La Feria partida en dos
La tendencia natural es apuntarse al primer turno, pero la segunda fase ofrece una Feria más sosegada y próxima al recuerdo que añoramos
AYER comenzó la Feria... otra vez. Este diseño moderno de diez días obliga necesariamente a partir la fiesta en dos, porque no hay capacidad física ni económica para mantener el cuerpo en posición de revista durante tanto tiempo. No hay que olvidar que hablamos de una celebración exigente en la que hay que sudar la camiseta (camisa y chaqueta en este caso). ‘Me paso por la Feria pero solo un ratito’ es una de las grandes falacias de la sociología hispalense, un supuesto metafísicamente imposible, porque solo llegar al real ya es una pequeña proeza y las casetas no son las consultas del médico donde uno llega, le atienden y se va. El libro de reglas no escrito del protocolo sevillano establece que caseta que se pisa, copa de manzanilla o cerveza que se echa al gaznate y ración de lo que sea que se comparte. Nadie está en la Feria menos tiempo del que había pensado; lo normal es lo contrario, que la visita se extienda más allá no solo de las previsiones, sino en muchos casos de la prudencia. Y eso se acaba pagando, financiera y corporalmente.
Ante una Feria de diez días solo hay dos opciones: la dosificación, alternando días de jarana y de descanso como las rotaciones de los futbolistas, o quemar las naves del tirón y hasta aquí hemos llegado. Huelga decir que los sevillanos somos más del segundo escenario, porque el primero requiere cumplir con una meditada planificación y el ambiente casetero no es el más adecuado para proceder con tanta disciplina. Salvo los cuatro superdotados capaces de mantener el ritmo de sábado a sábado y los cinco cerebrales que organizan su Feria con un excel, lo normal para el sevillano estándar es que su paso por el real dé para tres, cuatro o como mucho cinco días.
Esta circunstancia aboca a la Feria a partirse en dos, como los turnos de un restaurante, con el día festivo como linde. La tendencia natural es apuntarse al primer turno, desde el sábado del pescaíto hasta el miércoles, y tirar después hacia la playa para inaugurar la temporada preveraniega y recomponer el cuerpo tras el jolgorio. Está por ver, sin embargo, que los últimos no sean los primeros, porque los visitantes del real en esta recta final de la celebración disfrutarán probablemente de unas jornadas reposadas y con menos masificación, más próximas al recuerdo de la Feria que añoramos.
En cualquier caso, una semana partida en dos rompe el concepto original de la celebración, la idea de una fiesta uniforme, y alienta el mercado negro de alquiler de casetas, ese tabú al que el Ayuntamiento no se quiere enfrentar pero que existe, como las meigas gallegas. La tentación de amortizar el costoso montaje arrendando la caseta en los días en los que los socios están saturados de fiesta se incrementa con este formato sobredimensionado que el sevillano no puede abarcar. Las cosas tienen su justa medida, y extenderlo más allá de su límite natural es adulterar una fórmula que lleva décadas funcionando.