Una victoria del Estado
Siempre se exagera con lo que se dice de Cataluña desde fuera. Entiendo que lo catalán cause hastío porque hemos dado muestra de muy poco nivel durante los últimos años, pero esta campaña ha sido una victoria del Estado: la independencia casi ni ha aparecido y, cuando lo ha hecho, ha sido como concepto teórico completamente alejado de las posibilidades reales de los partidos que todavía hablan de ella.
Ha sido una campaña deprimida, mediocre, de tono gris como el espíritu y la moral de una tierra destruida. Es una muy meritoria victoria de la idea de España que la idea de la Cataluña rupturista y alejada de la realidad comparezca tan mustia y desprestigiada. Aunque en determinados ambientes no sea popular decirlo, esta victoria ha tenido dos grandes artífices: los presidentes Rajoy y Sánchez.
Rajoy sofocó el golpe con mesura, sin aplicar ni un gramo más de la fuerza estrictamente necesaria, y que en aquel momento tan tenso no hubiera un solo muerto en mi tierra es algo que yo como catalán le agradezco. El drenaje lo completó Sánchez con los indultos, aunque luego se haya equivocado mercadeando con la amnistía, que ha arrancado la costra a una herida que ya habíamos desinfectado.
Desde fuera igual parece que pocas cosas han cambiado, pero hay una calidad humana del independentismo no tanto como formulación ideológica, sino como proyecto vital de muchos, que se está viendo reflejada en el espejo más triste de su historia.
La irrupción de Isabel Díaz Ayuso el pasado lunes en Barcelona, recordándonos que hay una alternativa a la tristeza aunque el principal partido de la derecha no se quiera dar cuenta, y por supuesto la enésima remontada del Real Madrid, este mayo contra el Bayern, han sido la luz que cualquier catalán ha podido ver proyectada sobre lo felices que podríamos ser si en lugar de adorar a mentirosos y lunáticos y querer tener razón, cuando es evidente que no la tenemos, abriéramos nuestras mentes y nuestros corazones al inmenso privilegio de aún estar vivos.