La protesta por Gaza amenaza con replicar la caída demócrata de 1968
▸Las encuestas son claras: Biden puede perder la reelección a pesar de los muchos problemas legales de Trump ▸Ya se fraguan manifestaciones en el congreso del partido en Chicago, y el voto joven huye del presidente
El eco de 1968 resuena en las calles de Estados Unidos. Esta vez, el estallido no es por Vietnam, sino por Gaza, aunque el desencanto de fondo revela paralelismos notables. Aquellos jóvenes idealistas de antaño protestaban contra el servicio militar obligatorio y la guerra de Vietnam, estos de ahora contra el firme apoyo americano a la guerra de Israel en Gaza. En ambos casos, las universidades son el epicentro de las manifestaciones, con todas las miradas puestas en el encendido campus de Columbia, en Nueva York.
En un paralelismo histórico, un presidente demócrata, Lyndon B. Johnson entonces y Joe Biden ahora, intenta apurado responder a las demandas de un electorado diverso en año de elecciones. Tan profundo era el malestar en 1968, que el 31 de marzo, a apenas siete meses de las elecciones, ante la gran presión de su partido, Johnson decidió retirarse y no aspirar a la reelección. Hoy, Biden se enfrenta a un cúmulo de problemas que complican su campaña y ponen en duda su permanencia en la Casa Blanca. En este caso, el presidente sigue, y se dice confiado de que va a ganar, aunque los sondeos le advierten de que bien puede suceder todo lo contrario.
La gran duda es si, como en 1968, un republicano populista y de tendencias autoritarias, del que no pocos votantes recelan, llegará a la presidencia ante un electorado de izquierda tan dividido. Entonces, Richard Nixon; hoy, Donald Trump. A menos de cuatro meses del congreso de su partido, Biden titubea entre denunciar las protestas como inaceptables y a la vez no enemistarse con los jóvenes votantes de izquierda que necesita que le voten. De momento, el grupo College Democrats of America, una organización estudiantil afiliada al Comité Nacional Demócrata, dijo esta semana que apoya a Biden para la reelección, pero añade, a modo de advertencia, que los estudiantes tienen «la claridad moral para ver esta guerra por lo que es: destructiva, genocida e injusta».
Lo que seguro anticipa el equipo de Biden es un congreso político más movido de lo habitual. Si aquel año turbulento de descontento de 1968 es premonitorio de algo es que las protestas tratarán de impedir la aclamación acrítica del candidato, como sucedió por aquellos años con Hubert Humphrey.
Rumbo a la Convención
Ya se están planificando manifestaciones para la convención demócrata en Chicago este verano. Y los estudiantes que están organizando esas protestas están repitiendo lo mismo que en 1968, que, independientemente de si logran los permisos o no, se van a manifestar. Según el analista Charles Blow, que publica en ‘The New York Times’, «la campaña de Biden está errando el tiro si cree que, de alguna manera, milagrosamente, la gente olvidará todas las cosas horribles que ha visto en internet y en sus televisores sobre la guerra en Gaza y si creen que, cuando llegue el momento decisivo, la gente tendrá más miedo de un Donald Trump que de una administración Biden».
Ya en el primer mitin del año, en Virginia, el discurso del presidente Biden fue interrumpido una decena de veces por estudiantes de la Universidad de George Mason estratégicamente colocados en las gradas, y cuidadosamente acompasados.
Uno de los jóvenes manifestantes, al que ABC entrevistó aquella tarde, dijo que no tenía intención de votar a Biden, y que le daba igual que eso significara una victoria de Trump. «Nos dicen que con Trump estaríamos peor, pero lo cierto es que con Trump no hubo una guerra como esta, y no había decenas de miles de muertos en Gaza», dijo el estudiante, que sólo quiso dar su nombre de pila, Khaled, y dijo tener 19 años. Añadió que su familia es de origen palestino, pero reside entre Nueva Jersey y Kuwait.
Una campaña insólita
Esta es una campaña insólita para Biden, quien en realidad nunca pasó apuros para ser reelegido seis veces en sus 36 años en el Senado. Nunca un contrincante republicano suyo obtuvo más del 40% de votos al disputarle el escaño por Delaware. Incluso en 2020, cuando le disputó la presidencia a Trump por primera vez, las encuestas le daban una ventaja indiscutible, que llegó a elevarse a los diez puntos. Finalmente consiguió siete millones de votos más que el entonces presidente, el candidato más votado de la historia de la democracia americana.
Ahora, el presidente candidato debe arremangarse, hacer campaña, visitar estados, dar mítines, responder a la prensa, enfrentarse a manifestantes que o bien son trumpistas que le consideran ilegítimo o bien son jóvenes de izquierda enardecidos por la guerra de Gaza y molestos por la defensa acérrima que la Casa Blanca hace de Israel y su derecho a existir y defenderse. Esto es una
novedad, pues en 2020, primer año de pandemia, Biden apenas se movió de su estado, Delaware.
