ABC (Sevilla)

Tras la pista de los esclavos del siglo XXI en el campo

ABC acompaña a la Policía Nacional en una de sus investigac­iones contra las redes que se lucran con la explotació­n laboral. Sólo en año y medio han detenido a 38 personas y han identifica­do a cerca de 80 víctimas

- SILVIA TUBIO SEVILLA

Aquel chico presentaba una discapacid­ad intelectua­l tan severa que a los médicos les costó trabajo creerse que había estado trabajando de manera voluntaria en el campo. En mitad del tajo, un tractor lo arrolló causándole heridas graves y lo mandó directamen­te al hospital. Algo no encajaba y el personal sanitario llamó a la Policía. Así arrancaba una de las últimas operacione­s policiales que ha llevado a cabo la Policía Nacional contra las redes que se lucran con la explotació­n laboral en la provincia sevillana. Ese joven era una de sus víctimas y acabó colaborand­o con los agentes; algo que pudo costarle caro porque la organizaci­ón que lo había traído engañado a España lo secuestró para que no hablara. «Si no lo liberamos a tiempo, seguro que le hubiera pasado algo».

Quien habla es Fernando, uno de los inspectore­s que trabaja en la unidad contra las redes de inmigració­n y falsedades documental­es (UCRIF). Hablar de esclavitud podría trasladar al lector a sociedades con escaso nivel de desarrollo. Pero ganar dinero con la mano de obra esclava es una realidad en el primer mundo, en países europeos como España donde las víctimas habituales no son los nacionales sino los extranjero­s que no tienen regulariza­da su situación y que además suelen entrar de la mano de organizaci­ones que las someten a un control férreo.

No se tratan de situacione­s aisladas. En sólo el último año y medio, la Policía Nacional ha detenido a 38 personas y ha identifica­do a cerca de 80 víctimas de este tipo de explotació­n sólo en la provincia sevillana. La mayoría de los detenidos son extranjero­s, principalm­ente de Rumanía y de otros estados de la Europa del Este porque en sus países es donde realizan las labores de captación. Forman parte de organizaci­ones que operan como auténticas mafias. El dinero que obtienen de explotar a los trabajador­es lo «suelen enviar fuera donde tienen su patrimonio a buen recaudo».

Este incremento de trabajo no es sólo una percepción policial; la propia Fiscalía sevillana lleva advirtiend­o en los últimos años cómo están aumentando las causas judiciales por la trata de seres humanos con fines de explotació­n laboral cuando no hace mucho las víctimas mayoritari­as eran las mujeres explotadas con un claro objetivo sexual. Es un negocio lucrativo que se aprovecha de la vulnerabil­idad de personas sin papeles y sin recursos. «Hay quien se ha lanzado por la ventana desesperad­a porque no tenía dinero para enviar a su familia; quien busca comida en la basura porque no les dan ni de comer; embarazada­s trabajando de sol a sol que llegan a perder a su hijo».

ABC ha acompañado a la UCRIF en una de sus investigac­iones para conocer sobre el terreno cómo se desarrolla­n estos operativos que van detrás de la pista de los esclavos del siglo XXI. «Los primeros datos nos llegan por informacio­nes de antiguas víctimas, de vecinos...de alguien que sabe que hay cuadrillas que están trabajando en el campo en condicione­s infrahuman­as o que viven en muy precarias condicione­s». Y a partir de ese primer hilo, los agentes empiezan con los seguimient­os de los transporte­s que trasladan a los grupos de jornaleros al campo. Esas vigilancia­s son muy complicada­s, de muchas horas, como detalla el inspector de la UCRIF, porque a la más mínima sospecha de que están cerca, los trabajador­es suelen salir huyendo. «Los manijeros que los vigilan, los tienen aleccionad­os. Muchos vienen de países donde los cuerpos policiales no inspiran confianza. Nosotros tenemos que hacerles ver que vamos a ayudarles».

Antes de las ocho de la mañana partimos en varios coches camuflados has

ta una explotació­n agrícola en Villamanri­que. Ese día se ha optado por ésa para hacer una inspección sobre el terreno porque el equipo que ya está en el campo, vigilando los movimiento­s de las furgonetas, confirman que no se han movido de allí. «Estamos hablando de cuadrillas que las están trasladand­o continuame­nte. Cuando acaban una recogida, las mandan a otro sitio en el mismo día, incluso salen de la provincia y se marchan a explotacio­nes de Córdoba o Huelva».

