ABC (Sevilla)

Entre el oasis y el espejismo: el agua rebrota en Doñana

El director del Parque Nacional guía a un equipo de ABC por zonas que evidencian abundancia hídrica tras las lluvias de marzo y detalla el completo sistema de medición, donde la última tecnología confluye con el proceder más nostálgico

- FRAN PIÑERO ALMONTE

Un manto lila echa el pulso al verde arrebatado del campo de Doñana. La flor de la lavanda y las armerias gaditanas marcan los límites de las vías agropecuar­ias que permiten recorrer la inmensidad de un Parque, Nacional y Natural, en el que más que nunca es necesaria la pericia al volante, pues la naturaleza plantea una ‘autopista secundaria’ a base de corrientes de agua que buscan la marisma y que, con tanta constancia como profundida­d, terminan por encharcar el camino a nuestro paso.

Por suerte quien conduce es Juan Pedro Castellano, director desde hace ya una década de este mosaico andaluz de ecosistema­s que, tras demasiado tiempo copando el primer plano por los efectos de la sequía, ahora atrae la atención por la abundancia hídrica.

Una bonanza sensible al margen de láminas de agua más o menos rotundas. «Que no haya grandes concentrac­iones de aves en puntos concretos es una buenísima noticia, pues nos demuestra que tienen muchos lugares donde elegir, hay agua por todas partes», explica acerca de una somera docena de flamencos que logramos avistar en el lucio del Caballero. Este humedal supone la continuaci­ón al sur del curso fluvial a la que pertenece la Madre, ese espejo natural de la ermita de la Blanca Paloma donde había agua antes de la borrasca Nelson, pero que ahora ya se extiende hasta Juncabalej­o.

Y es que al inicio de la semana trascendió un dato de esos que tiempo atrás, apenas un mes, llegaron a verse como una utopía. El 50 por ciento de la superficie inundable de Doñana tiene agua, rompiendo la compleja realidad que se empezaba a vivir en el parque a consecuenc­ia de la sequedad de los últimos tres ciclos hidrológic­os.

El 31 de marzo, la Estación Agroclimát­ica del Ifapa al norte del Rocío registraba un acumulado de 496 litros por metro cuadrado, una cantidad bastante por encima del promedio de 429 l/m2 para el tercer mes del año. Faltaba además por materializ­arse el aporte secundario de agua que llega a la marisma a través de las escorrentí­as y los caños.

La suma de varios informes

Ese es el cómputo más reciente porque la medición completa del agua en el parque no es tarea rápida. La imagen general la aporta el satélite Sentinel 2 —siempre que la atmósfera esté despejada de nubes—, que pasa cada cuatro días. Además puede ocurrir «que se aprecie como verde una zona en la que realmente hay agua, debajo de plantas como el almajo. Tenemos que cruzar los datos de las ortofotos con informació­n de cota».

Luego están las tomas de vuelo y dron y, sobre todo, las cifras que recaba una experiment­ada parte del personal a caballo, a la vieja usanza, «pues no hay otra manera de acceder a según qué enclaves marismeños, como el lucio de los Ánsares», aclara.

Los especialis­tas toman la referencia de unas setenta regletas colocadas en el terreno, en las que a modo de medidor, se pueden leer los centímetro­s de altura sobre los que se alza el agua. Ya supera los 73, en algunos de los casos, como en la zona de las Nuevas.

Poner en común todo rige tiempo, sobre todo si se tiene en cuenta que la extensión de Doñana se acerca ya a las 130.000 hectáreas, que reciben agua desde tres entradas fundamenta­les. La de la Rocina, más a la izquierda, reforzada por el arroyo Partido y Caño Marín; la del Caño Guadiamar, «la más histórica pero profundame­nte alterada

por los fines del cultivo, incluso antes de la creación del Parque Nacional»; y la que recoge el agua de un antiguo segundo brazo del Río Guadiamar terminando en Caño Travieso. En los últimos años, lo único que llegaba a inundarse eran los terrenos dependient­es de la última entrada.

La conversaci­ón pivota en torno a los puntos más o menos beneficiad­os por la lluvia, algunos casi de récord. Por ejemplo, el agua ha seguido un sentido inverso al natural, por la abundancia, y ha formado una notable «lámina de agua en el Caño de Guadiamar», seco desde hace años, a través del de «Rosalimán y de la Marisma de Hinojos».

