ABC (Sevilla)

Tabarro de Santiago Domecq

- JESÚS SOTO DE PAULA

Si bien la corrida de Santiago Domecq estaba saliendo con notable puntuación, en cuanto a clase, fondo y bravura, salió el quinto toro de nombre Tabarro, herrado con el número 30, al que se puede calificar como un toro sobresalie­nte.

La labor de David de Miranda fue digna, pese a ser un torero no de mi gusto, pero estuvo a la altura de lo que entendemos como un toro bravo, lo cual ya es mucho. Lo que no se entiende, y no se debería permitir, es que el señor presidente Luque Teruel, se haga protagonis­ta de lo que jamás un presidente deba ser. Y es que la falta de sensibilid­ad y afición mostrada por tal sujeto al no sacar el pañuelo azul ya es un clamor. Mala cosa estar en manos de malos aficionado­s, más cuando éstos tienen el poder de dictar desde el palco, cual emperador romano, aquello de vida o muerte, y dejando a todas luces y sombras el descrédito no de su criterio propio (lo cual ni nos va ni nos viene) sino el de la misma Maestranza, que queda en entredicho al no permitir que a Tabarro se le diera la vuelta al ruedo.

Se haría bien, por el bien común de la llamada Fiesta, exigir que los presidente­s fuesen más al campo bravo para vivir in situ lo que es la crianza de un toro, allí en la dehesa, donde uno se percata del enorme sacrificio por el que pasa un ganadero, que sufre y se levanta día y noche, con la ilusión y sueño de que alguna tarde por fin le embistan un par de toros en plazas tales como Sevilla o Madrid.

La alquimia, la desazón y los sinsabores forman parte de ganaderos y mayorales (qué importante siempre la labor de los mayorales). Por todo ello, no es de recibo, que habiendo embestido cinco de los seis toros que echó Santiago Domecq, no se premiara con la vuelta al ruedo a un toro con la categoría de Tabarro, que si bien tampoco lo vi como de indulto, sí que debió tener esa recompensa digna de su boyante embestida. Un toro bravo, que ciertament­e al final se rajó. Pero claro, llevaba más de cien embestidas rebosándos­e en las telas. Y es que si no le damos al toro su sitio, poco futuro nos queda, pues justo cuando uno pierde la ilusión, resulta que Santiago Domecq, con su sapiencia y buen concepto, nos da ese elixir sagrado de la bravura para seguir creyendo en esto.

Enhorabuen­a, ganadero.

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