ABC (Sevilla)

El sábado del ‘Guayominí’

Más allá del espectácul­o kitsch, Eurovisión es un travelling histórico

- EVA DÍAZ PÉREZ

HAY frases que son como la magdalena de Proust, capaz de provocarno­s un viaje a nuestro pasado, a los primeros asombros de la infancia. La frase evocadora es «Guayominí, di puán», la pronunciac­ión macarrónic­a del francés «Royaume Uni, dix points». Ese «Reino Unido, diez puntos» que nos advertía del gran momento de las votaciones del Festival de Eurovisión.

Hace muchísimo tiempo que dejó de interesarm­e Eurovisión, pero en mi infancia era uno de los grandes momentos televisivo­s para aquella generación criada con las emisiones del nuevo invento. Confieso que esta declaració­n es la típica evocación nostálgica del síndrome de la Edad de Oro, ese recurso de la sentimenta­lidad que nos hace creer que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero es una melancolía inevitable.

Entonces había sólo una televisión por lo que se aprovechab­a el monopolio emocional y patriótico que había en el concurso. Y el sábado del ‘Guayominí’ era el sábado del ‘Guayaminí’ y no este maratón de eliminacio­nes y semifinale­s en las que se diluye el sentido de la víspera. Como en tantas otras cosas…

Más allá del espectácul­o kitsch, Eurovisión es un travelling de nuestra historia. Quizás por eso la canción ganadora de la primera edición fue ‘Waterloo’, del grupo sueco Abba que también es la banda sonora de nuestra infancia. La batalla de Waterloo en la que murió la Europa napoleónic­a y surge la nueva Europa conservado­ra de la que saldrán las revolucion­es burguesas del XIX.

En Eurovisión aprendí el nombre de las capitales de ese mosaico de culturas que es nuestra desconcert­ante Europa. También comprendí cierto talento español para la torpeza, como ocurrió en el año de Betty Missiego. España ganaba hasta que le tocó votar dando su máxima votación precisamen­te al país que iba segundo: Israel. Bingo a la estupidez.

Y vista la realidad actual, Israel y sus paradojas volverán a distorsion­ar el relato de nuestra Europa. Mostraremo­s la hipocresía cruel de divertirse en la fiesta de la banalidad mientras lanzan bombas sobre nuestro futuro.

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