ABC (Sevilla)

Hércules en la Feria

Tener espíritu de feriante supone entregarse a la epopeya de un héroe que se enfrentara a los doce trabajos

- EVA DÍAZ PÉREZ

QUIÉN nos iba a decir que la Feria iba a convertirs­e en un recinto donde suceden pesadillas mitológica­s. Sólo llegar al Real es una odisea digna de héroes, como alcanzar la Cólquide de los argonautas. Sin aparcamien­tos, con el minimetro desbordado, autobuses atestados y los taxis saturados por exceso de demanda, alcanzar la Feria se asemeja a una gesta épica.

De hecho, tener espíritu de feriante supone entregarse a la epopeya de un Hércules que se enfrentara a los doce trabajos. Alcanzar las manzanas del jardín de las Hespérides sería simbólicam­ente poder pisar el albero. Pero antes hay que luchar contra varias bestias, desde el jabalí de Erimanto a las terribles aves del Estínfalo, que en clave mitológica podríamos traducir como el drama del aparcamien­to o encontrar un hueco en el autobús. Las colas para coger el Metro son tan largas como las cabezas de la Hidra de Lerna.

Para contemplar el paseo de caballos habrá que robar las yeguas de Diomedes. Y siempre estar advertidos de no toparnos con los infectos establos de Augías, rey de Élide, que nadie logró limpiar salvo Hércules. Aunque siempre cabe la esperanza de descubrir sobre las monturas a Hipólita, reina de las amazonas, rodeada por esbeltos centauros.

La Feria cuenta con un aliciente que tiene su reflejo en los doce trabajos del héroe. En la plaza de toros de la Maestranza se aguarda la esperanza de ver el milagro: la doma con temple al mismísimo toro de Creta. O contemplar en los chiqueros el ganado de Gerión que espera el sacrificio ritual en el ruedo. Todo mientras cruza el cielo el dios Helios arrastrado en su carro por homéricos toros solares.

Los últimos trabajos también se plantean al incauto feriante. Cuando por fin llega a la caseta buscará el alivio de la fresca manzanilla, que es como el vino malvasía, el licor de los dioses. Y, evocando otra vez a Hércules, culminar sus trabajos heroicos devorando a la cierva de Cerinea, que en versión ferial sería la ración de jamón ibérico, langostino­s y gambas de Huelva. Pero he aquí la gran tragedia de los Hércules que se atreven con un día de Feria, porque entonces aparecerá en escena el penúltimo episodio: la locura de los precios y el atraco a los bolsillos. Y al ver la cuenta comprender­emos por fin cómo era la fiereza terrible del león de Nemea y el perro Cerbero, guardián del infierno.

La Feria de Sevilla parece hoy el mosaico de dioses expulsados del Olimpo. El Olimpo es la fiesta de las nostalgias, cuando la Feria se medía con equilibrio­s y se citaban con mesura el dios Baco y las Ménades, danzantes por sevillanas. Hércules, el fundador mítico de la ciudad, está perdido en esta Feria del presente. Rendido en la esquina de la calle Pepe-Hillo con Pascual Márquez, agonizando en medio del albero de Juan Belmonte y derretido de calor y ruido en la barra de una caseta de Joselito el Gallo. Un Hércules que desea escaparse a la Alameda y descansar solitario en lo alto de su columna. Y desde las alturas contemplar a lo lejos y a salvo el Hades de Los Remedios.

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