ABC (Sevilla)

Ese tiempo sin tiempo de Curro y Rafael

- JESÚS SOTO DE PAULA

MOLINETES Y TRINCHERAZ­OS

VIENE a ser un mazazo psicológic­o y cuasi psicodélic­o cuando uno se da cuenta de que se cumplen 25 años de aquellas últimas dos orejas de Curro Romero en Sevilla, y no sé cuántos de esa otra obra de Curro ante ‘Flautino’, de Gabriel Rojas, en el 84, o esa faena de Rafael de Paula al quinto de Bohórquez en 1987, así como la de ese Rafael vestido de negro y azabache ante un toro de Manolo González (creo que en 1988), ese toro que no quiso embestir con el capote, pero sí con la muleta en San Miguel, y sólo hablo de las que vi… y sigo viendo. Lo cierto es que uno deduce lo que ya intuía, y es que cuando se trata de arte, el pasado es un presente con mucho futuro, pues sin duda es otro tiempo, otra medida y otro pulso el que nos dictan esos parámetros de eso que entendemos como la quintaesen­cia del toreo. No se trata de no ser consciente de que lo pasado… pasado es, más cuando el toreo es un ejercicio de súbito e irremediab­le pasado, casi ipso facto, cuando en el embroque todo es un visto y no visto. Sin embargo, algo se salva de ese tiempo cruel, y es el mismo sentir del sentimient­o cuando uno contempla que todo lo que en arte se crea, se hace en otro mundo, y es ese lugar de trance emocional, aquí o allá, cuando el torero, el escritor o el músico nos dicen su expresión íntima y desnuda en ese submundo en el cual anda creando por imperiosa necesidad de espíritu. Siempre he sopesado pues, que toda gran obra jamás se ha creado en este mundo, sino en esa huida o posesión enduendada del arrebato artístico, cuando subyugado por la catarsis, se descarnan esas sentencias últimas, las cuales también poseen sus querencias (como los toros), las de crear en esos terrenos que circundan al otro lado del río, en ese vaivén de las muñecas de Curro y Rafael. Por ello, aquel ayer, ya lejano y que bien podría haber sido abducido por el olvido, a día de hoy y a su capricho, se me viene como un escalofrío siempre inesperado, al rememorar lo que le pertenece a uno mismo. Existe cierta brujería en todo ello, cuando uno no puede desprender­se de ciertas vivencias, y que al venir éstas a ti se asumen como gozo de aquello que te pertenece por adivinació­n y revelación. Asumiendo que en el toreo, la máxima revolución es y sigue siendo la revelación del arte.

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