ABC (Sevilla)

«Nunca cogí vacaciones y les doy a mis pacientes el tiempo que necesiten»

▸Se define como un médico «analógico» y debe de ser de los pocos que quedan en Sevilla que apenas usan ordenador. Todo lo apunta en unas carpetas verdes

- POR JESÚS ÁLVAREZ

José María Millán Simó lleva 44 años ejerciendo como médico de familia y no piensa jubilarse. Mantiene su consulta desde hace más de cuatro décadas en el barrio de Nervión y se conoce la vida y milagros de casi todos sus pacientes, no en vano a algunos los conoció de niños y los sigue atendiendo ahora, cuando muchos son abuelos y le traen a sus nietos para que los vea. Sabe dónde viven, con quién, el nombre de sus hijos, y por la cara con la que llegan ya se va haciendo una idea de lo que pueden tener. Apenas usa el ordenador y su consulta es como la de los médicos de «Cuéntame qué pasó», todo es analógico, hay multitud de relojes y campanas, y conserva casi todo el instrument­al de los años 80 del siglo pasado con el que se estrenó como médico, como el esfigmoman­ómetro con casi medio siglo de antigüedad que mide la tensión arterial a través de una columna de mercurio. «Es que antes las cosas se hacían para que duraran y, además, no fallan», dice. En noviembre de 2020 un paciente con Covid al que exploró la garganta le contagió el virus y lo puso al borde de la muerte. Los 20 días que permaneció en la UCI del Virgen del Rocío y los 40 que tardó en recuperars­e fueron los únicos días que ha faltado a su consulta desde 1980. «Abro la tarde de Nochebuena y de Nochevieja. Nunca me he tomado vacaciones», cuenta.

—Cuando usted se licenció en Medicina, había muchos médicos en paro.

—Sí. Yo soy de la promoción 1973-79 y, cuando terminé Medicina, se empezó a instaurar el sistema MIR. Cuando yo me presenté a esas pruebas, éramos 33.000 médicos para 3.000 plazas en toda España. Yo saqué el número tres mil y poco, y me quedé fuera, junto con otros 30.000 más. Era tal la competenci­a que estábamos dispuestos a coger cualquier plaza, incluso Dermatolog­ía en Canarias.

—Dermatolog­ía es la especialid­ad más demandada por los médicos que se presentan hoy al MIR.

—Ahora sí, pero entonces Dermatolog­ía no la quería nadie. Yo abrí en 1980 con el doctor Manuel Durán una consulta de medicina general en Bellavista y en 1982, el año del golpe de Estado, nos mudamos a Nervión. Y hasta hoy. He atendido hasta ahora a unos 15.000 pacientes diferentes.

—¿Se conoce el nombre de todos sus pacientes?

Sí, y también lo sé casi todo sobre ellos porque me suelen contar sus vidas, mujeres, maridos, hijos. Eso ayuda en el diagnóstic­o. También ayuda que jamás me haya tomado vacaciones. Trabajo los 365 días del año salvo los días que están en rojo en el calendario. La tarde de Nochebuena y de Nochevieja también trabajo, aunque reduzco el horario. Los pacientes nunca me faltan.

—¿En Nochebuena quién va?

—El que está malo, malo. Siempre me llegan 8 ó 10 personas. Una tarde normal suelo ver a 30 ó 35. Los lunes y viernes suelen venir más, a veces 50. O más. Entreseman­a y en verano baja un poco.

—¿Y cuánto tiempo les dedica?

—El que necesita cada uno. Algunos vienen por recetas y entonces son dos minutos. Pero hay otros con los que estoy treinta minutos o tres cuartos de hora. Lo que haga falta para saber qué tiene y cómo puedo ayudarle.

—¿Y no le protestan los que están esperando?

—Algunos. Antes me callaba pero ahora ya no. Les digo que le tengo que dar a cada paciente el tiempo que necesita. Y que a ellos, cuando les toque, también se lo daré.

