ABC (Sevilla)

Del ‘urtasunazo’ del 7 a la bronca del ‘morantazo’

▸Retratos de belleza del sevillano antes del mitin con la espada, vuelta al ruedo de Urdiales y digna confirmaci­ón de Pulido en una mansa corrida

- ROSARIO PÉREZ MADRID

Asomó el 7 su pancarta y enmudeció el mundo. Callaba el del sillón de la Plaza del Rey; callaba la del 63 del Paseo de la Castellana, callaba toda la ‘gauche divine’ reseñada por Page. El 7 silenciaba al doce por ciento que divide mientras tocaban las palmas unos tendidos cien por cien llenos, los del norte y los del sur, los del sol y los de la sombra. El toreo agitaba la lámpara de las genialidad­es y sacudía batallas culturales, no por el camino más bello, ni tampoco el más fino ni elegante. Era la voz del pueblo: «Urtasun, nos vas a comer los huevos por detrás». No habría tanta unanimidad en la mansa tarde de Alcurrucén como en aquella ovación por el ‘urtasunazo’ (invención de Calero) del 7.

Y de aquello al ‘morantazo’ del estreno de la isidrada, la verdad de la Cultura, que es también la de la expectació­n y la decepción, frente al simulacro del Ministerio de Urtasun, el antitaurin­o de un partido que –ironías de la arena política– viste el color de los capotes. Ese con el que Morante no pegó ni un lance, pero sí un formidable petardo con el acero. Cuando los cencerros de los bueyes ya sonaban, cuando Florito agarraba la vara y el presidente acariciaba el tercer pañuelo, Morante, más parsimonio­so que ceremonios­o, cogió el descabello y envió a Rompeolas a criar malvas y amapolas. Nueve pinchazos habían precedido al certero golpe de verduguill­o, nueve pinchazos en los que se aferraba al primer mandamient­o: no matarás. Como si más que no poder, no quisiera que las mulillas arrastrase­n al cinqueño. Cayeron los dos recados presidenci­ales y el reloj, lejos de ponerse poético, corría en su contra. ¿O a favor? Por un momento, algunos aficionado­s pensaron que Morante quería hacer un homenaje a grandes que se dejaron un toro vivo, desde Curro y Paula a José Tomás, que hace unos días, contaban, se metió entre pecho y espalda seis toros en una finca madrileña y que, según quien dijo verlo, este año toreará. El dios de Galapagar lo quiera.

Finalmente no hubo morlaco al corral, pero sí una bronca monumental. Como el bautismo de este segundo, Rompeolas, había sido el derribo del picador. Tremendo, con Aurelio Cruz a merced de caballo y toro, de más cuerpo que cara. La boca de la ilusión se hizo agua nada más coger la franela el de La Puebla: torerísimo el principio, con el poder del muletazo que quebranta abajo. Pero enseguida brotaron las voces del «¡crúzate!». Todo hacía presagiar que aquellos gritos provocaría­n el corte de faena. Pero no. El genio, el mayor retrato de pureza, plantó las telas en su zurda mientras embelesaba la boyante embestida de Rompeolas por ese pitón. Pero cuando cambió de mano, el Núñez enseñó su lado informal: o andarín o parado. Y con una trinchera allende los mares rebosó la torería. Hasta que decidió matarlo a la última. Como en un homenaje al Madrid de Champions y los últimos minutos, de las remontadas épicas. Pero sin épica ni camisetas blancas mojadas. Con una torera bronca.

Sin baño en la Cibeles

Que los fans de Morante no se bañarían ayer en la Cibeles cotizaba al alza antes de que saliera el cuarto. Pocas esperanzas albergaba el aficionado cuando el matador ordenó a Curro Javier parar a Tamboriler­o, de la gloriosa reata de los músicos. Qué pedazo de torero de plata, gobernando la embestida del manso desde primera hora. Magistral su lidia, una cátedra impartida por el hombre que durante la pandemia recogía algodón pero que nunca olvidó el tacto de las telas. Y grandes Ferreira y Zayas, desmontera­dos. La alegría sólo duraría otros treinta segundos, los de aquel prólogo con una senda de trincheras y ese ayudado por abajo. Espejos de belleza, fogonazos en el día en que la gloria tampoco estaba escrita para él. Porque el toro, tan mermado de casta y con esa li

dia que valió por otro puyazo, se agotó pronto, aunque no tanto como las ganas de Morante. Otra canción triste en su triste primavera.

Había estrenado la tarde un animal con su mansedumbr­e a cuestas en varas, como sus hermanos, y nada fácil con los palos, donde complicó la existencia a los banderille­ros, que dieron un mitin de campeonato. Pero cuando Afectuoso –que así se llamaba– se quedó a solas con Guillermo García Pulido, rompió a embestir con chispa y humillació­n. Buen concepto lució el confirmant­e en la primera parte diestra, adelantand­o las telas y con un temple impropio del chaval que toreaba la segunda corrida de su vida. Por el zurdo bajó el ritmo y ya le costó subir el diapasón en su digna faena, en la que le recriminar­on su colocación frente a un ejemplar que respondía con clase cuando se le hacían las cosas bien y por abajo, lo que no siempre sucedió. Aguantó Pulido los parones del astifino Afectuoso en las bernadinas antes de enterrar un espadazo algo desprendid­o. La petición no cuajó lo suficiente, pero no hubiese sobrado la vuelta al ruedo, el nuevo pecado capital. Por encima del deslucido sexto anduvo el de Castillo de Bayuela, merecedor de más oportunida­des.

Un toro Amoroso

En el umbral de la oreja se quedó Diego Urdiales, autor de la única maravilla a la verónica, con una media tan arrebujada que envolvía al propio toro a su cadera. De corazón a corazón arrancó la faena. Con un toreo de añeja barrica, con el poso del gusto y la veteranía, mientras el Núñez metía la cara con calidades, tan despacioso. Pero la obra no terminó de encajar lo suficiente, pues le costó dejar la muleta puesta a punto y de verdad. La recompensa, ahora sí, fue de un paseo al anillo. Al quinto, tan a contraesti­lo, no quiso verlo.

Entre fogonazos y la nada acabó una tarde de llenazo en los tendidos, ocupados por el pueblo del tiempo y la memoria. Ay, Urtasun...

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 ?? // DE SAN BERNARDO ?? Morante de la Puebla, en un derechazo de mentón hundido
// DE SAN BERNARDO Morante de la Puebla, en un derechazo de mentón hundido
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DE SAN BERNARDO Un momento de la lidia con los tendidos llenos de expectació­n

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