Esta campaña es diferente, pero la conducta del candidato no parece serlo. Según aprecia Ross Douthat, columnista de opinión de ‘The New York Times’, «la campaña de Biden es que se está llevando a cabo como si su candidato estuviera en primera posición, como si estuviera protegiendo una ventaja que en realidad Biden no tiene».
Su obstáculo, él mismo
Un punto sensible, y no del todo resuelto, es el de la edad y el supuesto declive cognitivo del presidente. A finales de abril, su equipo se las ingenió para que en un discurso en Washington, Biden animara a los reunidos a que corearan «¡cuatro años más!», el lema de todo presidente que se presenta a la reelección. Lamentablemente para su equipo, el presidente leyó todo lo que le aparecía en el ‘teleprompter’, incluida la palabra ‘pausa’. Esto provocó, de nuevo, la hilaridad del equipo republicano, y no pocas burlas de la familia Trump.
Por ello, muchos analistas consideran que Biden es su propio obstáculo para mantenerse en el cargo, especialmente debido a los problemas de su competidor. Trump, que tampoco es mucho más lozano, con 77 años, se ha pasado esta parte inicial de la campaña sentado en el banquillo, hostigado por
la justicia, denunciandodo ‘la-lawfare’ o persecución judicialdicial y maltrato por la prensa.a. Tie-Tiene pendientes 91 cargoss por la vía penal y un sinfínn de denuncias por lo civil. Aun así, hay un revisionismosmo parcial de su presidenciacia y una reciente encuesta pu-publicada por la CNN reflejaleja que un 55% cree que fue un éxito, un porcentajeaje mucho mayor al de cuan-ando marchó de la Casaasa Blanca.
El equipo de Biden, sinin embargo, se remite a lasas elecciones de 2020 comomo la prueba de que sabee cómo vencer a Trump y lo que representa. Se-gún afirma Lauren Hitt,t, portavoz de campaña, «después de derrotar a más de 20 candidatos en primarias,rimarias, Joe Bi-Biden se ganó más votos que cualquierli otro candidato en la historia de nuestro país y se convirtió en la tercera persona en derrotar a un presidente en funciones en el último siglo. Este noviembre, no sólo vencerá a Trump, sino también a los agoreros otra vez».
La realidad que reflejan las encuestas en los estados cruciales es, ciertamente, bastante agorera para Biden. Un candidato a presidente en EE.UU. no gana con el voto popular, como ya demostró Trump en 2016. Gana imponiéndose en unos pocos estados, dado que los otros ya están repartidos. Es nece
sario para el presidente retener Michigan, Wisconsin y Pensilvania, y en los tres pierde ante Trump, según los últimos sondeos, por 0.3, 1.2 y 2.7 puntos respectivamente. El caso de Michigan es revelador: es un estado con un amplia población árabe, también palestina, y una desmovilización el día de las elecciones, por pequeña que sea, puede costarle todo el estado.
Los republicanos, por su parte, atacan por el otro extremo. Denuncian que Biden es flojo, débil, blando con las protestas, que se han desbocado por la pasividad del Gobierno federal, aunque este nada puede hacer en cuestiones de orden público en las calles, algo de lo que son responsables los estados. En Fox News, uno de los lemas más repetidos estos días es que las imágenes de las protestas son «como del tercer mundo». Mike Huckabee, un ex gobernador republicano de Arkansas que hoy es comentarista de la ca
dena, dijo esta semana: «Están juzgado al expresidente pero no tienen tiempo de detener a estos matones en las universidades». u
«¿Cuándo se dignará el presidente a condenar c estas pequeñas ‘gazas’ llenas de odio que se han declarado en las universidades americanas?», dijo en una conferencia de prensa esta semana el senador de Arkansas Tom Cotton. «El presidente p Biden debe condenar a estos to simpatizantes de Hamás en los campus p americanos y no dejar lugar a dudas de que Israel tiene nuestro apoyo para defenderse en una guerra por su propia supervivencia», añadió.
Condenar... o no
El dilema es si condenarlos le privará a Biden de un voto joven que necesita desesperadamente. De hecho, no pocos analistas le recomiendan hacer más caso a esas protestas con aires de mayo del d 68. Según Julian Zelizer, analista en la cadena televisiva CNN, «aunque Biden quizás no quiera –o no pueda– satisfacer sus demandas, debe seguir interactuando con los estudiantes manifestantes y ofrecer su visión de un camino viable hacia adelante. Si no lo hace, podría sufrir el mismo destino al que Humphrey se enfrentó cuando la ira por la guerra en Vietnam derribó su campaña en 1968».
A menos de cuatro meses para la convención, las tensiones en las universidades y las encuestas no auguran un camino fácil a Biden.