—¿Mantiene a muchos pacientes a los que empezó a ver cuando abrió la consulta?

—Sí. A algunos los empecé a ver de niños, luego de jóvenes, primero de solteros y, más tarde, de casados. Y también he visto a sus hijos y ahora algunos vienen con sus nietos. He visto a las tres generacion­es de una misma familia y algunos de los hijos de estos primeros pacientes que vi cuando abrí la consulta son ahora médicos como yo. —Bueno, como usted exactament­e... quizá no. ¿Guardan ellos los historia

les en carpetas escritas a mano?

—Yo es que soy analógico. Tengo un ordenador para pasar las tarjetas de las compañías pero no lo utilizo para nada más. Esas carpetas verdes que usted ve las empecé a escribir con pluma y luego con bolígrafo. Lo apunto todo, las pruebas que se han hecho. Y conservo la de los pacientes que han fallecido.

—Estudios demuestran que los pacientes a los que les ve el mismo médico durante 15 años seguidos, se mueren menos, hasta un 25 por ciento menos. ¿Tiene pacientes muy mayores?

—Tengo pacientes de hasta 103 años. Pero también los tengo de pocos meses. Los tengo de todas las edades. En mis carpetas tengo la historia de 14.700 pacientes y al paso que voy de aquí a final de año llegaré a los 15.000.

—¿Le están llegando pacientes de la sanidad pública?

—Sí. Son personas que han ido primero a Urgencias o a su centro de salud y que siguen con su problema. Supongo que alguien les habrá hablado de mí y vienen aquí. Hoy he abierto dos historias nuevas y esto también tiene que ver con que no hay médicos de familia y la asistencia en los centros de salud no se hace con el tiempo necesario. A la gen

Casi 15.000 historias médicas «Lo apunto todo a bolígrafo y la mayoría de mis pacientes vienen a la consulta sin cita» Recortes en las recetas «Dejé la Seguridad Social porque nos restringía­n las medicinas»

te hay que darle su sitio, tú no puedes ver a los pacientes en un horario determinad­o con esos cupos tan grandes que hay en la sanidad pública.

—¿Qué le diría a los médicos que salen de la Facultad y no quieren saber nada de la medicina de familia? Es casi la única especialid­ad en la que quedan plazas de MIR vacantes. —Les diría que la medicina de familia es la especialid­ad más bonita de todas. Si te gusta la medicina, lo ves todo aquí. Haces dermatolog­ía, geriatría, pediatría, reumatolog­ía, pero tienes que leer y estudiar mucho más. A mí siempre me ha gustado la psiquiatrí­a y aquí también la practicas con los pacientes porque vienen a veces con problemas emocionale­s. En medicina de familias ves a pacientes de pocos meses y a otros de muchísimos años. Mi paciente de más edad tiene 103 años. Hay mucha gente que se hace médico ahora para ganar dinero. Para mí la medicina fue algo vocacional, aunque es verdad que ahora la medicina de familia se ha puesto de mucho trabajo y pocas nueces.

—¿Por qué dejó de atender a pacientes de la Seguridad Social?

—Yo estuve haciendo sustitucio­nes en Bellavista, uno de los primeros centros de salud de Sevilla, y en el Plantinar, donde también trabajé, el director del Fleming me envió una carta en la que me exigía que no pidiera más radiografí­as a raíz de una que solicité para un paciente que vino con una rodilla muy inflamada al que le saqué todo el líquido hemorrágic­o que tenía. Le expliqué al director que para qué lo iba a mandar al traumatólo­go cuando iban a tardar cuatro semanas en darle una cita. Dejé por eso la Seguridad Social y porque nos controlaba­n las medicinas. El director provincial de Farmacia nos leyó la cartilla a los médicos y nos pidió que recetáramo­s menos.

—¿No le han puesto pegas las compañías de seguros con las recetas?

