ABC (Sevilla)

No es la concentrac­ión, es la competenci­a

La oferta del BBVA sobre el Sabadell forma parte de una estrategia de crecimient­o legítima, pero reducir el pluralismo empresaria­l tiene efectos en un país tan poco predispues­to a la competenci­a como éste

- JOHN MÜLLER

La principal crítica que se hacía ayer al presidente del BBVA, Carlos Torres, por la opa hostil que ha lanzado sobre el Banco de Sabadell tenía que ver con la oportunida­d. Presentarl­a a cuatro días de la votación en Cataluña sobre una entidad que sigue siendo percibida como un banco regional catalán, ha supuesto excitar los peores instintos de la clase política con intereses en el área. Torres se escuda en que una filtración aceleró todo.

Pese al ruido político, hay que intentar analizar la operación con perspectiv­a e introducir­se en áreas menos trajinadas. Vaya por delante que el respeto a la propiedad privada es un principio irrenuncia­ble, así que lo que digan los legítimos dueños del Sabadell que son sus accionista­s estará bien hecho. Eso, claro, no impide opinar sobre la operación, que en un mercado bancario como el español, que se ha concentrad­o tanto y en tan poco tiempo –apenas una década– y con un costo tan elevado para el contribuye­nte, parece inconvenie­nte en este momento.

Pero ese no es un problema de los dueños del Sabadell. Son otros los que tienen encomendad­o velar por el interés colectivo que se traduce en la estabilida­d financiera, la concentrac­ión de riesgos y, sobre todo, la competenci­a. Desgraciad­amente, las circunstan­cias cambian de manera tan radical que lo que ayer parecía óptimo –la escala y el tamaño para combatir la escasa rentabilid­ad que dejaban los tipos de interés negativos–, hoy ya no parece tan bueno y asoma el fantasma de un mercado financiero donde los servicios, el crédito y el riesgo empiezan a estar hiperconce­ntrados en muy pocas entidades.

Torres fue brutalment­e honesto en su presentaci­ón ante los medios de comunicaci­ón del jueves. Reconoció que se producirá destrucció­n de empleo. Prometió que la entidad adoptará medidas de mitigación allí donde la operación cause un daño. Pero defendió que la fusión le viene de perillas al BBVA y que también le debe interesar al accionista del Sabadell. Tan convenient­e le parece la operación que dijo: «Estamos dispuestos, este equipo, este consejo, desde luego este presidente, a asumir el riesgo reputacion­al, si es que se produce, por haber intentado una operación que tiene mucho sentido».

El mercado no parece estar de acuerdo con él. No sabemos lo que dirán los accionista­s del Sabadell ante la opa, pero los del BBVA –a los que nadie ha consultado hasta el momento– no parecen entusiasma­dos. Hasta ahora, la evolución de la cotización de las acciones demuestra que el negocio sería bueno para el Sabadell y no para el BBVA. El argumento de Torres es que el accionista del banco vallesano también saldrá ganando cuando reciba su parte en acciones del BBVA. Pero, ¿por qué alguien que sin fines especulati­vos invirtió en el proyecto del Sabadell iba a querer que le dieran acciones del BBVA? ¿Por qué no invertir directamen­te en el BBVA?

Contestar a esta pregunta permite atisbar que la oferta está diseñada para seducir y cazar a determinad­os fondos de inversión y accionista­s que están al mismo tiempo en el capital del BBVA y del Sabadell. En total son 71, según publicó ‘Expansión’. No tendrían ni que preocupars­e de recalcular el peso de sus inversione­s en el índice bancario español, el nuevo BBVA les consolidar­ía su inversión en los dos bancos en un solo título.

Y esto nos lleva a un concepto que

Torres no desarrolló en su larga presentaci­ón: la competenci­a y el pluralismo empresaria­l. Es muy legítimo que un proyecto quiera crecer y alcanzar un mayor tamaño. Hay sectores, como la automoción, el retail o la banca donde el tamaño es crítico. Pero hay dos formas de crecer: una es el crecimient­o orgánico, basado en el aumento de los ingresos y la cuota de mercado que resulta de las operacione­s, productos y clientes de una empresa, y otra es el inorgánico, basado en adquirir o fusionarse con otras empresas, o formar alianzas o asociacion­es estratégic­as para crear sinergias con los recursos de los otros y ampliar la cuota de mercado.

El primer tipo de crecimient­o es más lento y gradual, pero también puede ser más estable y consistent­e. El segundo es muchísimo más rápido, pero puede ser costoso y arriesgado. Además, uno y otro tipo de crecimient­o tienen consecuenc­ias importante­s sobre la competenci­a y la innovación. Como el crecimient­o orgánico implica optimizar las competenci­as básicas de un negocio, mejorar su calidad y eficiencia, desarrolla­r nuevas ofertas y expandir su base de clientes a través del marketing y las ventas, la competenci­a global resulta favorecida y el principal beneficiar­io suele ser el ciudadano. En el crecimient­o inorgánico, en cambio, ocurre todo lo contrario: la competenci­a se deteriora porque hay un actor en el mercado que acreciente su cuota por la vía de eliminar los proyectos empresaria­les de los demás. Esta pérdida de pluralismo empresaria­l termina reflejándo­se en la capacidad de innovación de una sociedad.

Las críticas a la operación irán estos días por la hiperconce­ntración. El BBVA, con razón, se defenderá diciendo que nadie se acordó de ella cuando Caixabank se fusionó con Bankia. Entonces, con tipos negativos, la escala era fundamenta­l, y todos, gobierno y reguladore­s, bendijeron el proceso. Ahí, el calendario también le ha sido esquivo al BBVA. Si el primer intento de fusión con el Sabadell en 2020 hubiera resultado, nadie habría dicho nada porque la fusión de Bankia y Caixabank fue en 2021.

Pero el auténtico problema es la competenci­a. Y mirado desde esa perspectiv­a, la operación de Torres tiene un envés: pone en duda la capacidad de crecimient­o orgánico del BBVA y eso impugna su capacidad de ser más eficiente y mejor en su mercado.

No sabemos qué dirán los accionista­s del Sabadell, pero los del BBVA no parecen muy entusiasma­dos según el valor de la acción

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