ABC (Sevilla)

Ir ‘casi’ obligado Los sevillanos disfrutaro­n del miércoles en el real jurando que no volverían a pisar la Feria. Mientras decían esto pensaban en qué se pondrían hoy

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SANTI GIGLIOTTI

Comienza la cuesta arriba del ensueño, llega el Tourmalet del despiporre, la etapa fronteriza en la que se hace criba en el pelotón del jaleo. Los atletas de maratón siempre hablan del muro de los 30 kilómetros como el punto de inflexión de la competició­n, ahí se enfrentan al hombre del mazo, que les da impulso para encarar los metros que les separan de la meta o los condena a la pájara. Pues en eso andábamos ayer, en el empinamien­to de la fiesta. Prueba de ello son las heridas de guerra que ya arrastraba­n los ciudadanos del laberinto de la alegría, los indicios del paso de los días: las caras tostadas por la exposición a un sol inquisidor, el estómago hecho mistos, las molestas rozaduras en los pies que ya no alivian ni los célebres compeed, la ronquera de los que están condenados a hablar desde dentro, como contando siempre secretos de ultratumba. Los achaques del placer.

Hay mucho de epicidad en esta gesta lúdica, en la proeza de mantener la compostura pese a los estragos del desbocamie­nto. Se constataba en los saludos de los feriantes al volver a pisar el terreno sagrado: «¿Ya estamos otra vez en el lío?», decía un hombre disfrutand­o mientras recibía a otro socio con la liturgia del abrazo de los que se han visto hace apenas unas horas. «Otra vez, hijo, otra vez». Los púgiles del albero camuflaban las bolsas de los ojos con gafas de sol y le pedían al camarero una botella de agua para ver si engañaban al cuerpo antes de volverlo a castigar. El miércoles estuvo marcado por una frase, un homenaje a ese autoengaño chabacano, a esas trampas al solitario, a esa mentirijil­la piadosa o ese propósito que sabemos que no vamos a cumplir: «Este es mi último día, mañana me quedo en casa». Los demás asentían o igualaban el rentoy: «yo he venido casi obligado porque tengo un par de compromiso­s que no me puedo saltar». Vaya por Dios, hombre, qué faena más grande. Así se consumía el preámbulo, unos preliminar­es que forman parte del juego y que duran lo que tardan en consumirse las dos primeras jarras y en ingerirse ese montadito de lomo en pan aceitoso que mete el cuerpo en caja.

El miércoles fue el día del ‘ya me estoy yendo’, algo parecido a ese ‘ya estoy saliendo’ cuando uno sigue metido en la cama. También especulaba­n las mujeres, como una que comentaba con una amiga que su medida contra el cansancio no sería no venir, sino que no se vestiría de flamenca. Aunque la mejor y más esclareced­ora escena ocurrió en el estanco de la calle O´Donnell cuando un tipo frenó la coba de un conocido que le decía que ya no podía más, que mañana mismo colgaba los mocasines: «Si eso fuese verdad, el viernes cabíamos todos en un Tussam». Ole, y aún hay gente que tiene el valor de decir que esto se está mu

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Numerosos enganches se dejaron ver por las calles de la Feria // RAÚL DOBLADO
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Una joven disfutando de la tarde en el real // TAMARA ROZAS

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