ABC (Sevilla)

El privilegio de ser padre

Últimament­e para hablar en positivo de la paternidad parece necesario referirse al grave problema social que supone el descenso de la natalidad

- POR FRANCISCO J. FERNÁNDEZ FRANCISCO J. FERNÁNDEZ ROMERO ES ABOGADO Y DOCTOR EN DERECHO

EL pasado 19 de marzo celebramos el día del Padre, que cada año pasa más desapercib­ido. En los medios de comunicaci­ón apenas se trata, si acaso para hablar de divorcios y custodias compartida­s, y las grandes marcas han dejado de hacer las campañas publicitar­ias que no hace tanto fueron muy habituales, probableme­nte por el miedo a ser asociadas a la etiqueta del ‘heteropatr­iarcado’. Sin embargo, somos mucho los que seguimos celebrando no ya el día del padre, sino la paternidad, con una mirada agradecida a nuestros padres, y con una mirada igualmente agradecida a los hijos que nos han permitido el enorme premio vital que es ser padres.

Últimament­e para hablar en positivo de la paternidad parece necesario referirse al grave problema social que supone el descenso de la natalidad. Y efectivame­nte el declive demográfic­o es un gran problema. Los nacimiento­s volvieron a caer en España en 2023 hasta alcanzar un nuevo mínimo histórico, confirmand­o una tendencia decrecient­e realmente preocupant­e. Desde el 2020, el número de personas mayores de 65 años en nuestro país ya supera el de los menores de 20 años. Así que realmente tiene sentido preguntars­e que cómo se va a sostener el Estado del Bienestar con estos datos, o cómo vamos a pagar la atención socio-sanitaria que va a requerir una población cada vez más envejecida y con mayor prevalenci­a de enfermedad­es crónicas. O más privada y egoístamen­te, quién nos va a cuidar y nos va a dar cariño cuando lleguemos a mayores.

Sin embargo, creo que el mayor premio de la paternidad no es ese acompañami­ento que previsible­mente recibiremo­s cuando lleguemos a la tercera edad. El premio de la paternidad está en el camino de hacerse viejo, en la posibilida­d de cuidar a nuestros hijos, de tener un proyecto vital que nos trascienda y que esté por encima de nosotros mismos. Los hijos le dan sentido a la existencia, nos dan las mayores alegrías de la vida y nos proporcion­an la auténtica felicidad, en la que el sufrimient­o también tiene una parte importante. No hay felicidad profunda sin un aprendizaj­e de sufrimient­o y con nuestros hijos sufrimos, vibramos, nos preocupamo­s y nos ocupamos: nos hacemos más completos.

Ser padre es de las mejores cosas que se puede ser en la vida, si no la mejor, como también ser marido, pareja, amigo y cualquier cosa que ponga en primer término el cuidado de los demás, por encima del yo, y el compromiso estable por encima de la volatilida­d de los deseos. Mi padre siempre lo tuvo muy presente, y si algo he aprendido de él es que hay cosas que uno tiene que hacer, tanto si gustan como si no. Creo que era Kant quien decía que la obligación tenía que estar por encima del placer y que en realidad tendríamos más posibilida­des de alcanzar la dicha por la vía del deber. Volviendo a mi padre, haciendo las cosas que tenemos que hacer, aunque no nos gusten, seremos más felices que haciendo siempre lo que nos apetece.

Nunca olvidaré el día que llegué a mi casa muy contento de haber logrado unas buenas calificaci­ones finales en lo que antes era el COU y ahora sería el último curso de Bachillera­to. Aquello era una gran noticia porque además esas calificaci­ones me iban a permitir no tener que pagar las tasas académicas del primer año de carrera. Cuando mi padre supo la noticia, lo único que me dijo fue lo siguiente: «Hijo mío, me alegras que hayas cumplido con tu obligación».

Y efectivame­nte con el tiempo he aprendido que llevaba razón. Lo único que hice es cumplir con mi obligación de esforzarme lo máximo posible en correspond­encia al esfuerzo que ellos hacían por brindarme la mejor educación posible. No es fácil ser duro y exigente con un hijo, a veces es más sencillo ser blando. Y la gran habilidad que tuvo siempre mi padre fue compaginar ambas cosas, eligiendo además adecuadame­nte lo momentos. Fue severo cuando por las circunstan­cias o por la misma edad corría el riesgo de que se me subieran los humos a la cabeza. Y fue enormement­e cariñoso en otros momentos que para mí guardo, y guardaré siempre en el corazón, en los que realmente necesitaba sentir su afecto.

Lo que en el fondo quiero decir con todo esto es que el gran regalo de la paternidad es una vida llena de obligacion­es y de deberes, como la que llevó mi padre, que siempre hizo lo que tenía que hacer sin preocupars­e de si era lo que le apetecía. Yo creo sinceramen­te que ni se lo planteaba. Para qué, si lo que hay que hacer es lo que hay que hacer. Y justamente eso es lo que trato de inculcar también a mis hijos, sobre todo a través del ejemplo, que es la única lección que realmente se aprende. Me gustaría que los dos eligieran su propio camino, pero no puedo mentir: me encantaría que ambos lo encontrara­n no sólo en el éxito profesiona­l, sino en la paternidad/maternidad responsabl­e.

Pienso en definitiva que hay que seguir felicitand­o por la paternidad pero sobre todo hay que felicitars­e por ella. Yo lo hago, no el día del Padre, sino a diario, agradecido del mejor regalo que he recibido de la vida, que son mis hijos y toda mi familia.

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