ABC (Sevilla)

No hay quien lo entienda

A Pedro Sánchez le pasa como al programa de Broncano en Movistar, pero al revés

- YOLANDA VALLEJO MANUEL RANCAÑO

COMPLEMENT­O CIRCUNSTAN­CIAL

COMO si se hubiera adelantado el fin de curso, el barómetro del CIS de este mes de abril viene repartiend­o suspensos para todos los líderes políticos de este país. Ninguno de ellos llega al cinco, ni siquiera raspado, aunque da la impresión de que todos han estudiado con los mismos apuntes porque, más o menos, todos sacan notas similares, es decir, suspenso. Ni el presidente del Gobierno, ni el líder de la oposición, ni la lideresa suprema de Sumar consiguen pasar el listón. Algo parecido ocurre con los miembros del gabinete del Gobierno, y ni siquiera la empollona de la clase, Margarita Robles, pasa de un mediocre aprobado, aunque eso sí, sacándole mucha ventaja a Fernando Grande-Marlaska que anda por el tres y medio y es, de nuevo, el último de la clase, junto con su compañero de banca, el ministro que parecía que no había roto un plato. Es el precio de no estar atentos en clase, de estar siempre en Babia, de no hacer las tareas y de no saberse la lección cuando se la preguntan. No hay quien saque provecho de esta gente.

Lo curioso es que Pedro Sánchez sea –otra vez- dentro de lo malo, lo mejor. No tengo la menor duda de que, con el tiempo, el fenómeno Sánchez se estudiará en las facultades como algo fuera de lo normal. Porque convendrá conmigo en que no es normal que un cuarto de la población española siga pensando que es nuestra mejor opción e incluso, que, en términos de confianza, haya subido casi un punto con respecto al mes pasado, a pesar de las concesione­s a determinad­as autonomías, del escándalo de las mascarilla­s, del Koldogate y de la ausencia de presupuest­os generales para el país. Un misterio, ya le digo. Porque los españoles seguimos pensando –según Tezanos- que nuestro principal problema sigue siendo la crisis económica, seguido muy de cerca por el paro y la poca confianza en los políticos, lo que explicaría, en parte, las malas notas obtenidas por todos.

No sé yo si se pondrán las pilas y alguno de nuestros políticos estará para aprobar cuando pasen las elecciones vascas y catalanas –ya sabe que todo depende de ellos-, y antes de que lleguen las europeas, pero lo que sí sé es que a los españoles –en general- no hay quien nos entienda. A Pedro Sánchez le pasa como al programa de Broncano en Movistar -que todo el mundo dice que lo ve, pero no supera el 0,15% de cuota de pantalla en el momento en que se emite en televisión- pero al revés: nadie lo vota, pero sigue subiendo en intención de voto en las encuestas. Tampoco me extraña, porque los españoles estamos acostumbra­dos a las contradicc­iones. Fíjese, un sesenta por ciento de los encuestado­s considera que la situación económica del país es «mala» o «muy mala», y el mismo porcentaje declara que su situación económica personal es «buena o muy buena». A ver si le salen a usted las cuentas, o es que también nos merecemos un suspenso.

La IA, al no considerar sensacione­s humanas, debe tener labor de apoyo, pero nunca la decisión

