Hombres maltratados
Los procesos de divorcio han sido una maquinaria para que muchas maltratadoras destrocen la vida a cientos de miles de hombres
SI esto fuera la televisión distorsionaría su voz para que no se les pudiera reconocer. Como no lo es me limitaré a cambiar nombres, profesiones y a poner algo de fantasía en sus biografías para que su anonimato quede preservado. El primero de los dos protagonistas es Jaime, un hombre alto, atlético y guapo, aunque últimamente ha engordado. Hoy está felizmente casado, cuida a sus hijos y se dedica al mundo de la empresa. Es feliz, pero no siempre fue así. Hace diez años tuvo que huir de su primer matrimonio, un infierno en el que su mujer le pegaba. Sí, le agredía físicamente, le daba palizas. Él se dejaba. Cuando me lo contó, le pregunté que por qué lo permitía. Su respuesta es triste: «¿Tú me has visto a mí y la has visto a ella? ¿Crees que alguien se puede creer que ella me arrincone en una esquina y me pegue?». Efectivamente, si él quisiera la ‘pelea’ duraría un segundo. Pero, para eso, mi amigo tendría que defenderse. Y entonces ella denunciaría, diría que era ella la que se defendía de él y Jaime terminaría en la cárcel. Un día reunió el valor, se fue de casa y envió una demanda de divorcio que ella asumió sin demasiados problemas. No se han vuelto a ver.
El segundo es Santiago. Más alto aún y más guapo, pero con un perfil más duro. Parece un torero y tiene algo de hombre antiguo, cazador, frío. Aunque triunfa como abogado en Barcelona, creo que sería feliz con un barquito en la costa de Almería. Hace siete años salió de otro matrimonio con una mujer que le agredía cuando tenía ataques de cólera, de los que después se arrepentía. Al igual que Jaime, Santiago también se dejaba. Y me contaba el mismo razonamiento, debe ser un patrón: «Si llego a plantar cara me voy a la cárcel porque ella lo habría denunciado, el divorcio habría ido por un juzgado de violencia de género y posiblemente no habría visto más a mis hijos».
Aunque hay muchos menos hombres maltratados físicamente por mujeres que al revés, estos existen. Y sospecho que más de lo que pensamos. Psicológicamente ya ni les cuento, los procesos de divorcio han sido una maquinaria para que muchas maltratadoras destrocen la vida a cientos de miles de hombres en este país sin necesidad de ponerles una mano encima. En Valencia ha nacido una asociación de hombres maltratados. Para mi sorpresa no solo no ha tenido toda la solidaridad de las mujeres maltratadas, sino que ha generado rechazo, llegando la propia ministra de Igualdad a poner en duda su derecho «ético, moral y constitucional» a existir. Se confirma que a Redondo la igualdad le importa un pimiento, en caso contrario mostraría su apoyo a todas las víctimas de maltrato, sin discriminarlas por su sexo. Quien tenga las narices de decir que esto no existe debería soportar en su conciencia el peso de los maltratos que niegan. Y a Redondo recordarle que el problema no es su falta de empatía, de sentido democrático y su desprecio por la igualdad, sino que «el negacionismo mata». Y lo entrecomillo porque son sus palabras. Y además tiene razón.