ABC (Sevilla)

El libro del duelo

- CARMEN GONZÁLEZ

Dicen que hay dos tipos de personas en este mundo, las que han perdido a un hijo y las que no. La doctora Rosario Jiménez Cabrera (Arahal, 1964) perdió a su hijo Abel en un accidente hace 50 meses, el 4 de febrero de 2020. Cuenta su ausencia en meses porque, si lo hace en años, la intensidad del dolor no se acerca a la realidad. Quien no haya pasado por algo similar puede entender el vacío, «la mutilación» que se siente y que te transforma en otra persona. Todo lo ha dejado reflejado en el libro ‘Un lugar mágico’, que ha sido una «catarsis» pero con el que pretende que su traumática experienci­a valga, al menos, para que la sociedad se haga una leve idea de la profundida­d de un dolor que no se parece a ningún otro. Presentará el libro en mayo en la Casa del Aire.

La doctora Cabrera o Rosario, nombre con el que la conocen en Arahal, siempre ha sido una persona cercana, amable y querida. Su profesión ha permitido que canalice esta forma de ser hacia un objetivo: preocupars­e por los demás y salvar vidas. Está muy capacitada para hacerlo, después de 16 años en la UVI de Emergencia­s de Morón de la Frontera y 34 de profesión. Por eso, el día que Abel tuvo el accidente luchó para que su profesiona­lidad estuviera por encima del papel de madre del joven de 26 años que estaba tirado en la carretera, «maltrecho» y necesitado de cuidados médicos urgentes. Llegó al lugar del accidente antes que el equipo médico y comenzó a actuar. «Recuerdo que lo llamé y, también, que me dijo mamá». Pero ya no habló más.

Cuando llegaron los sanitarios, trabajaron juntos para atenderlo. «Sabía que la situación era complicada por la sudoración. Trabajo con este tipo de accidentes a diario».

El libro recoge la dureza de los recuerdos de ese día, el peor de su vida. «Cuento cómo fue desde por la mañana hasta el momento del accidente. Y después, la experienci­a tan fría que viví en el hospital. El hecho de que no haya un lugar en el que puedas estar para despedirte de tu hijo». E inmediatam­ente, añade, «eso tenemos que trabajarlo» y se refiere a ayudar a las personas que pasen en un futuro por la misma situación intentando que lo incluyan en los protocolos de los hospitales.

De hecho, desde que murió Abel, la doctora acude a cada duelo de familias a las que le toca vivir este trauma que ella dice reconocer en los ojos. «Cuando una madre o un padre pierde a un hijo, para saberlo sólo hace falta mirarlos». Cada uno lo interioriz­a y lo expresa de manera diferente pero «todos tienen la misma mirada».

En esa mirada se ve reconocida cuando acude a dar y sentir el consuelo que necesitan otras familias cuyo dolor es

La doctora arahalense Rosario Jiménez Cabrera perdió a su hijo de 26 años en un accidente hace 50 meses y ahora consuela a las familias que pasan por la misma experienci­a

«Cuando una madre o un padre pierde a un hijo, para saberlo sólo hace falta mirarlos; todos tienen la misma mirada»

reciente. Y en esa mirada se vio reflejada cuando, a causa de tu trabajo, tuvo que atender en Morón a una madre que lloraba en el tanatorio la pérdida de su hijo. «Usted no sabe lo que es esto», le dijo la mujer. No pudo impedir que las lágrimas bajaran sin control por su rostro. «Sí, lamentable­mente sé por lo que estás pasando, perdí a mi hijo con 26 años en un accidente». En ese momento, la señora cambia su actitud, este tipo de dolor sólo se sabe si se sufre en carne propia. Por esta razón, la sociedad no entiende cómo las madres (y los padres) que pierden a sus hijos necesitan ir a diario al cementerio. «Vengo de hacer la guardia y lo primero que hago es ir al cementerio. Me siento allí para hablar con él. Pongo una canción suya que tengo grabada. No le hago daño a nadie». No se puede juzgar esta decisión.

El trabajo ha sido también una manera de buscar consuelo, desde el accidente es más consciente de que puede salvar vidas y en cada una de ellas, ve a Abel. «Cuando lo perdí, sólo falté a dos guardias, necesitaba trabajar». Al joven le encantaba cantar acompañado de su guitarra y lo hacía en el patio de su casa.

El de la doctora Cabrera era un hogar lleno de música, todos cantaban hasta el día del accidente en el que se hizo el silencio. Los primeros días, la sensación es que «mi niño estaba de viaje y esperas que entre por la puerta, no eres capaz de aceptar que se ha ido para siempre». De hecho, no entendía que hubiera otras personas, con el mismo tipo de pérdida, que citaran esa palabra cuando iban a consolarla. No podía ser para siempre. Ahora sí lo entiende y lo explica en el libro donde quiere dejar claro que, a pesar de la «mutilación» que supone esa pérdida, puedes seguir sobrevivie­ndo y aprendiend­o.

En Arahal es una persona muy querida y hay vecinos que ven en ella a «un ser de luz». Se sorprende por esta descripció­n, que ha oído en más de una ocasión, y sólo acierta a decir que «la muerte de Abel me ha hecho mejor persona».

Ha sido un «para siempre» que el tiempo ayuda a entender, «te vas haciendo a la pérdida». Pero Rosario quiere seguir sintiendo el dolor que habita en el trozo grande de corazón que correspond­e a Abel. «El amor que siento por él es más fuerte que la muerte».

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Sobre estas líneas, la doctora de Arahal y autora del libro ‘Un lugar mágico’ // ABC

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