Acontecimientos que acontecen
EN los vídeos grabados con los teléfonos desde los balcones, los misiles cruzaban el cielo camino de Jerusalén, naranjas y mortales, y abajo en las ciudades se escuchaba ese particular e inquietante jolgorio con celebración y ‘allahuagbares’. La noche en que Irán descargó su furia sobre Israel y el mundo occidental condenaba el ataque con toda la contundencia posible, mientras Jordania cerraba su espacio aéreo y Estados Unidos y Reino Unido preparaban sus armas para ayudar a la defensa, Pedro Sánchez emitió un comunicado en el que aseguraba que seguía con máxima preocupación «los acontecimientos». Los acontecimientos, ¡cómo acontecían! El acontecimiento se nombra cuando se evitan todas las causas del hecho que se produce, o bien porque no se conocen o porque conscientemente se evita a toda costa nombrarlas. Así se llega a la palabra acontecimiento, como pasando entre zarzas, poco a poco, tomando las ramas con los deditos para no pincharse, para no molestar y quedarse en la epidermis de las cosas. El acontecimiento es eso, una esfera factual perfecta que se nombra desprovista de culpables o valoraciones. Así, los bombardeos de Israel sobre Gaza rápidamente fueron calificados por Sánchez como genocidio, pero lanzar en una noche 170 drones explosivos, 17 misiles de crucero y 30 balísticos sobre la población civil israelí es un acontecimiento.
Cuando los bombardeos de Israel en Gaza, a ojos de Moncloa, Israel aparecía como perfectamente culpable, pero ante el bombardeo iraní solo se confiesa el seguimiento y la preocupación, y el deseo de que no se dé una escalada de la que –ahí sí– Israel sería responsable. No expresa siquiera que hubiera mejor que no hubiera sucedido. No conmina que cese el ataque indiscriminado sobre la población civil, no pide un alto el fuego ante una acción intolerable. No hay rueda de prensa en la frontera de Rafah, ni Yolanda saca los billetes para cantarle las cuarenta a un ayatolá –no nos toques la pirola, cantaban los Siniestro–. No hubo nada de eso porque estaban siguiendo con atención los acontecimientos que acontecían en su acontecer, un poco como todo.
La ministra Sira Rego encontraba cierta belleza en la masacre del 7-O y mientras circulaba por ahí un vídeo en el que unos tipos de Hamás decapitaban a un hombre vivo con la ayuda de una azada, ella celebraba la legítima resistencia del pueblo palestino. Cada uno es cada cual. Yo disfruto viendo funcionar la Cúpula de Hierro que intercepta los misiles cuando llena el cielo de Tel Aviv de puntos y de rayas en un espectáculo que tiene un efecto sedante, magnético, inocente y festivo, casi como de concurso de fuegos artificiales en la Semana Grande de San Sebastián. Me quedaría a admirar esta cima de Occidente embelesado en una azotea con una lata de cerveza si no tuviera que esconderme en un refugio para no enfadar más a mi Elenita. ¿No hay belleza en el escudo antimisiles israelí? Pues en realidad, despierta bastantes recelos en los antisionistas, antisemitas, antioccidentales y otras hierbas a las que tanto repele la superioridad militar de Israel en un fondillo moral en el que se añora secretamente que los judíos hubieran amanecido hoy muertos.
SIEMPRE AMANECE