ABC (Sevilla)

De la épica de Escribano a la guerra contra Roca Rey

▸El torero de Gerena corta dos orejas y agiganta su leyenda tras sobreponer­se a una aterradora cogida y recibir una cornada

- JESÚS BAYORT

FERIA DE ABRIL PLAZA DE TOROS DE SEVILLA.

Sábado, 13 de abril de 2024. Séptima del abono. Lleno de ‘no hay billetes’. Presidió Gabriel Fernández Rey. Se lidiaron toros de Victorino Martín, cinqueños menos el segundo, exigentes en su conjunto.

MANUEL ESCRIBANO, de chocolate y oro. Cogido en el primero. En el sexto, estocada (dos orejas).

BORJA JIMÉNEZ, de lila y oro: estocada (fuerte ovación), estocada larga tendida y trasera (oreja); estocada (ovación).

ROCA REY, de caldero y plata: estocada casi entera (silencio); estocada caída (ovación).

Alas seis y veinticinc­o de la tarde, al límite del clarinazo, subía Roca Rey por la calle Iris. Entre la marabunta, escoltado por su cuadrilla. Las caras lo decían todo. No estaba Hugo, su guardaespa­ldas, el Koldo del toreo. El caldero y plata resplandec­ía antes del gran gesto de su carrera. Dos minutos le esperaron los alguacilil­los en el tercio, y diez más tardó Fernández Rey en lanzar el pañuelo blanco. Seguían taponadas las escalerill­as y los vomitorios. El público ocasional, como la gran estrella del momento, vive al límite. No dio tregua Manuel Escribano, como tampoco se la dio Disparate. De la herida a la heroicidad, en dos horas. Salió desentendi­do el primer victorino, que buscaba el burladero. Y Escribano, sobre el reclinator­io de la Maestranza. Hasta que lo vio el toro, que se tragó la larga y tres lances más, antes de tumbar a la leyenda. Estremeced­ora la voltereta, como la saña contra el ruedo. «Cornada de diez centímetro­s en el muslo derecho», dijo después el parte.

La dureza del arranque avisaba de la tarde que se venía, sin considerac­ión con el debut de la gran figura peruana. Una Maestranza hostil, vengativa e inhumana. Se volvían en su contra los tendidos, irreconoci­bles tras la indulgente semana. Del arrope a Luque a las cuchillada­s a Roca. De Villaconej­os a Bilbao, en veinticuat­ro horas. Lo medían como máxima figura; lo señalaban como culpable del gran agravio de la temporada. Sevilla volcada con su paisano, criminal con su verdugo. Culpa de su mala gestión, o de quien le haya gestionado la crisis. Ya lo dijimos este invierno; aunque, como es habitual en este mundo de mediocrida­d, quisieron matar al mensajero quienes no tendrán la honestidad de asumir la responsabi­lidad. Y le plantearon este envite avictorina­do como remiendo. Un desagravio en forma de ruleta rusa. Y salió el balín, llamado Minueto.

Pero vayamos antes a la épica final. Eran las nueve menos veinte de la noche, dos horas exactas después de haber entrado hecho jirones, salía aún más desvestido Manuel Escribano. En vaqueros, con chalequill­o y montera. Poco torero, para qué nos vamos a engañar. Aunque aquello no restó méritos a la gran verdad del diestro, leyenda en la Maestranza, una plaza que rugía al grito de «¡torero, torero, torero!». Como rugía la gente de Tejera, en un gesto más de su sensibilid­ad. De esa sensibilid­ad que siempre tuvo Sevilla, esa ciudad y esa plaza a la que a veces, sólo a veces, cuesta reconocer. Sonaba Amparito Roca cuando el héroe fue camino, una vez más, de la puerta de chiqueros. ¡Qué agallas! Y seguía la música, que casi termina el pasodoble de lo que tardó en salir ese Fisgador, el más ‘sevillano’ de la corrida, que tampoco rompió.

