Vuelta a la normalidad: una tarde para la IA
▸Emilio de Justo se lleva el lote de Garcigrande y corta una oreja; Cayetano se queda sin créditos que lo justifiquen y Ginés Marín se justifica ante un duro Goliat
FERIA DE ABRIL PLAZA DE TOROS DE SEVILLA.
Martes, 16 de abril de 2024. Décima del abono. Tres cuartos de plaza. Se lidiaron toros de Garcigrande. 1º, con estilo aunque pasado de peso; 2º, blando, aunque con clase y ritmo; 3º, con mucha clase aunque sin casta; 4º, de mal estilo; 5º, con casta y emoción (ovacionado); 6º, duro y sin fijeza.
CAYETANO, de nazareno y oro. Estocada (palmas); estocada (silencio).
EMILIO DE JUSTO, de catafalco y oro. Estocada (oreja); estocada muy trasera y tendida (ovación tras leve petición).
GINÉS MARÍN, de pistacho e hilo blanco. Estocada larga y trasera (ovación); estocada (vuelta al ruedo).
¿Qué puedo escribir de esto?», pregunté retóricamente a mi salida de la Maestranza a uno de sus empleados. «Pídeselo a Chat GPT», me dijo. Bueno, voy a probar: «Triunfo y emoción en la corrida de toros en Sevilla», titula la ‘inteligencia’ artificial. Y arranca la crónica: «En una tarde de emociones encontradas y arte desbordante, la plaza de toros de Sevilla se convirtió en el escenario de una corrida memorable con la presencia de los destacados matadores Cayetano Rivera, Ginés Marín y Emilio De Justo, la expectación estaba en su punto máximo». No cabe duda de que Chat GPT es la herramienta que necesitaban los taurinos: prensa amiga, crónica a favor de obra.
No sería decoroso rellenar el resto de esta crónica con la extensa información que me ofrece la aplicación digital, aunque reconozco que las ganas de pisar pronto el real de la feria me tientan poderosamente. Pero no encuentro una mínima mención en la crónica de marras a la fea y descastada corrida de Garcigrande –ya sabemos por qué no venían las figuras, o qué hizo el ganadero cuando supo que no venían las figuras–, a la extinción de los créditos de Cayetano Rivera Ordóñez –tiene que irse cuanto antes–, a la baraka de Emilio de Justo –si uno embiste, le toca a él– y al pundonor de Ginés Marín –correcto con el toro medio, lanzado y meritorio con el malo–.
El resumen de la corrida de Garcigrande se puede dividir –grosso modo– en dos partes. La primera, como la última, ilustrada con el lote de Ginés Marín como paradigma de la tarde. Fue el tercero el de más clase y menos casta de ese inicio ‘dulce’, y fue el sexto el más peligroso y feo de ese final duro. Pensarán algunos, con toda la razón, que dónde estoy dejando al quinto. Cierto, un toro con guasa en el capote y un fondo de bravura y emoción para la muleta. Que despertó la mejor versión de Emilio de Justo, más rotundo y mandón que en el segundo. Pero vayamos por partes...
La imagen cenital de la Maestranza a las seis y media de la tarde dejaba varias lecturas. Primera. Que Ramón Valencia, ahora que dicen que se acerca la finalización de su contrato, le ha pillado el pulso a la Feria de Abril como nunca. Si acertó con su apuesta del jueves de preferia, más inteligente estuvo este martes de feria, víspera del festivo local. Un cartel flojete, cayendo el coste de producción, para liberar a los abonados y darle la carta de libertad al cliente habitual. Una jornada de reflexión, que dejó varias reflexiones. Segunda. Si Cayetano Rivera Ordóñez tampoco justifica en la taquilla su comparecencia –¿habría dos tercios de los tendidos cubiertos?–, ¿dónde la justifica? Dicen que posiblemente sea ésta la última temporada del torero dinástico. Desconocemos la veracidad del comentario, aunque el recuerdo que Cayetano Rivera Ordóñez dejará en los aficionados agradecerá que sea cuanto antes.
Recordaba en su reciente Tercera el director de ABC de Sevilla, Alberto García Reyes, que el emblemático cronista taurino de este periódico Antonio Díaz-Cañabate encabezó una crónica de una tarde de apoteosis currista con
«Hoy he visto a Curro Romero». «Al día siguiente se presentó otra terna y el gran crítico de esta Casa tituló: ‘Volvemos a la normalidad’». La querencia era inevitable este martes, tan fresca en la memoria la melodía de Juan Ortega y Florentino, como tan pesada ha sido la resaca de Garcigrande y Cayetano. En el arrastre del primero ya se había adjudicado el titular.