—Hasta ahora, no. Es más, solicito pruebas que sé que a otros compañeros no se las autorizan y supongo que es porque ya saben que sólo las pido cuando son necesarias. Ayer mismo pedí una resonancia de cadera. También han llegado pacientes a mi consulta que estuvieron dos veces en Urgencias y no les vieron nada y que tenían apendiciti­s. El sistema no les da tiempo a los médicos para ver bien a los pacientes.

—¿Ha pensado en jubilarse?

—Por mi edad tendría que estar jubilado y tengo a casi todos mis compañeros de promoción ya retirados. Los pacientes me piden que no me jubile pero es que, además, a mí me gusta mi trabajo. Yo me meto en la consulta por la tarde y soy el más feliz del mundo.

—¿Cuántos pacientes vio ayer?

—64. El término medio son 30-35.

—O sea, como los médicos de los centros de salud.

—Supongo que sí. Pero aquí les dedico todo el tiempo que necesitan. A veces vienen con un problema emocional, porque se les ha muerto el marido o la mujer, y los tengo que escuchar. Tengo que hacer de psicólogo a diario. Aquí haces de médico de todo. Tenga en cuenta que son pacientes de toda la vida. Tengo algunos que se van de vacaciones y que me llaman por teléfono desde Viena para decirme que tienen diarrea y que qué pueden hacer. Tengo una paciente a la que veo desde que era una chiquilla que un día se me presentó con un velo. Su padre era policía nacional y un hermano también en el Cuerpo. Me contó que tenía un novio afgano y se había hecho musulmana. Se acabó casando con él, tuvieron dos hijos y se fueron a trabajar a Noruega. Cuando se pone mala, me llama por teléfono desde allí porque dice que allí los médicos noruegos no la entienden.

—¿Tiene pacientes hipocondrí­acos?

—Sí. Procuro calmarlos y quitarles importanci­a a lo que me dicen. Me piden muchos análisis y pruebas pero les digo que no, salvo que lo vea necesario.

—Lo normal en los centros de salud es lo contrario. ¿No se hace mucha medicina defensiva?

—Sí, porque muchos médicos quieren curarse en salud por si pasa algo. Para que no les digan que ellos no le hicieron esa prueba.

—¿Tiene la sensación de haber salvado muchas vidas?

—Sí. Hay pacientes que me han llegado muy graves sin saberlo ellos. Recuerdo a una secretaria de Justicia, que se presentó un día en la consulta. Nada más verla y hacerle dos preguntas y auscultarl­a, le pedí una ambulancia. Venía con un tromboembo­lismo pulmonar. Salvó la vida por pocas horas.

—Usted estuvo a punto de perderla por el Covid.

—Estuve 20 días en la UCI del Virgen del Rocío. El paciente que me lo contagió era un maestro que vino a mi consulta. Cometí el error de examinarle la garganta y el virus se debió de colar a través de la mascarilla. Eso fue un lunes y el paciente me llamó el miércoles para decirme que había dado positivo en Covid. Le prohibí que se pasara por la consulta para que no contagiara a nadie y le mandé la baja. El hombre estuvo mal pero pasó la enfermedad en casa. Tres días después de verlo, yo empecé a tener tos, aunque sin fiebre ni cansancio pero, al cuarto día, noté que me faltaba el aire. Eran las 9,15 de la mañana, me puse el pulsioxíme­tro y con el resultado que me dio, el 81 por ciento, me di cuenta de que me estaba muriendo. Vino el 061 por mí y me llevó al Virgen del Rocío. Tenía una neumonía que me había dejado el 70 por ciento del pulmón sin funcionar. El 2 de noviembre me bajaron a la UCI, me intubaron y hasta el 20 de noviembre no salí. Me contaron los médicos que estuve dos veces a punto de morir con dos crisis respirator­ias. Tardé un mes y medio en recuperarm­e en mi casa porque salí muy débil del hospital. Han sido las únicas «vacaciones» que me he tomado en mi vida como médico de familia.

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RAÚL DOBLADO

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