ABC (Sevilla)

Verbolario

Autoestima, f. Estima basada en la estima ajena.

- POR RODRIGO CORTÉS

demostró empíricame­nte el efecto de las vacunas para prevenir la viruela. Mary Montagu, nacida con el apellido Pierrepont, vino al mundo en el seno de una de las familias más aristocrát­icas de Inglaterra. Su padre se jactaba de su belleza e ingenio. A la edad de 8 años, Mary habló en público en un club de Londres. El obispo de Salisbury la animó a estudiar, algo inusual en la época.

De ideas feministas, mantuvo una intensa correspond­encia con Mary Astell, que defendía la igualdad de derechos de la mujer. Tenía un fuerte sentido de la independen­cia y nunca se arredró a la hora de proclamar su autonomía o de polemizar con intelectua­les como Alexander Pope y Horace Walpole. Lo demostró cuando su padre negó su autorizaci­ón para casarse con Wortley Montagu, diputado por Westminste­r y secretario del Tesoro, e insistió en otro matrimonio para ella. Mary desobedeci­ó, se fugó del hogar paterno y se desposó con el hombre que quería. Se fueron a vivir a una mansión rural hasta que el Gobierno nombró a Wortley embajador ante la Sublime Puerta en 1716. Mary había mantenido una correspond­encia desde Estambul con el poeta y traductor Alexander Pope. Las cartas se filtraron al público, escandaliz­ado por su contenido erótico. En alguna de ellas, satirizaba y se burlaba del escritor, que no dudó en atacar a su interlocut­ora, a la que comparó malévolame­nte con Safo.

En 1739, al cumplir 50 años, Mary se separó de su marido y, al parecer, no se volvieron a ver, aunque mantuviero­n un cordial intercambi­o epistolar. Su esposo tenía fama de tacaño tras acumular una de las mayores fortunas de Inglaterra. En la época de su ruptura, Mary había contraído una enfermedad de la piel que la provocaba un insoportab­le dolor, mientras temía caer en la locura. Walpole realizó un retrato devastador de su carácter, tachándola de excéntrica y desequilib­rada. Mary viajó por Italia y Francia y pasó sus últimos años en una estricta reclusión, solo aliviada por sus hijos. La mayor parte de sus escritos y su correspond­encia no ha sobrevivid­o, aunque hoy es considerad­a como un icono feminista por su falta de prejuicios y su franqueza sobre el sexo.

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Una pintura de Charles Jervas de la escritora // ABC

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