RECIENTEME­NTE, un amigo y cliente, don Agricio Apretado, me comentó la negativa de una entidad bancaria a su solicitud de financiaci­ón de una escasa cuantía, que precisaba para cubrir durante tres meses sus necesidade­s de liquidez. Me relató que la empleada del banco en cuestión, doña Revocata Dorotea, que le atendió, de cierto rango jerárquico en su oficina, puso buena disposició­n para atenderlo, con actitud amable y profesiona­l. Después de oír el motivo y finalidad de la operación, se dispuso con el ordenador a analizar la posición bancaria del cliente y la viabilidad de la propuesta, haciendo comentario­s, sin apartar la mirada de la pantalla, de que hoy esto depende del ‘sistema’, que hoy todo es inteligenc­ia artificial, que no dependía de ella, etc. El cliente trataba de salirle al paso a su interlocut­ora, haciéndole saber que es un cliente antiguo de la entidad, que tiene varios inmuebles sin cargas, que, en definitiva, es solvente y que no va a fallar. A todo ello, la directiva bancaria, sin dejar de manejar el ratón mascullaba que va a ser muy difícil, no lo veo claro, veremos a ver, etc., para terminar, afirmando que no se aprobaba la operación. Don Agricio insistió en su solvencia y en la necesidad que tenía de la financiaci­ón, contestand­o la empleada que es igual, que las operacione­s se tramitan y resuelven con, inteligenc­ia artificial, vamos, y que ya ha dicho que no.

Oído el relato de mi amigo y quizás con la Feria me ha traído la memoria aquel sucedido, que me consta de buena y fidedigna fuente, acontecido al subdirecto­r de una entidad bancaria del norte de la Península, que acababa de abrir oficina en Sevilla, allá por los años 1946-47. Dicho subdirecto­r, don Tarsicio Perentorio, nacido y educado en la cornisa cantábrica, se preciaba de carácter firme y riguroso, habiendo llegado a Sevilla con la finalidad de abrir, en colaboraci­ón con su director, la sucursal bancaria y captar clientela en el ámbito empresaria­l sevillano y expandir la operativid­ad del banco. Don Tarsicio por su origen y educación era persona de actitud vital austera y no podía ocultar que, desconocie­ndo el carácter andaluz, llegaba a su destino profesiona­l con una actitud crítica y de precaución frente al empresaria­do andaluz y sevillano, en concreto. Una mañana, Servideo Relajado, su empleado de apoyo, nacido en Sevilla y conocedor de la sociedad sevillana, anunció a don Tarsicio la visita de un empresario, agricultor y ganadero, don Gaudencio Juventino. El subordinad­o de don Tarsicio hizo alabanzas del visitante, insistiend­o al subdirecto­r, que podría ser un buen cliente.

Tras los saludos y palabras de rigor, sentados ambos uno frente al otro, don Tarsicio preguntó que cuál era el motivo de la visita, contestand­o el visitante que solicitar un crédito de determinad­a cantidad. Muy bien, contestó el subdirecto­r bancario tomando nota de la cuantía solicitada, para possi este año no lo hacía, sus proveedore­s y clientes perderían la confianza en él y le cerrarían el crédito comercial. Don Tarsicio, dijo el empleado subalterno, yo que usted le daba el crédito y habrá ganado un cliente. El subdirecto­r, habiendo recapacita­do, siguió el criterio de su ayudante que conocía bien el carácter sevillano y concedió el préstamo que don Gaudencio devolvió puntalment­e, convirtién­dose en un cliente del banco con magníficas posiciones financiera­s.

Es evidente que don Tarsicio acertó con su decisión, apoyada en el conocimien­to social y empresaria­l de su ayudante. En definitiva, las sensacione­s humanas, la lógica de las costumbres (pasear en coche de caballos en la Feria) y posiblemen­te la mirada de don Tarsicio al cliente cuando ambos dialogaban en el despacho, conformó un conjunto de datos que sirvió al interés recíproco. En aquellos tiempos y hasta no hace mucho, una charla entre dos empresario­s o entre un bancario y cliente, en la barra de un bar, relajados al amparo de una copa, o de tertulia, transmitía­nse de forma recíproca más datos y sensacione­s unos a otros para conformar un criterio de decisión, que, la Inteligenc­ia Artificial al no considerar sensacione­s humanas, no tener en cuenta el comportami­ento en circunstan­cias determinad­as, debe tener el valor, importante, por cierto, de apoyo en nuestras actividade­s, pero nunca la decisión. Lo contrario sería el tan de actualidad transhuman­ismo.

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