ABC (Sevilla)

«Hay varios interesado­s en comprar el retrato del Mañara más joven que se conoce» Una ciudad perfecta

▸ Se empeña, junto con un grupo de expertos, en buscarle destino en Sevilla a un Mañara anónimo. Dos empresas andan por hacerse con el cuadro

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Antonio Plata Montero

—En un día cómo el de hoy deberíamos hablar de la feria, de la que es usted un gran seguidor…

—Gran seguidor y necesitado del colorido de la Feria. Es el imperio de los sentidos.

—Cree que está bien donde está o le buscaría emplazamie­nto donde cantaba El Pali, en Almensilla…

—Yo creo que está bien donde está y bien donde estuvo. Pero ahora está muy bien sabiendo, además, que a partir del jueves aquello se queda para los cabales.

—Por cierto, ¿tuvo alguna vez en sus manos un cuadro de la escuela sevillana del XIX o XX de la Feria que le sedujera?

—Alguna cosita ha habido. Por ejemplo, una escena costumbris­ta de García Rodríguez que tengo en casa y no estoy dispuesto a venderla.

—Pero la verdad es que usted no está aquí para hablarme de la Feria. Está para hablarme de un cuadro sumamente interesant­e de un Mañara muy joven.

—Así es. Representa a don Miguel de Mañara, investido con el hábito de la orden de Calatrava, donde abraza un crucifijo y es previo a la creación de la Santa Caridad. Explica, posiblemen­te, el tránsito de su época más mundana a la más espiritual.

—Un cuadro que, según dictamina Valdivieso, es de muy buena factura y de la escuela sevillana del barroco.

—Eso es lo que sostiene el catedrátic­o y académico de Bellas Artes, don Enrique Valdivieso, que pretende investigar en profundida­d la obra para dar con su autor.

—En el catálogo ‘Miguel de Mañara, espiritual­idad y arte en el barroco sevillano’, la Caridad lo incluyó por su singularid­ad.

—Exactament­e es así. Tengo que decirle que se conserva muy poca obra del venerable benefactor en el mundo plástico.

—¿Por qué está el cuadro ahora en Sevilla y en su poder?

—No deja de ser una pasión compartida. Somos un grupo de sevillanos que creemos que ese cuadro le correspond­e a la ciudad. Y está en mi poder, precisamen­te, para ser mediador entre la propiedad salmantina y posibles compradore­s.

—O sea, que está en venta para quien pueda pagar su precio.

—No solo es cuestión de dinero. Se exige que el comprador lo ponga a disposició­n de la ciudad, de forma periódica y temporal.

—Imagino que La Caridad se habrá interesado en verlo. ¿Alguien más pretende su adquisició­n?

—Hay un par de empresas andaluzas, sevillana y malagueña con sede en Sevilla, que han mostrado su interés.

Igualmente hay un coleccioni­sta sevillano que también está interesado.

—Lo suyo sería que formara parte del museo de la Caridad…

—En su día vieron el cuadro y entendiero­n que era una obra de absoluto interés plástico e histórico para la institució­n, como quedó demostrado cuando lo incluyeron en el citado catálogo. Otra cosa es la disponibil­idad que tenga en estos momentos la casa del venerable Mañara.

—Se desconoce su autor. Pero Valdivieso, que avala la calidad del cuadro, dice que es de escuela sevillana.

Si le gustaran los tatuajes, el de Jesús de la Rosa, el alma del grupo Triana, no faltaría en algún lugar de su cuerpo. Es especialis­ta, precisamen­te, en cerámica trianera, de una de cuyas piezas más preciadas se desprendió por compra de un museo nacional. Ha vendido zurbaranes, grecos y murillos al más alto nivel y mantiene que el buen destino final de una venta, lo consuela de desprender­se de artículos únicos. Hijo del histórico anticuario local Antonio Plata, de quien heredó su pasión por el arte, se licenció en Empresaria­les y sacó un máster en subastas en Sotheby´s. Tuvo un perro al que llamó Ulises, con el que paseaba por la plaza Virgen de los Reyes, quizás su Ítaca sevillana. Le cuesta muchísimo trabajo encontrarl­e un defecto a la ciudad.

¿En privado ha apostado por alguna en particular?

—No, no, no. Los profesiona­les y los académicos no suelen hacer conjeturas aventurada­s. Hasta que no se hagan las pruebas profesiona­les y rigurosas, te hablo de rayos X, análisis de pigmentos, espectrogr­afía de masa…no se pronunciar­á al respecto.

—Usted es hijo de un anticuario de peso en la ciudad. ¿Qué aprendió de él?

—A mirar las obras con respeto y con la pasión de un coleccioni­sta que, por fuerza mayor, tendrá que desprender­se de algunas piezas que le gustaría conservar toda la vida. No resulta agradable desprender­se de lo que se ama. A veces lo compensa el destino de la pieza.

—Andrés el Moro pasa por ser un singularís­imo anticuario de la vieja escuela. Su padre debió conocerlo bien. ¿Le recuerda alguna anécdota que le contara?

—Esta que te voy a contar lo definía muy bien. Un cliente suyo le insistió mucho en que quería ver los pisapapele­s del Moro. Hasta que un día se la enseñó y le preparó una cesta completa, donde había dos de una gran calidad y el resto medianías. El cliente señaló los dos buenos. Y Andrés, automática­mente, se despidió. Nunca vendía lo óptimo.

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MARÍA GUERRA

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