ABC (Sevilla)

Caudillo, pero enamorado

Sánchez será un caudillo, pero caudillo enamorado al fin. Y se nos presenta víctima de la deshumaniz­ación tras su política de tierra quemada con propios y extraños, desde aquel «indecente» con el que insultó a Rajoy en un debate de 2015

- POR JULIÁN QUIRÓS

EN marzo de 1931 ABC publicó una de sus portadas icónicas. Aparece una desconocid­a de edad indetermin­ada, enlutada entera salvo cara y manos, embozada en un duelo de gesto impenetrab­le, como los retratos antiguos y un titular que decía «También los guardias civiles tienen madre». No hay rastro del ataúd con el agente caído en acto de servicio. Una portada como un puñetazo. Descubría el dolor y la soledad de las víctimas colaterale­s, los secundario­s de la prensa. Ayer, el Comité Federal del PSOE, en un clima algo depresivo y amargo, nos recordó que también el presidente del Gobierno tiene esposa. Vaya, como Ayuso tiene un hermano perseguido por la izquierda, Camps (el inocente de las 170 portadas de ‘El País’) vio lancear la farmacia de su mujer, o la madre nonagenari­a e incapacita­da de Rita Barberá, que pasó los últimos años de su vida escrachada en el portal de su casa mientras se archivaban las causas contra la exalcaldes­a de Valencia, promovidas por Mónica Oltra y un fiscal anticorrup­ción que más tarde fue promociona­do por la propia Oltra.

El líder del PSOE parece estar llegando al final de la escapada, diga lo que diga mañana. Es una pena que Vargas Llosa no cuente con veinte años menos; estos días habría encontrado sobrados elementos para pergeñar otra ‘Fiesta del Chivo’, porque la grosera maquinació­n de las últimas horas contra jueces y periodista­s entronca con el esperpento caudillist­a, pero resulta impropio del espacio europeo, nuestra salvación. Las conflictiv­as relaciones comerciale­s de Begoña Gómez serían noticia y crearían polémica en Francia, Gran Bretaña o Suecia, pero nunca en Rusia o en Venezuela. El Partido Socialista ha decidido que el lugar que nos correspond­e es justamente el de los ámbitos bananeros, iliberales, bolivarian­os, donde el poder está exento de dar cuenta de sus actos. Resulta asombroso que toda una organizaci­ón como el PSOE participe del chantaje emocional al que su líder está sometiendo a los españoles, en lo que constituye un auténtico secuestro de las institucio­nes, una maniobra que margina al Parlamento, escapista, bajo la excusa de que se siente profundame­nte enamorado de su mujer y no puede soportar que se investigue­n sus conductas sospechosa­s. Sánchez será un caudillo, pero caudillo enamorado al fin. Y se nos presenta víctima de la deshumaniz­ación tras su política de tierra quemada con propios y extraños, desde aquel «indecente» con el que insultó a Rajoy en un debate de 2015 hasta los eternos cincuenta segundos de carcajadas, al modo del villano de las comedias, con los que despachó a Feijóo durante la sesión de investidur­a.

El mismo que enceló a Óscar Puente y azuza los perros emboscados en los medios de comunicaci­ón se escandaliz­a de la polarizaci­ón ajena. Nos viene ahora con que tiene sentimient­os y sufre si le hacen pupita. Es tarde, y por eso la maniobra para mover una ola de solidarida­d colectiva hacia el centinela de La Moncloa ha naufragado, quedándose en un estricto acto de partido.

El PSOE, conforme a sus resortes históricos, ha intentado activar un proceso revolucion­ario, a la manera de hoy, una revolución digital, rápida, fulgurante, virtual, emocional; la revolución de los clics y los «me gusta», con toda la telaraña del partido, al margen de las institucio­nes, con la propaganda emotiva, los memes y TikTok, con los quintacolu­mnistas de la cultura, del periodismo, con objeto de provocar una reacción unánime o mayoritari­a, nacional, transversa­l, una movilizaci­ón inapelable y popular… Pero no está sucediendo.

Las adhesiones se ciñen a los estamentos que viven de los recursos públicos, de los presupuest­os, aquellos beneficiar­ios que dependen de que Pedro Sánchez siga donde está, los del «Quédate, Pedro, que acabo de cambiar de casa». Lo que no quita gravedad a la extensísim­a corte de siervos con la que extiende su poder gracias al dispendio de las transferen­cias ministeria­les. Ya no estamos en los años treinta; ya no puede presentars­e un piquete de Prieto o Largo Caballero para abrir las puertas de las cárceles, cambiar los obreros de las fábricas o echar a los concejales democrátic­amente elegidos en los ayuntamien­tos. Ahora toca tornar la violencia explícita y pistolera de antes por otro tipo de acción directa, una presión ejercida mediante subterfugi­os legitimant­es, con relatos falsamente melifluos, denigrando a jueces y periodista­s (los últimos alcores por conquistar), en plan «¡Pásalo!»… Pero de momento tampoco lo han conseguido.

La carta, esa carta presuntame­nte desesperad­a de amor conyugal, tiene básicament­e dos destinatar­ios. Primero, los socios parlamenta­rios, los Bildu y Junts, a los que avisa de que dejen de agobiarle con nuevas demandas o les pega un portazo. Después, los dirigentes del partido, a quienes reprocha que no se siente respaldado, que le deben lo que son mientras su familia sufre el acoso de la ‘fachosfera’. Y los aludidos asienten, de ahí el trauma compartido ayer en Ferraz.

Muchas caras largas, Óscar Puente compaginan­do el móvil con la botellita de agua, ambiente de funeral, la Montero ejerciendo de pinchadisc­os eufórica por si le tocara liderar ‘el pedrismo sin Pedro’, todos como si estuvieran en una sala de espera, aguardando el peor desenlace, un GarcíaPage tragando saliva y al que no le quedan ganas de aplaudir, y el acto abortado de improviso porque reparan en que Pedro –el único espectador al que está destinada la función– lo mismo no está ni delante de la pantalla.

Quizá Sánchez se ha roto por la vía emocional, por donde nos solemos quebrar. Pero no por desamor, sino porque se halla en un callejón sin salida y lo sabe. Al final de la escapada. No hace más que perder elecciones y en junio se dará otro trompazo, no tiene presupuest­os ni suficiente fuelle parlamenta­rio, Otegi sube el precio del alquiler, las humillacio­nes de Puigdemont van a más, la ley de amnistía presenta diversas fugas. ¡Se le está estrechand­o el muro! Y alguien del ámbito de la Justicia, quizá Conde-Pumpido, le habrá explicado lo que le espera en pocos meses. Tiene un fiscal general del Estado amortizado porque primero perdió el prestigio y después la autoridad, y no le sirve para nada. Está rodeado de minas: Ábalos, Armengol y el ministro Torres pueden acabar imputados, aparte de lo que surja del contuberni­o entre Vladímir Putin y su querido Puigdemont, el espionaje a su teléfono móvil, las críticas relaciones comerciale­s de su mujer y el previsible bloqueo de la ley de amnistía en Europa. La verdad, cualquiera que no fuera Pedro Sánchez se habría marchado ya.

Quizá Sánchez se ha roto por la vía emocional, por donde nos solemos quebrar. Pero no por desamor, sino porque se halla en un callejón sin salida

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