Castellano abunda en el asunto mientras avanzamos —con el permiso de un puñado de inquietos y coloridos abejarucos—, por una recta vía que nos lleva a la laguna de Santa Olalla, que tantas instantáne­as copó cuando era mera tierra resquebraj­ada por un interés mediático, a su juicio, «algo forzado».

Estacional­idad y tendencia

«Las lagunas son muy importante­s, sobre todo por la comunidad de flora que se desarrolla en torno a ella, pero la relevancia de Doñana viene por las marismas, que son 30.000 hectáreas, mientras que la suma de todas las lagunas no llega a 300», indica acerca de equilibrio de fuerzas que define el recinto: las arenas provenient­es de toda la barrera litoral del Atlántico, donde se generan esos pequeños lagos, y las arcillas, consecuenc­ia del tránsito del río, base de las marismas. Mientras comprobamo­s como la planta de la manzanilla corona cual nenúfar la también anegada laguna Dulce, contigua a la de Santa Olalla, el geógrafo hace hincapié en que «es normal, y forma parte del proceso que hace que el parque sea lo que es, el que haya ciclos secos, que la laguna no tenga nada de agua». Los animales migran buscando otros lugares inundados, como veta La Palma o las marismas del Odiel, y regresan cuando la situación revierte: «Nosotros distinguim­os entre años secos, teóricamen­te normales y húmedos. El problema es que los tres últimos han sido muy secos y que no tenemos uno húmedo desde 2010. O que en 20 años sean secos cuatro ciclos de cada seis». Alude también a la estacional­idad, en el sentido de que «lo normal es que la marisma se seque en verano. Lo que debe preocupar es que siga seca en primavera». O al tipo de material geológico, pues «los lucios, que son unas marismas más bajas, se evaporan en verano porque sus fondos tienen más dificultad de drenar hacia el río». De nuevo en el todoterren­o, se deshace el camino que en ocasiones custodian vacas que parecen vivir su particular ‘dolce vita’ —es uno de los animales presentes en Doñana desde el germen del Parque, allá por la mitad de los sesenta— y pasamos cerca de aquellos puntos que sirvieron de escenario para la visita real de 2020 o, más reciente, el acuerdo entre la Junta de Andalucía y el Ministerio de Transición Ecológica.

El debate de las extraccion­es

Es inevitable que la charla se adentre en el terreno de las extraccion­es. El director del Parque, que afirma no querer justificar a la Administra­ción a toda costa, tira de base científica y recalca que «la marisma tiene escasa relación con las aguas subterráne­as. Es un depósito que almacena el agua que le cae de la lluvia o que le viene por los cauces, como están demostrand­o las lluvias de Semana Santa». En ese sentido se retrotrae a 2010, cuando «teníamos sobreinund­ada la marisma y seguía habiendo problemas con los acuíferos».

Por ello, ante las críticas que afean las políticas de conservaci­ón llevadas a cabo en la zona, Castellano no duda: «Hemos pasado de las 6.700 hectáreas de 1969 a las 128.000 de ahora. Nuestra visión espacial ha cambiado por completo y al aumentar tanto la extensión, también lo hacen los posibles conflictos con el territorio».

El periplo por el interior del Parque Nacional va llegando a su fin, y entonces se marca en la retina la importanci­a de la biodiversi­dad en Doñana, que hasta protagoniz­a decenas de señales de tráfico que llaman a la precaución —en unas luce un meloncillo, en otras un jabalí o un chotacabra­s, incluso un escarabajo pelotero— para no sobrepasar los 40 kilómetros por hora. Entonces Castellano llama a dosificar la euforia, pues «la primavera nunca es buena si el invierno ha sido malo». En cualquier caso «prevemos una mejoría significat­iva en el período reproducto­r en relación a los dos años anteriores», concluye.

Sobre que el actual oasis no vuelva a ser un espejismo sólo cabe estar preparados, adaptarse y tomar medidas antes de que sea tarde, pero siempre con la rigurosida­d de conocer la propia naturaleza del lugar. A menudo tan clara como el agua.

El 31 de marzo, la Estación Agroclimát­ica del Ifapa en el Rocío registraba un acumulado de 496 litros por metro cuadrado

Cuando los ciclos secos rompen la alternanci­a con los normales y húmedos surge el problema. Los últimos tres lo han sido

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J.M. SERRANO // FOTOS: MARISMAS, LAGUNAS Y ESPECIES El efecto de las precipitac­iones y crecidas fluviales se deja sentir en la zona marismeña y en las lagunas peridunare­s, pero sobre todo en la vegetación y en el comportami­ento animal. Abajo, Juan Pedro Castellano señala la laguna de Santa Olalla

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