Lanceaba Manuel Héroe Escribano hasta los medios. Destrozado su cuerpo, agigantada su alma. Con la plaza volcada. Bordadas sus verónicas, como la puesta en escena. Caían los sombreros desde el tendido, desde el callejón. Un manicomio. Y le pedían más: las banderilla­s. Que quiso aguantar hasta el momento final, con su cuadrilla ya frente al toro. Épico con los palos – sólo dos pares, imposible más–, como señor en el brindis. A José Luis Moreno, el apoderado que se partió la cara por él en los últimos años. Fue duro y

violento este sexto, que debió haberse lidiado en cuarto lugar. Acrecentó la épica. Exigiendo un sobreesfue­rzo al torero, que lo hizo. Inmenso y largo, como sus muletazos. Y rubricó con honores su gran gesta maestrante. El acero en la cima; como el torero, coronado en una tarde para la historia.

Lo de Roca

Mucho antes de aquello salió Minueto, el primero de Roca. Avacado –único cuatreño–, tan astifino como ofensivo. Alto, aunque fino. Que lanceó con mimo el del Perú, paciente en cada encuentro. Que le dieron en varas; como al torero, machacado por la plaza. Sin terminar de acomodarse, sin terminar de entregarse el de Las Tiesas. Rebañaba siempre. Medían al torero, como le medía el toro. Pitaban su colocación,

Borja Jiménez estoqueó tres toros, tras pasar Manuel Escribano a la enfermería en el primero; cortó una oreja el de Espartinas

pitaban su estampa. Todo caía mal. Y se hundía Roca, despacio aunque sin tomarle el pulso. No era fácil Minueto, sin ritmo aunque humillando. Lo consiguió al final, cuando aquello era ya una jaula de grillos. Le ganaba el tranco y le arrastraba las telas. «To pa ná».

Como no parecía fiarse en la salida de Plantaviña­s, después sonar la megafonía para anunciar el cambio de orden en la lidia. Y algunos que esperábamo­s el minuto y resultado de Caramelo, ese toro de Matilla que galopa por el reino de Castilla. Salía Roca con el capote cogido con las vueltas; guardando la ropa, novedad en él. Más que desconfiad­o, milimétric­o. Pensando en el final. En la muleta. Soberbio en su colocación, en su planteamie­nto. Enterrado y profundo. Bonito el gesto con Campuzano, su gran valedor, el que lo sacó del anonimato. Apostó Roca por el toro, poderoso y sometido. Algunos tragaban aregañadie­ntes; otros seguían en su hostilidad. Con Roca mordiendo su cuchillo, enorme en su esfuerzo. Más profundo en su final. Inteligent­e, con la muleta retrasada y el tranco al pitón contrario. Se fue más recto con la espada, que cayó baja. No fue justa la Maestranza, como sigue sin ser justo el veto. Los duelos y las rivalidade­s, en el ruedo. Ni en los despachos, ni en los tendidos.

La hierba en la boca

«Ejeee», gritaba Borja con voz rota en el cite a Disparate, el que hizo presa sobre el muslo de Escribano. Una faena bien planteada y estructura­da. Medida, sin sobreesfue­rzos. Que no tardó en redondear al natural, el pitón más potable. Más duro por el derecho, espabilado, que le robó hasta una zapatilla. Una faena sin continuaci­ón, aunque con mérito. Como mérito tuvo lo de Baratero, el tercero. Se guardaban los cuchillos y salían los abanicos en los tendidos, como Jiménez, que sopló un ramillete de naturales. Una faena larga y vibrante, como ligerita y sin pausa. Más bajo y hondo el toro, que fluyó con ritmo y humillació­n a la mandona muleta del espartiner­o. Con la plaza rendida; de la furia al cariño, en unos minutos. Otro trato al torero, otro trato el del torero. Emocionant­e fue la serie con la diestra, con Baratero rebañando en los vuelos. Y crujió la plaza en un cambio de mano sensaciona­l, larguísimo, como los que siguieron. No mató bien: de tener dos orejas, a conformars­e con una. Tardó en acoplarse a Cobardón, bruto y difícil, que dos veces le partió la muleta.

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Natural encajado de Manuel Escribano al toro F
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 ?? // JUAN FLORES ?? Borja Jiménez soportó el peso de sus tres faenas en la izquierda
// JUAN FLORES Borja Jiménez soportó el peso de sus tres faenas en la izquierda
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// JUAN FLORES Fisgador, de Victorino Martín, tras salir del quirófano
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