
Fue este Oloroso la nota aromática de una bodega abierta a todos los paladares. Con la vibración y exigencia de Panadero, con la clase poco aprovechada de Turulato o con la movilidad bien exprimida de Mayoral. Tres importantes animales que, junto a ese supremo Oloroso, elevaban al grado superlativo el conjunto de los toros (casi) sevillanos de la familia Moya. Que partían con la resaca emocional del día anterior, la epopéyica tarde de Santiago Domecq. Todo parecía cuesta arriba en el paseíllo, en la salida de Panadero, una alhaja en el capote que ganó kilates con su chaparrón de casta y empuje final. Era ese Panadero el punto de inflexión de la tarde, que crujió cuando pocos apostaban por él. Algo que conviene recordar, antes de entrar en lo dulce, para poner en valor la tarde maestra de Miguel Ángel Perera.
Tenía oculto bajo esa justa y medida talla, aunque de montadas armas, un torrente de casta. Que lo cantó todo en el inicio por bajo, revolviendo su acarnerada testuz a la velocidad de un rayo. Y tardaba en acoplarse Perera, incomodado por el viento, incomodado por el vendaval indómito de este primero de El Parralejo, mirón y muy exigente, que terminó desarmándolo. Hasta que lo entendió: por bajo, por donde subía la emoción del toro y del conjunto del trasteo. Más rotundo al natural, sin forzar Perera el redondeo. Contundente fue la estocada, tocando seco y golpeando en la yema.
Aquella oreja quedaba lejos cuando, tras rejuvenecer y apasionar la tarde Borja Jiménez en el tercero, salió en cuarto lugar este Oloroso. Altito, aunque equilibrado. Que salía soltando la cara, aunque queriendo humillar al capote. Hay que resaltar la lidia: mimosa y certera, como las dos varas. Y empezó a fluir el toro con un estilo sublime, como en los redondos arrodillados de Perera, que le tapaba la cara a media altura, por donde mejor lo hacía. Empezó sin apretarle, hasta terminar roto, rotundo en la tercera serie, cuando Oloroso pidió un respiro. Y el torero cambió de pitón, aunque era casi imposible. Más vencido y pegajoso por el lado izquierdo. Cuando todo parecía emborronado, hubo una última serie que remató al gentío. La plaza en pie, entregada ante este gran toro. Y no defraudó con la espada Miguel Ángel Pe
rera, que a sus veinte años de alternativa, y casi en los compases finales de su carrera, amarró la ansiada Puerta del Príncipe.
A lo lejos, con Miguel Ángel Perera saliendo a hombros de la plaza, se marchaba andando Borja Jiménez, la nota apasionada y fresca de la tarde. El de la reunión y redondez con los toros. Que desconcertó a Ureña en un sentido quite por chicuelinas y terminó convenciendo a todos en ambas faenas. Como si ya hubiera pasado la presión inicial de Julián Guerra para dar ahora rienda suelta a todas sus lecciones. Más rotundo y estilístico. Entregado con Mayoral, el tercero. Alto, largo y ahogadito. Menos armónico que los anteriores. Que no tuvo ni la vibración del primero ni la clase del se
Borja Jiménez fue la nota fresca y pasional de la tarde; cortó una oreja al tercero tras confirmar una evolución total en su estilo
gundo. Pero se movía, y con eso fue suficiente como para que Jiménez marcase –hasta ese momento– una distancia abismal con los alternantes. Desde el capote hasta el fallido brindis al paisanaje, sorprendido en los medios y resolutivo con un profundo toreo al natural. Que caían los muletazos como caían sus zapatillas sobre el albero, enterrado el torero, hundido sobre su punto de gravedad.
Intercalaba pitones Borja Jiménez del mismo modo que intercambiaba estilos: de la profundidad a la expresión en su figura. Mandando por bajo, cuando Tejera decidió romper, algo tarde, tras una interminable circunferencia al natural. A la cadera contraria, casi sin margen para ligar. Un torero roto, con el animal ‘medio’ –hasta ese ecuador de la tarde–. Sin contundencia, aunque con éxito, enterró la espada. Fulminante. Como el pañuelo de Gabriel Fernández Rey. No pudo ser en el sexto. Con Bandido, de cara alargada. Como su badana y su hondura, que acusó el sobrepeso. Insistió Jiménez, que también quería cachondeo por el Paseo de Colón. Desde la portagayola hasta los remates finales. Tenía buen embroque este Bandido, aunque sin ritmo ni raza. Lo mató espléndidamente, como confirmación de que su evolución es total.
Con la miel en los labios nos dejó Turulato, el guapo segundo. Que cantaba cosas extraordinarias, pese a tanto lastre: el volatín tras el agobiante recibo, los tres topetazos contra el caballo, la cantidad de capotazos y las diez series de muletazos. ¿Qué hubiera pasado si Ureña, correcto y medido, lo hubiese sometido en series largas y profundas? ¿Hubiera aguantado? ¿Hubiera regalado grandes momentos? Queda la duda. Su ritmo era supremo, como su estilo. Y como su molde, más afinado y definido. Tan bajo como bien armado, y sobradamente rematado. Se iba de corrido contra el piquero, sin que nadie lograse cortar su trayectoria, sin que el bueno de Juan Melgar lograse rectificar. Se creció Ureña en su apertura, aunque se menguó entre series tan cortas de muletazos como excesivas en el tiempo. Le pidieron la oreja tras la buena estocada, aunque la gran ovación fue para ese Turulato. Menos palmas recibió Tragaperras, el quinto, que rápido consumió todas las esperanzas.