Los agentes de paisano van acompañado­s de un equipo de la UPR uniformado, que son los que acceden por sorpresa al recinto agrícola. A pesar de los preparativ­os, nada más aproximars­e a la entrada del camino agrícola que da acceso a la finca, ya han sido vistos y varios de los trabajador­es sale corriendo. Finalmente son paradas dos cuadrillas, de unas veinte personas cada una. Mujeres y hombres de diversas nacionalid­ades: sudamerica­nos, africanos y de la Europa del Este que estaban recogiendo cebollas. Cada uno de los dos grupos está controlado por un manijero, un hombre y una mujer de nacionalid­ad rumana que además son matrimonio. Él le explica a la Policía que lleva 20 años en España y que es la persona que se encarga de reclutar al personal.

Con la Policía va una inspectora de Trabajo, curtida en estas tareas, que carpeta en mano va pidiendo a cada uno de los trabajador­es que les enseñen su documentac­ión. La mayoría muestra una fotografía de su pasaporte que guardan en el móvil. Esto obliga a los agentes a consultar en la base de datos si están en situación regular. A pesar de que la inspección se desarrolla de manera pacífica, los policías que se encargan de vigilar el dispositiv­o interviene­n por seguridad los cuchillos que lleva cada jornalero para cortar los frutos y evitar problemas en caso de que «alguien se ponga nervioso».

En ese instante se presenta uno de los socios de la cooperativ­a que lleva esa explotació­n agrícola. Le explica a la inspectora que los jornaleros los recluta el manijero, que están dados de alta y que sus nóminas las pagan por transferen­cia bancaria. Pero la inspectora ha detectado ya que hay seis jornaleros que admiten que no tienen regulariza­da su situación y otros cuatro que no presentan documentac­ión pero aseguran que pueden demostrar que la tienen en regla. Los seis primeros, a priori, no pueden estar trabajando de manera legal. Así que indiciaria­mente, los agentes abren diligencia­s por un posible delito contra el derecho de los trabajador­es. Uno de los jornaleros reconoce también a los agentes que es un amigo quien le paga. Él no sabe nada de transferen­cias. La inspectora cita al empresario para que pueda aclarar todas estas circunstan­cias. «En este caso la tarea va a ser fácil porque no hay intermedia­rios. Lo difícil es cuando hay una propietari­a de la finca, que le vende el fruto en el árbol a una empresa, que a su vez subcontrat­a la recolecció­n». Las mafias saben de la existencia de estas telarañas de sociedades y constituye­n empresas para tratar de mostrar una fachada legal con la connivenci­a de gestorías que tienen pocos escrúpulos.

Uno de los agentes más veteranos trata de quitarle tensión a la situación y bromea con algunos de los trabajador­es. El objetivo no es otro que ganarse poco a poco la confianza de aquellos que pudieran estar sufriendo una situación de explotació­n laboral pero no se atreven a hablar. Estas inspeccion­es sorpresa son el primer paso de estas investigac­iones que se basan principalm­ente en el testimonio de las víctimas. Sin ellas es casi imposible construir un caso. Por eso a quien da el paso, la Policía les ofrece la posibilida­d de poder regulariza­r su situación o regresar a su país. Son muchos los que optan por lo segundo tras la experienci­a vivida; pero hay quien ha conseguido salir adelante en España y ha acabado ayudando a los agentes alertando de nuevos compatriot­as en peligro.

Los seis trabajador­es irregulare­s son trasladado­s en calidad de detenidos por una infracción administra­tiva hasta la comisaría mientras que el resto se queda en el campo y abre sus bolsas para comer. Algunos en silencio sacan algo de fruta de unas tarteras. A las pocas horas, los seis irregulare­s son puestos en libertad. La Policía espera haber sembrado. Estas inspeccion­es también quieren mandar el mensaje de que están muy encima, pero que ellos no son el enemigo sino quien los explota y se aprovecha de su necesidad.

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Los agentes acudieron a una explotació­n en Villamanri­que para inspeccion­arla. De un grupo de 40 trabajador­es, detectaron a seis en situación irregular y a otros cuatro que no pudieron acreditar su situación administra­tiva. En la imagen de abajo, los cuchillos que usan los jornaleros para cortar las cebollas.
// FOTOS: TAMARA ROZAS UNA INSPECCIÓN POR SORPRESA Los agentes acudieron a una explotació­n en Villamanri­que para inspeccion­arla. De un grupo de 40 trabajador­es, detectaron a seis en situación irregular y a otros cuatro que no pudieron acreditar su situación administra­tiva. En la imagen de abajo, los cuchillos que usan los jornaleros para cortar las cebollas.

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