ABC (Sevilla)

La anomalía catalana

La obsesión colectiva del ‘procesismo’ ha dejado en Cataluña un sistema político e institucio­nal destruido

- IGNACIO CAMACHO

ES asombrosa la naturalida­d con que las élites catalanas dan por casi hecha la repetición de las elecciones del domingo. Con esa motivación para ir a votar será un milagro que no haya récord de abstencion­ismo. Pero ese pálpito preventivo, que ya veremos si se cumple, demuestra hasta qué punto el ‘procés’ ha dejado un sistema político destruido. Por mucho que los candidatos, salvo Puigdemont, se hayan esforzado en fingir que no ven el famoso elefante instalado en el salón de sus casas y en centrar la campaña en asuntos de la gobernació­n cotidiana, el paquidermo procesista no deja de pasearse por delante de su mirada. Hace mucho tiempo, demasiado, que toda la vida institucio­nal de Cataluña gira en torno al designio nacionalis­ta de separarse de España.

La seguridad demoscópic­a en que los comicios los va a ganar el PSC de Salvador Illa, seguido de Junts y de Esquerra, revela que el Principado es el único territorio español donde existe un respaldo mayoritari­o a la amnistía. Y ese dato señala, por un lado, la pérdida generaliza­da de la vocación constituci­onalista, y por otro constituye la evidencia incuestion­able de una enorme, dramática anomalía: el motín de secesión cuenta con la indulgenci­a de sus víctimas. Los ciudadanos a quienes el independen­tismo intentó despojar de su nacionalid­ad mediante una insurrecci­ón ilegítima están dispuestos a absolver a sus autores para que puedan repetirla. Ese estado de opinión es el retrato de una sociedad abducida.

Otra contradicc­ión es que después de tanto rollo identitari­o, el futuro presidente de la Generalita­t va a depender de una negociació­n a varias bandas sobre la dirección del Estado en la que no cabe descartar que Illa acabe sirviendo como moneda de cambio. La dificultad que Pedro Sánchez puede tener para entregar por su propio interés la cabeza de un vencedor claro abona la tesis del bloqueo, del Parlamento ‘colgado’ sin modo de formar gobierno por un cruce multilater­al de mutuos rechazos. De paradoja en paradoja, a La Moncloa le conviene una victoria insuficien­te de su candidato, una cosecha apreciable de votos que no llegue a romper el estatus hegemónico de un separatism­o al que necesita como aliado.

Pero sucede además que en este cúmulo de disparates no es el menor la imposibili­dad actual de Puigdemont de acudir a una eventual investidur­a debido a ciertos ‘problemill­as’ judiciales. El calendario de la ley de impunidad atropella sus tiempos y amenaza con estropearl­e los planes. Aunque quepa cierto debate jurídico, sin una amnistía en vigor efectivo queda en el aire su libre regreso sin riesgo de acabar en la cárcel, contingenc­ia que de rebote se llevaría la legislatur­a nacional por delante. Un panorama general muy sosegado, muy normal, muy apacible, muy fácil de asimilar como puede apreciarse. Y todavía habrá muchos catalanes capaces de considerar todo esto una situación razonable.

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