ABC (Sevilla)

Mangantes S. A.

A día de hoy, lo único cierto tras la carta de Sánchez es que el resto de problemas quedan opacados; incluso los que no le afectan, como los mangazos de UGT

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LO primero. Presidente, dimita. En serio. La fachosfera, la ultraderec­ha... Esto no está ‘pagao’. Portazo y a otra cosa. Y no se preocupe por nada, que ya nos apañamos. En fin. Tristes tiempos los que vivimos con este Gobierno infantiloi­de. No merece la pena abundar en el universo de especulaci­ones y teorías varias abierto tras la cartita de marras. Vamos con lo serio. Lo de la UGT, por ejemplo. Lo de los cursos de formación en Andalucía, que fueron un mangazo de gran categoría. Ya pueden decir misa los acusados ante el Tribunal. Que si «no, verá usted», «a mí que me registren...». Que Dios los ampare y la Justicia cargue fuerte contra ellos, porque lo que hicieron no tiene perdón humano. Se forraron, pero bien forrados, a costa de los más necesitado­s. De los parados. Muchos de ellos ‘exdelphis’, a los que el inhabilita­do Manuel Chaves engañó de forma oprobiosa con aquel «¡No os voy a dejar tirados!» a voz en grito en la puerta de la factoría recién cerrada. UGT actuaba como una organizaci­ón mafiosa que se valió de los desemplead­os de forma inmoral. El ‘modus operandi’ era bien fácil. Pedían a organizaci­ones afines que inflaran facturas por servicios que no habían realizado y se quedaban con el sobrante. Tal cual. Y el sobrante era mucho. Muchísimo. Hablamos de millones de euros. Pero ojo, no sólo UGT. Aquí hay mucha gente involucrad­a. Un ejemplo sencillo. Una academia que da uno de esos cursos de formación, algunos de ellos bastante ridículos por cierto, en los que se enseñaba papiroflex­ia y cosas así, aunque ese es otro tema. Pedía una subvención de unos cuantos miles de euros para alquilar un aula para cien alumnos y contratar a cinco profesores, por ejemplo. Luego, en vez de a cien alumnos, daba el curso a 20 y contrataba sólo a dos profesores. La diferencia, como no había ningún tipo de control por parte de la Junta, se la quedaban. Eso lo hacía UGT y otras muchas entidades. Y no había control, por cierto, por aquello del eufemismo tan socorrido de la paz social. No era paz social, es que como mangaba hasta el apuntador, todos callados. Hasta que uno de los trabajador­es fue despedido con una mano delante y otra detrás. Y cantó la Traviata. Todo presuntame­nte, claro. Presuntame­nte.

La Unión General de Trabajador­es era en aquella época la Unión General de Mangantes. Con otro agravante. Durante su declaració­n de esta semana, el exsecretar­io general de UGT Andalucía, Francisco Sevilla, llegó a referirse en varias ocasiones a su sindicato como una «empresa». «Funcionaba como tal», llegó a decir. ¡Una empresa! Le traicionó el subconscie­nte. Pero es que es probableme­nte la única verdad que dijo en el juicio. Tan era así, que el mismo día que el sindicato convocaba una huelga en contra de la reforma laboral de Mariano Rajoy –el mismísimo puñetero día– despedía a un trabajador administra­tivo acogiéndos­e a ella y pagándole el mínimo posible de indemnizac­ión. Obviamente era un despido legal, pero la autoridad moral es la misma que la de Pedro Sánchez y señora haciéndose las víctimas y llorando por las esquinas. Ninguna.

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