Pocos toros han salido en lo que llevamos de temporada con la categoría que tuvo Centenero para el capote. Un ritmo sosegado, un soberbio talento para colocar la cara. Saliéndose en los finales de cada lance, girando el pitón para no topar. Ese punto sueltecito, que no mansito, que borda lo de Garcigrande. Un toro para el capote de Morante de la Puebla, o en su ausencia, de Juan Ortega. Muy cuajado fue ese primero de Justo Hernández, que
Cayetano Rivera Ordóñez no justifica su presencia ni en la taquilla ni en sobre el ruedo; debe dejar paso a nuevos toreros
terminó acusando su exceso de peso. No terminaba de ser bonito, porque no lo era, astigordo y con la pobre carita abierta. Pero aparentaba en su estampa, como aparentaba tener una clase suprema, venida a menos en el transcurso de la lidia. Pedía mimo. Y Cayetano, sin pena ni gloria, se lo dio. Ayudándose con la espada en la primera serie al natural, como el que está en el campo, como el que empieza en el arte de torear. Si algo salva la tarde de Cayetano fueron sus estocadas, sin nada que objetar. Bueno sí, el esparadrapo blanco sobre la empuñadura. ¡Un horror! Mucho más basto fue Guijarro, el cuarto; acarnerado, sin cuello y grandón. Descastado, como casi todos, de peor estilo que el resto –hasta que salió el sexto–. Al menos, manejable y noble. Cayetano, sin recursos, en poco se diferenció de un aficionado práctico.
La fortuna de Emilio de Justo rápido asomó por la meseta de toriles. De la calidad de Azafrán (segundo), a la vibración de Tutoro (quinto). Fue la faena de Azafrán un equilibrismo constante sobre el alambre. Del toro que blandeó y trataron de mantener en los primeros tercios, al bravo y entregado final en la muleta. Fluyendo en un ritmo extraordinario. Una contradicción –quizás no– en sus formas: aunque cogido con alfileres, pedía mano bajo para derrochar su entrega suprema. Era este Azafrán un toro mucho más escurrido y proporcionado que el primero, aunque sin el remate suficiente. Ni tanto ni tan poco. No era un toro presentable para Sevilla. Que se tapaba por la longitud de sus pitones, por su morfología de oro. Un cuello casi tan largo como los pitones, un estilo cumbre para el torero. Que salió haciendo aquello tan característico, al menos antes era así, en la casa de Justo Hernández: redondeando entre lances, bordeando junto a las tablas. Fue un pulso inicial entre Emilio de Justo y Azafrán. El torero lo quería afianzar; el toro pedía hondura. Más pausado en su inicio por la mano derecha, más certero con la izquierda. Estilista Emilio De Justo, embarcando con retraso y altura, tapando los matices de su planteamiento con la expresión de su figura. Que pasado el ecuador encontró el pulso, muy por bajo, cuando más se sometía el animal, aunque muy breve. Por momentos consiguió lograr ese toreo supremo que pedía Azafrán. Y se creció con la espada: distraído el toro, seguro el torero. Tocando abajo, esperando su fijeza, volcándose encima. Oreja.
El toro de la emoción
Fue Tutoro, un bicho agalgado. Picado, o contrapicado, según se mire. Más duro para el capote que lo que después fue en la muleta. Un toro con temperamento, con emoción. Que despertó la tarde, que despertó la mejor versión del torero. Al menos, en cuanto a poder y mando. Los doblones primeros fueron los de más cadencia. Una faena cimentada en la diestra, más desbordada en la zurda. Exigiendo y midiendo el toro, descubierto el torero. Que volvió a la derecha, con la codicia de Tutotoro intacta, hallando la tecla a ras de suelo. Muy atrás cayó la espada.
Y fue Lillesito, como hemos dicho, el que más clase tuvo en el arranque. Y también el de menos raza. Sin celo en su salida; aunque con buen estilo en la muleta, pero sin empuje y sin poder. Un toro noble y facilón, un toro para el campo o para un festival. Hasta en su carita, tan estrecha para Sevilla. Pedirle a Ginés Marín que imprimiera toda la pasión que le faltaba a ese toro era una quimera. Pero con el mismo rictus se puso, sin vender ninguna pena, con el duro Germano. Quizás, el más complicado de lo que llevamos de feria. Muy feo y basto, que se tragó con la inercia los lances de salida. Y cuando la perdió, empezó a pedir carnets. Y ahí estaba Ginés. Sobrado, sin ningún aspaviento. Batallando contra Goliat. Un tahúr que no se cansa de arriesgar, que diría Sabina. Lo mató con arrestos. Y le pidieron la oreja, aunque terminó dando la vuelta al ruedo. Con la inteligencia artificial, tampoco hubiera sido más fácil.