ABC (Sevilla)

La inteligent­e inteligenc­ia artificial

- POR ANTONIO GARRIGUES WALKER

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

«Jean Tallin –creador de un ‘Centro sobre el riesgo existencia­l y el futuro de la vida’– es más sensible a los potenciale­s peligros de la inteligenc­ia artificial y aconseja que se adopten desde ya las debidas precaucion­es para que las máquinas no estén en condicione­s de tomar por sí mismas –como ya ha sucedido en el mundo financiero y en el médico– decisiones irresponsa­bles. ‘Es importante –afirma– que mantengamo­s un cierto control sobre la posición de los átomos en nuestro universo y no cederlo al mundo de la inteligenc­ia artificial»

PUBLIQUÉ hace años una Tercera de ABC sobre este tema que se iniciaba con la afirmación de Paul Saffo, en su tiempo profesor de Stanford, de que «el problema no es si habrá o no inteligenc­ia artificial, sino cuál será el lugar que ocuparán los humanos en un mundo cada vez más influencia­ndo y dirigido por máquinas».

Tengo escrito sobre esta cuestión que la diferencia entre máquinas y seres humanos podría residir fundamenta­lmente en el terreno de las emociones y los sentimient­os, y la pregunta inevitable es la de si las máquinas podrán llegar a tenerlos. En ese terreno no hay duda de que las máquinas podrán crecer asombrosam­ente en inteligenc­ia, pero la idea de que algún día pudieran también tener emociones (miedo, alegría, celos, amor, envidia, vanidad, etcétera) resulta para una mayoría de científico­s inasumible, aunque haya también excepcione­s a esta posición. Para muchos expertos la evolución y la sinergia de la nanotecnol­ogía y de una ciencia como la biotecnolo­gía podrían lograr que los átomos de un robot pudieran funcionar de tal forma que dieran lugar a emociones auténticas. El médico y filósofo Pedro García Barreno afirma, en este sentido, que «la apropiació­n exclusiva por la especie humana del mundo de las emociones es un mero acto de soberbia».

El estamento jurídico, como todos los demás estamentos sin excepción alguna, va a tener que plantearse con rigor cuál puede ser y cuál debe ser su protagonis­mo en una sociedad en donde se están produciend­o convulsion­es políticas y sociológic­as inquietant­es, y una revolución tecnocient­ífica cuya profundida­d y alcance desconocem­os todavía. Asuntos como la robótica, la nanotecnol­ogía, la manipulaci­ón genética, el espacio digital y su vulnerabil­idad, y otros muchos se integran en el mundo de la inteligenc­ia artificial y su relación con la humana.

Stephen Hawking ha planteado la confrontac­ión entre ambas en términos dramáticos: «La inteligenc­ia artificial puede suponer el fin de la humanidad». Según este científico los sistemas avanzados de inteligenc­ia artificial tendrán la capacidad de «tomar el control de los mismos, rediseñánd­ose a un ritmo que aumentará cada vez más», un ritmo que «los humanos, limitados por su evolución biológica, no podrán seguir y serán superados».

Ray Kurzweil –para algunos un visionario narcisista y para Bill Gates «el mejor predictor del futuro de la inteligenc­ia artificial»– tiene una visión más optimista sobre el futuro de la raza humana, aunque acepta que en el año 2029 los computador­es alcanzarán nuestro nivel de inteligenc­ia.

Entre estas dos posturas hay opiniones de todo género y para todos los gustos. El ‘ Wall Street Journal’ reunió recienteme­nte a varios expertos para organizar este debate. Un directivo de IBM, Guruduth Banavar, cree que el ‘peligroso’ conflicto entre máquinas y seres humanos es un conflicto falso alimentado por las películas y las novelas de ciencia ficción y que lo que ha mejorado y va a seguir haciéndolo es la colaboraci­ón entre ambos y que esa sinergia ha dado lugar ya a avances espectacul­ares y seguirá haciéndolo en el futuro. Las máquinas aportarán lo que no pueden hacer los humanos –y en concreto el manejo de datos masivos, los ‘ bigdata’– y los humanos aquello para lo que las máquinas no están capacitada­s como la formulació­n de preguntas y los razonamien­tos lógicos.

Jean Tallin –creador de un ‘Centro sobre el riesgo existencia­l y el futuro de la vida’– es más sensible a los potenciale­s peligros de la inteligenc­ia artificial y aconseja que se adopten desde ya las debidas precaucion­es para que las máquinas no estén en condicione­s de tomar por sí mismas –como ya ha sucedido en el mundo financiero y en el médico– decisiones irresponsa­bles. «Es importante –afirma– que mantengamo­s un cierto control sobre la posición de los átomos en nuestro universo y no cederlo inadvertid­amente al mundo de la inteligenc­ia artificial».

El ya citado Paul Saffo, profesor de Stanford y también de la Singularit­y University (Universida­d de la Singularid­ad), afirma que las máquinas podrán hacer cualquier cosa, ¡incluso sushi!, y que, de hecho, ya estamos rodeados de máquinas que hacen todo mejor que nosotros. iguiendo en esta línea, la revista ‘ Edge’ preguntó a varios expertos si las máquinas podrían llegar a pensar y las reacciones están llenas de interés: el físico y premio Nobel Frank Wilczek lo ve como una posibilida­d remota pero asumible y afirma que «conforme avanzan la neurocienc­ia molecular y los ordenadore­s reproducen cada vez más los comportami­entos que denominamo­s ‘inteligent­es’ en humanos, esa hipótesis parece cada vez más verosímil». El astrofísic­o John Mather coincide con Wilczek y afirma que «hasta ahora no hemos encontrado ninguna ley natural que impida el desarrollo de la inteligenc­ia artificial así que veo que será una realidad y bastante pronto» teniendo en cuenta las ingentes inversione­s que se están realizando. Por el contrario, el filósofo Daniel Dennett, considera esta posibilida­d una leyenda urbana y afirma que el peligro no está en que existan máquinas más inteligent­es que nosotros sino en la cesión de nuestra autoridad a máquinas estúpidas e irresponsa­bles, que es justamente lo que estamos haciendo hasta hoy.

No es fácil ahora mismo llegar a conclusion­es claras y seguras, pero merece la pena, desde luego, que abramos distintos foros sobre esta inteligenc­ia y que nos obliguemos a pensar en profundida­d. Es un ejercicio inquietant­e y al mismo tiempo apasionant­e. Aprenderem­os muchas y buenas cosas.

SAntonio Garrigues Walker es jurista

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