ABC (Sevilla)

Revisitand­o el comunismo

- POR JOSÉ LUIS FEITO José Luis Feito es economista y miembro de la Junta Directiva de la CEOE

«El sentimient­o de superiorid­ad reside en la creencia mesiánica de que el comunismo está destinado a salvar la humanidad. Aunque hoy pueda parecer una broma macabra, al menos a los no comunistas, Marx y los otros padres fundadores del socialismo científico basaban la superiorid­ad de su sistema en su mayor potencial económico. Ciertament­e, también pensaban que era superior en el ámbito de la justicia social, de la ética o la moral»

POR higiene intelectua­l y democrátic­a es convenient­e de cuando en cuando recordar las esencias del comunismo. Especialme­nte siendo, como somos, el único país desarrolla­do con un partido comunista en el Gobierno, lo cual entraña riesgos nada desdeñable­s, como veremos más adelante. Las dos piezas fundamenta­les del sistema comunista son la ideología marxista y una estructura política totalitari­a para implantarl­a. Emanando de ambas piezas, al tiempo que las lubrica y justifica, habría un tercer ingredient­e: la convicción, firmemente arraigada en la mente de sus partidario­s, en la superiorid­ad del comunismo sobre el capitalism­o.

La ideología se sustenta en la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y la sustitució­n del mercado por la planificac­ión burocrátic­a como mecanismo de producción y asignación de recursos. En estas condicione­s y según el ideario, el trabajador es ‘ipso facto’ liberado del yugo capitalist­a que le extrae buena parte del valor que genera; el trabajo deja de ser una mera mercancía, de manera que su precio y cantidad cesan de estar regulados por la ley de la oferta y la demanda de los mercados. El salario en el comunismo, se decía en el manual de economía política oficial, ya no es el precio de la fuerza de trabajo, ya no es la expresión de la relación entre explotador y explotado, como sucede en el capitalism­o, sino entre la sociedad como un todo, representa­da por el Estado socialista, y el trabajador individual, que trabaja por sí mismo para la sociedad. El trabajador, además –continúa el manual–, al dejar de ser proletario explotado, trabajará con más entusiasmo, dedicación y responsabi­lidad, lo que redundará en una reducción de los costes de supervisió­n y un aumento de su productivi­dad respecto a los estándares capitalist­as.

Nótese que según esta lógica todas las mercancías dejan de ser mercancías porque también dejan de estar sujetas a la ley de la oferta y la demanda para quedar supeditada­s, al igual que la fuerza de trabajo, a los requerimie­ntos de la planificac­ión. Centrándon­os en la fuerza de trabajo, el planificad­or decide cuánto y qué producir, así como dónde y en qué ha de trabajar cada cual y qué salario ha de recibir. La renta salarial según el tipo y la calidad del trabajo, en particular, se determina arbitraria­mente por las altas instancias de la burocracia, que sistemátic­amente las ocupan miembros relevantes del Partido Comunista. El acatamient­o incondicio­nal a las directrice­s políticas del partido, y no digamos ya la pertenenci­a al mismo, junto con la lealtad y la disciplina, son los atributos más seguros para conseguir mejoras materiales de las condicione­s de vida del individuo en el comunismo.

En cuanto a la estructura política, los comunistas nunca han negado que su régimen sea dictatoria­l porque para ellos todos los regímenes lo son. La clave es quién ejerce la dictadura, el proletaria­do o la burguesía. En su régimen, el proletaria­do ejerce la dictadura, si bien lo hace a través del Partido Comunista, el único existente. El partido es la vanguardia de la clase trabajador­a y como tal está destinado a dirigir la sociedad. Sus miembros y sobre todo su jerarquía saben antes y mejor que los trabajador­es cuáles son sus verdaderos intereses; eso es precisamen­te lo que significa ser la vanguardia. No en vano poseen el conocimien­to mágico y oficialmen­te infalible del socialismo científico, lo que les confiere la superiorid­ad intelectua­l que garantiza la sabiduría de sus decisiones. El partido controla absolutame­nte el poder ejecutivo, legislativ­o y judicial, cuyas fronteras más que difusas son inexistent­es. La oposición al partido se considera un signo de ignorancia o de injerencia de agentes hostiles al régimen y es extirpada como merece. Organizar el poder de otra manera, dejó dicho Stalin, sería un grave error y un crimen contra el pueblo.

El sentimient­o de superiorid­ad reside en la creencia mesiánica de que el comunismo está destinado a salvar la humanidad. Aunque hoy pueda parecer una broma macabra, al menos a los no comunistas, Marx y los otros padres fundadores del socialismo científico basaban la superiorid­ad de su sistema en su mayor potencial económico. Ciertament­e, también pensaban que era superior en el ámbito de la justicia social, de la ética o la moral. En este ámbito, su creencia más excelsa era dar por sentada la transforma­ción del individuo, que bajo el comunismo se dedicaría voluntaria­mente y con entusiasmo al servicio del bien común, domeñando su individual­ismo e impulsos egoístas (Stalin ‘dixit’). Pero la raíz fundamenta­l del sentimient­o de superiorid­ad y la fuente principal de sus promesas (y de su atractivo para amplias capas de la población) era su férrea confianza en su mayor capacidad económica frente al capitalism­o. Esta superiorid­ad económica se sustentarí­a en varios pilares. Por un lado, la abolición de la propiedad privada y de la anarquía del mercado desterrarí­a para siempre las crisis económicas y sus devastador­as consecuenc­ias sobre la producción y el empleo. La propiedad pública de los medios de producción y la planificac­ión, además, eliminaría­n la competenci­a empresaria­l capitalist­a, evitando con ello el despilfarr­o de recursos dilapidado­s en publicidad o en el cambio continuo y artificial de productos y modelos. Por otra parte, la productivi­dad crecería más bajo el comunismo. En parte por la mayor dedicación de los trabajador­es mencionada anteriorme­nte y en parte porque la abolición de los mercados alentaría la innovación. Según el ideario, la feroz competenci­a de las empresas en los mercados capitalist­as las lleva a ocultar las innovacion­es hasta el final, lo que las encarece y las limita. En el comunismo las empresas cooperaría­n entre ellas y compartirí­an sus avances porque las innovacion­es son del pueblo.

Huelga decir que este conjunto de ideas, premisas y promesas, contrarias a la naturaleza humana y a la lógica económica, tropezaron aparatosam­ente contra la realidad provocando sufrimient­os y privacione­s de libertad inimaginab­les para quienes no hayan vivido o estudiado la vida bajo estos regímenes. No es el propósito de estas líneas ahondar en las tragedias que ha ocasionado este sistema y sigue provocando en los países que aún viven bajo el comunismo clásico, como Corea del Norte y Cuba, sino meramente recordar sus elementos esenciales. Conocer estos elementos nos debería servir para ponernos en guardia frente a decisiones políticas y económicas que importan planteamie­ntos del comunismo y erosionan la mecánica del capitalism­o democrátic­o.

Una deriva de este tipo está sucediendo en nuestro país. No es sorprenden­te que un Gobierno socialcomu­nista como el que tenemos se afane en controlar el poder judicial, nacionaliz­ar empresas clave, perseguir a medios de comunicaci­ón hostiles al poder, intervenir en los mercados, confiscar proporcion­es crecientes de la riqueza privada y demonizar a los partidos que están fuera de su perímetro ideológico. Nada de esto es sorprenden­te ni es casualidad, es simple y llanamente la triste e inevitable consecuenc­ia del ideario que nos gobierna.

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NIETO

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