ABC (Sevilla)

Si hay censura no hay democracia

- BERTA G. DE VEGA

SIN PUNTO Y PELOTA

En las democracia­s liberales, cada vez que prohibimos que haya debate nos estamos pegando un tiro en el pie

AL régimen iraní le molesta la libertad de expresión. La de las mujeres que quieren quitarse el velo, la de Salman Rushdie, amenazado de por vida por los ayatolás, tuerto de una cuchillada, pero ya con la lengua y la tecla afiladas, resistiénd­ose a asumir el papel de víctima. Seguro que al escritor de Bombay no le importa que los ayatolás digan lo que quieran. Que hablen mucho, así sabemos cómo son y lo que piensan. Como los de Bildu y su imposibili­dad para decir «te-rro-ris-ta» refiriéndo­se a ETA.

La libertad de expresión retrata: por la boca muere el pez. Es el pilar fundamenta­l de una democracia. Es lo primero que suprime una dictadura. Por eso, cercenarla con la excusa de proteger a las víctimas, de evitar delitos de odio, nos quita a las democracia­s la autoridad moral que da cuidar la libertad. «Si temes las consecuenc­ias de lo que estás diciendo, ya no eres libre», escribe Rushdie en su libro. Y, en Occidente, cada vez más, empieza a haber consecuenc­ias y miedo por lo que se dice. Que se le digan a J. K. Rowling cada vez que critica las leyes trans.

El otro día, impidieron la entrada en Alemania a Yaris Varoufakis, el economista exministro de Tsipras en Grecia, alegando que el cónclave al que iba tenía aires antisemita­s por su apoyo a los palestinos ¿Hay que imponer una verdad oficial sobre el conflicto de Oriente Medio? Mis simpatías iniciales y matizables están con Israel pero jamás impediría unas jornadas de apoyo a los palestinos. El martes, en Bruselas, Emir Kir, responsabl­e municipal de la zona donde se celebra el encuentro de National Conservati­sm, mandó clausurarl­o con policías y tuiteó que «la extrema derecha no es bienvenida». Temas a tratar: defensa de la familia, cómo el cristianis­mo alivia la guerra de sexos, cómo hay terapias psicológic­as que están haciendo daño a los adolescent­es y, en fin, una mezcla de asuntos ‘antiwoke’. Estaba invitado, entre otros, Viktor Orban, primer ministro húngaro. ¿Vamos camino de que no se pueda hablar en contra del aborto, por ejemplo? ¿Qué miedo hay a debatir? La decisión de Kir fue criticada por políticos belgas, el primer ministro briánico y Giorgia Meloni. Pudo continuar.

En un delicioso podcast de Javier Aznar entrevista­ndo al publicista Toni Segarra, éste dice que la publicidad o propaganda ahora es todo, hasta un supuesto relato científico y se pregunta «¿qué pasa, que no hay científico­s antivacuna­s? No me lo puedo creer». El relato científico del cambio climático, por ejemplo, hizo que a Jordi Wild le resultara muy difícil organizar un debate con un científico que no cree que el cambio climático esté ocasionado por las emisiones de CO2 de origen humano y otro que defendiera que sí. Al segundo le criticaron por aceptar debatir. El primero asume que está cancelado en muchos foros.

En las democracia­s liberales deberíamos poder hablar de todo. Cada vez que prohibimos que haya debate nos estamos pegando un tiro en el pie. Poder hacerlo es lo que nos distingue de los regímenes que alientan a los que están dispuestos a acuchillar a Rushdie por escribir lo le dio y sigue dando la gana.

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