ABC (Sevilla)

Los ojos del corazón

- POR IGNACIO GALLEGO IGNACIO GALLEGO CUBILES

TRIBUNA ABIERTA

Hace unos días escuché en la radio este mensaje publicitar­io: «Si quieres abrir los ojos, ciérralos». No recuerdo qué anunciaba, quizás porque hay frases tan sugerentes que producen el olvido de todo lo que no sea la considerac­ión de su propio mensaje.

La paradoja publicitar­ia es más profunda de lo que parece. Para abrir los ojos que nos muestran lo que de verdad vale la pena ver, hay que cerrar los ojos que ven lo exterior y abrir los que son capaces de ver en nuestro interior, los «ojos del corazón», porque con ellos se puede apreciar lo que nos hace infelices y podemos cambiar: el afán de poder, de tener, la envidia, el odio, el juzgar a los demás, etc.; pero también percibir nuestro espíritu, lo que realmente somos: Vida, amor, verdad, generosida­d, unidad con los demás. Precisamen­te lo que ven las madres en sus hijos e hijas; buceadoras en sus más profundos rincones, no encuentran otra cosa que bondad y buenas actitudes; alguna vez le sale el pronto –dicen- pero se desvive cuando ve que alguien lo/a necesita.

Las madres no se equivocan, porque saben ver lo que a veces les cuesta descubrir en ellas mismas: el espíritu de sus criaturas.

Para abrir los ojos que ven nuestro interior solo hay que cerrar los ojos, en silencio, con la voluntad de conocer lo que nos pasa. Ocurre entonces lo mismo que en los vehículos de motor al circular por una carretera cuando se hace de noche y saltan automática­mente los faros que iluminan el camino.

Quien dude de la existencia de su espíritu, no tiene más que hacer lo descrito en el párrafo anterior. Negar la realidad del espíritu es la manera más eficaz de desconocer lo que nos hace humanos, la causa de nuestra paz interior, la «pequeña» diferencia entre nosotros y los animales que, por cierto, también tienen inteligenc­ia.

El espíritu, por su propia naturaleza, no está contaminad­o, y es de quien procede la salvación de los seres humanos como nos recuerdan los místicos de todos los tiempos: la salvación viene de dentro, no de fuera, y consiste en llegar a conseguir la plena humanidad, en ser plenamente humanos; y, por tanto, viene de dentro no de fuera. San Agustín decía: «Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti» (Cat. de la I. Católica, p.1847).

Benedicto XVI aconsejaba ver a los demás con los ojos del corazón, lo cual supone quedarnos con la imagen que nos proporcion­a el cariño, la comprensió­n, el no juzgar ni utilizar a los demás. Mirar desde dentro, prescindie­ndo de los prejuicios que nos proporcion­a la mente, tantas veces ciega a la percepción verdadera de la realidad.

¿Consistirí­a en ese modo de ver la curación de la ceguera que Jesús practicaba? Ahora veo, decían los que habían sido sanados. A veces me pregunto ¿No es el sentido del mensaje una llamada a que, tanto los ciegos como los videntes, empiecen a ver de otra manera?

Para abrir los ojos que ven nuestro interior solo hay que cerrar los ojos, en silencio, con la voluntad de conocer lo que nos pasa

Resulta más espectacul­ar devolver la vista a dos o tres enfermos de ceguera, de los muchos que había en aquellos tiempos, pero lo que hace cambiar al mundo es que tanto los ciegos como los videntes puedan cambiar su forma de ver. Me ayuda a pensar así aquella frase de Pascal: «Quitad la magia al Evangelio y la Humanidad vendrá a postrarse a los pies de Jesús».

El consejo de muchos, pegado a la tierra, es: ¡Abre los ojos!, y, mientras más abrimos los ojos, más se cierran los del corazón.

Me gusta más este otro, tan conocido, de St.Exupery: «He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos».

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