La medalla de Joaquín
Ha sido David contra Goliat, logrando frenar proyectos irreversibles como el original de las Atarazanas
EN Sevilla la sociedad civil vive alertargada desde hace años. Aquí se han visto manifestaciones multitudinarias contra dirigentes de los clubes de fútbol y reacciones enconadas y con grandes altavoces por las polémicas de la Semana Santa. Pero jamás nadie, más allá del ámbito mediático o político, ha tomado partido para reclamar en las calles las infraestructuras y la financiación que nos corresponden como una de las principales metrópolis del país, en población y en historia. Quizá porque todos somos conscientes del escaso apoyo popular que obtendría la iniciativa, quizá también porque quienes pertenecen a grupos de poder de la ciudad, como los empresarios, cuando han dado un paso al frente se han acabado desinflando porque nunca se saca rentabilidad si uno se enfrenta a la Administración pública.
Pero en este desierto hay una excepción. Un señor, cuya figura encorvada y su voz rasgada son inconfundibles, y que se ha convertido con su lucha permanente en el azote en materia de patrimonio. Joaquín Egea es un personaje incómodo. No hay un político en Sevilla que, al ver su contacto en la pantalla del teléfono, no se haya revuelto en la silla. Los distintos gobiernos municipales y autonómicos lo temen más que a una vara verde porque Joaquín no da ojana, no abraza farolas. Ha gestionado sus colegios hasta el punto de que son la élite en materia educativa y de donde surgen los mejores expedientes, y es capaz de presentarse en un Pleno a decirle a la cara a los concejales que sus políticas en materia urbanística son escandalosas y que los llevará a los tribunales. Y todo, sin sacar ningún rédito a cambio.
Ni siquiera por notoriedad, porque lo incómodo que llega a ser a veces le granjea enemigos. Él marca una línea a veces extrema que deriva en el bloqueo y de la que podemos no estar de acuerdo. Un sentido del conservacionismo que choca con el desarrollismo, también necesario, donde es muy difícil tirar por la calle de enmedio.
Pero de lo que no cabe duda es de que merece la medalla de la ciudad que el Ayuntamiento le va a entregar por el Día de San Fernando. Porque le hace justicia a su lucha desinteresada sólo por Sevilla. Porque Joaquín Egea ha sido David contra Goliat, y ha logrado junto con otros paladines del patrimonio como José María Cabeza o José García-Tapial frenar proyectos irreversibles como el original de las Atarazanas. Venció en los tribunales a la Junta del PSOE, que le había pasado la patata caliente a una entidad bancaria, en una clara dejación de funciones con una joya del siglo XII que cualquier ciudad explotaría como su principal atractivo cultural.
El mayor éxito de su lucha será la recuperación de este espacio, que paradójicamente reabrirá pocos días después de recibir la medalla. Aunque el resultado, eso sí, no será el que Joaquín Egea y los principales expertos en patrimonio hubieran querido.